Las razones de por qué la ética de la paz es la valentía

Las razones de por qué la ética de la paz es la valentía

La ética de la paz es la valentía. Nos obliga a seguir el camino para desmontar los intereses que sostienen nuestra guerra. Camino difícil pero adecuado

Por: David Cruz
marzo 12, 2024
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Las razones de por qué la ética de la paz es la valentía
Fotografía: Canva

Nuestra guerra, lastimosamente, es una de las más prolongadas del hemisferio occidental. En pocos lugares, los conflictos duran más de sesenta años y se prologan más allá del contexto geopolítico que los propició (como la guerra fría). Colombia, como ha sucedido en otras ocasiones, desafía las tendencias y se presenta como un caso excepcional e inentendible. Sin embargo, la prolongación de nuestra guerra se debe a que hay intereses que se benefician de su existencia.

 A nivel internacional, aun cuando Colombia se ha beneficiado de importantes esfuerzos de cooperación internacional, la guerra supone un factor de riesgo para las inversiones extranjeras en el país, especialmente en el campo de la economía extractiva.

Aunque suena contraintuitivo, el riesgo disminuye el valor de las inversiones internacionales y obliga a los gobiernos a ser laxos frente a los inversionistas. Las empresas dedicadas a este tipo de actividades, en consecuencia, asumen el riesgo, pero invierten menos y algunas veces obtienen las mismas o mayores ganancias sin importar los conflictos que activan, ni la forma como protegen sus negocios.

A su vez, la guerra en Colombia también le da forma a económicas ilegales que captan capitales a escala global. La principal economía es el narcotráfico, que se beneficia de la existencia de territorios controlados por actores ilegales en donde se consolidan las rutas de salida de sustancias como la cocaína.

Al ser una economía ilegal, los conflictos que se generan por el control del mercado aumentan la violencia y generan una ambigüedad en donde la subversión política y la criminalidad no son fáciles de distinguir. Los recursos que generan también tienen una simbiosis con mercados “legales” a través de operaciones de lavado que oscurecen los límites de la legalidad y que hacen difícil delimitar las fronteras del narcotráfico. Algo similar ocurre con otros mercados ilegales, aunque en menor escala, como la minería.

Discursivamente la guerra es también una herramienta poderosa. La retórica de la guerra usualmente crea un enemigo público y con esto un “otro” que cohesiona identidades colectivas y consolida fuerzas políticas. Es un discurso, además, que simplifica la realidad y que incrementa sesgos cognitivos, que todos tenemos. Una vez se aplica, esta retorica suele oscurecer la montaña de factores que generan, reproducen e intensifican los conflictos. La inequidad, marginalización política y económica, el racismo estructural y otros factores suelen pasarse por alto cuando aparece el “otro”, el guerrillero, el paramilitar, el criminal o el terrorista. Explotar este discurso, por supuesto, no solo es fácil sino políticamente redituable.

Todos estos intereses son poderosos. Apostarle a la paz, al menos decididamente, supone actuar en su contra. Supone retar el papel de Colombia en la economía internacional como un espacio de extracción de materias primas; implica pensar y repensar la expansión del Estado en los territorios en donde su presencia es ambigua y precaria, así como superar la aproximación tradicional de copar militarmente estos territorios; y supone admitir políticamente que la guerra no es únicamente un problema de agencia moral, de buenos o malos, sino un tema de determinantes estructurales relacionados con la inequidad, el centralismo y el racismo, entre otros. Retar estos intereses es un acto de valentía; es la valentía de la paz.

En momentos en donde los esfuerzos de paz del gobierno se cuestionan públicamente, con buenos y malos motivos, y en donde emerge la desconfianza y la impaciencia, es conveniente recordar que estos intereses no desaparecen de un momento a otro, sino que se van desmontando.

Que la guerra es tristemente lo cotidiano que ha construido un orden político y económico en muchos lugares del país; y que la paz en Colombia es lo extraordinario y esta aun en construcción. Es un camino difícil y sinuoso. Es el camino que nos obliga a ser valientes y persistir en el empeño.

La ética de la paz es la valentía. Nos obliga a seguir el camino para desmontar los intereses que sostienen nuestra guerra; al tiempo que nos exige paciencia para recibir las dudas y los ataques que emergen ante el cambio. Es el camino difícil, por supuesto, pero también el adecuado.  

 

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