Ya pasado un año de la pandemia, el hombre se vio en la necesidad de adaptarse, como lo enseñan los darwinistas, a una nueva realidad jamás vivida en la historia moderna. Pandemia que coincidió con la expansión de la cuarta revolución industrial expresada en las nuevas comunicaciones digitales o una nueva realidad virtual. De no haber sido así, sin duda que hubiera sido una catástrofe para el mundo de la economía, y en cierta forma un regreso a la edad media.
De esta forma surgieron submundos, que serán insumos de análisis de los científicos sociales en un futuro inmediato si la peste se controla como el mundo desea. En mi experiencia personal la comunicación virtual fue definitiva para la continuidad del trabajo sindical. Se organizaron reuniones de juntas directivas, se celebraron asambleas virtuales, se organizaron foros internacionales de análisis de la nueva realidad y, se crearon nuevas organizaciones laborales.
Lo paradójico en algunos casos es que nacieron nuevos lazos de amistad y solidaridad, pero sus miembros nunca se han visto el rostro, ni siquiera por pantalla. Igual debió haber ocurrido en las distintas entidades del estado y el alto mundo empresarial y comercial en cuanto a su gestión administrativa.
En materia de fe y religión se descubrió que Dios no está en los templos ni en los ritualismos, está en el alma de cada ser humano, y podemos comunicarnos con él desde cada uno de nuestros espacios vitales. La fe se convirtió en protagonista de esta realidad cuando oramos para que el virus no se extendiera y para que apareciera una vacuna. Y sin duda que el descubrimiento, no de una, sino de varias vacunas han sido como un milagro.
Nos dimos cuenta de que lo material es accesorio a la esencia humana, necesaria sin duda, pero no es lo esencial. Y, no faltaron los fundamentalistas evangélicos que anunciaron el fin del mundo, en Barranquilla llegó el final, no del mundo, sino de muchos patrimonios familiares que fueron a parar al bolsillo de un pastor abusivo y delincuente. Los profetas del apocalipsis volvieron a fallar en la fecha exacta del fin del mundo, pero no cabe duda que si hay señales de un fin, si no se producen cambios en el hombre, su modelo económico de producción y su relación con la naturaleza. Y en este sentido ha pasado algo histórico y paradójico en la parte baja de la pandemia este año, el hombre, representado por las potencias mundiales, ha llegado por primera vez al planeta marte. Y no encontró marcianos, se encontró a sí mismo y su la cruel realidad en la tierra a la que le da la espalda.
De otra parte, sentimos el dolor de la partida de familiares, compañeros, amigos y vecinos, a los que no pudimos acompañar por los riesgos que implicaba la asistencia a los ritos religiosos. Y por primera vez asistimos a misas virtuales y comprobamos que los curas son necesarios en estos actos, en el apoyo y fortaleza espiritual en momentos tan difíciles para las familias de los que se fueron.
En otro aspecto de la vida humana en pandemia surgieron nuevas relaciones virtuales producto de las redes sociales. Unas clandestinas y otras más abiertas. Por razón del tiempo enclaustrados, causado por las medidas de emergencia sanitaria, y de otra parte la necesidad humana de socializar, se dieron nuevas relaciones virtuales de amistad, con expectativas de algo más, que dependerán de como funcionen una vez termine la pandemia y se presente el contacto personal y la reacción química.
Según comentarios de oídas, las mujeres tenían miles de solicitudes de amistad de desconocidos de todas partes del mundo, los diversos sexuales exploraban nuevas posibilidades de conquistas y los adolescentes continuaron sus vidas castradas y limitadas por las redes sociales. Aunque sin duda que se presentarían encuentros personales que fueron todo un desafío a la salud pública. Tal vez la fuerza de cupido y del eros pesaron más que el eventual riesgo del contagio de la peste.
El diario El Espectador, en una publicación de su sección económica del año anterior, informaba del auge de una nueva economía del sexo virtual. Con la imposibilidad y el riesgo de encuentros físicos y sexuales clandestinos creció la oferta de encuentros sexuales virtuales de jovencitas desempleadas con hombres dispuestos a pagar por estos servicios. De esta forma estas mujeres encontraron una posibilidad de trabajo y de altos ingresos en esta nueva modalidad de trabajo. Otras solo ofrecían compañía verbal a hombres que viven en soledad y no encontraban con quien interlocutar, algo muy común en las sociedades modernas.
Las relaciones de pareja tuvieron un gran reto, las que no convivían con su pareja pudieron haber terminado por la ausencia personal, no estaban lo suficientemente sólidas y el pasar del tiempo los pudo llevar al olvido y hasta la depresión. Los matrimonios y relaciones de pareja que convivían tuvieron un gran reto para su estabilidad. Una cosa era verse solo en las noches y otra versen todos los días. Gran desafío para esas relaciones. Algunas descubrirían que la relación era solo una costumbre, una apariencia social, otras que ni eso y lo más probable será una separación o finalizar la vida acostumbrados. Habrá otras que afianzarán el amor y tendrán la seguridad de terminar juntos como pareja. Los que viven solos, la pandemia los habrá fortalecido, y otros no aguantarían y sus planes habrán cambiado.
Sin duda que la estabilidad mental y emocional se afectó y debió de haber desencadenado muchas patologías y hasta suicidios que permanecen en el anonimato. En este sentido el estado desatendió la salud mental por darle prioridad al confinamiento.
Pero donde hubo mayores impactos ocasionados por esta nueva realidad virtual fue sin duda en el mundo del trabajo. El mundo siguió funcionando, los estados continuaron prestando sus servicios a la sociedad, el servicio de educación se siguió prestando de forma virtual, no se interrumpió, muchas empresas pudieron continuar desarrollando sus actividades industriales y comerciales, sin desconocer que no fue suficiente y la economía mundial ha llegado a niveles de recesión históricos, quizás mayores que la gran depresión de inicios del siglo XX y finales de los noventa y con los niveles de desempleo más altos de la historia.
Los trabajadores vieron como se multiplicaron sus realidades, debiendo atender el trabajo habitual, con extensiones de horarios en muchos casos, atender los oficios domésticos, especialmente las mujeres y hombres que viven solos, y cuidar los hijos y las mascotas. Adicional a que se aumentaron los gastos de funcionamiento en la casa.
Sin duda que este tipo de trabajo, trabajo remoto lo llaman técnicamente, tiene que ser reglamentado para evitar abusos patronales y crisis emocionales de los trabajadores, que no pueden pasar desapercibidos, al igual que los costos de los servicios públicos que están siendo asumidos por el trabajador. Pero una vez superada la crisis de la pandemia debe quedar claro que el trabajo virtual es un mecanismo excepcional, supletorio o auxiliar para casos de fuerza mayor, como esta pandemia y no puede convertirse en lo normal.
Las implicaciones de la virtualidad en el mundo del trabajo pospandemia tendrán serios riesgos con la automatización de muchos procesos, que ya fueron advertidos por los propietarios de las empresas multinacionales digitales, que sin duda pretenderán eliminar mucha mano de obra e incrementar las ganancias, incluido el estado. El mundo sindical debe estar alerta.
La principal lección que va quedando de esta pandemia y sus nuevas realidades es que el hombre es un ser social y que nos necesitamos para sobrevivir, como lo señalaba Aristóteles desde remotas épocas. Por lo tanto, el contacto personal, verse cara a cara con el otro de manera presencial y socializar es vital. Así pues, la virtualidad apareció en el momento histórico oportuno para evitar el colapso económico y político del mundo, eso sí, como una forma alternativa, pero temporal, de sobrevivencia.
Todas estas son realidades vividas como nunca antes en la historia para el análisis de filósofos, sociólogos politólogos y psicólogos de manera más profunda.