La escuela pública la Esperanza está en una pendiente, arriba de una montaña en un camino de trocha en la ciudad de Florencia, en Caquetá. Está adornada por una serie de murales de gran valor artístico plasmados por los propios estudiantes. Alberga a buena parte de los niños del departamento que llegan a tomar sus clases a pie o en bicicleta. La escuela, su segundo hogar, es uno de los epicentros donde se vive un ejemplo de reconciliación y es la esperanza de las nuevas generaciones. Lo importante es que ahora, con un notable cambio en la dinámica del conflicto y de seguridad en la región, los niños pueden ir a la escuela.
Todos quieren y saben la importancia de aprender para tener un futuro. Sus padres, campesinos y personas de lo más profundo de las comunidades indígenas, saben que es única forma de lograr una nueva generación. El colegio la Esperanza era el epicentro de un cambio que se está dando en el Caquetá. No fueron solo los murales.
Las cartas resultan premonitorias de la realidad que empieza vivir el departamento y que empieza a concretarse este 1 de marzo con el comienzo de la dejación de armas de las Farc en el campamento de Montañitas, un lugar controlado en el pasado por el Bloque Sur, por donde pasó secuestrada y atemorizada Ingrid Betancur como lo cuenta en sus memorias No hay silencio que no termine.