Todas las preguntas parecen obvias, lo que no es obvio es que acaben siendo preguntas cuando se responden a sí mismas.
Se preguntan:
¿Cómo se llegó a que se diera un atentado contra el más probable futuro presidente de los Estados Unidos? La imagen que este proyectaba de amenazante, de bulling cobijado de impunidad, de estar por encima de la ley, de promover la violencia y el extremismo, de agredir, insultar e intentar ridiculizar a quien no estaba con él, de polarizar al máximo causas ya polarizantes, de defender el culto a las armas, etc. en fin la política de odio que predicaba generaba igualmente odio, miedo, e intranquilidad respecto a lo que se podía esperar de su carácter y sus propósitos.
Sus opositores, el Partido Demócrata y su candidato Joe Biden, señalaron y enfatizaron lo que podría significar lo que el mismo Trump advertía: el deterioro del sistema democrático, el desconocimiento de la Constitución, y el atropello desde el eventual poder institucional a varios de los valores que suponen inspirar y que han sido inherentes o conquistas del pueblo americano (el multiracismo, la defensa de los Derechos Humanos, la reivindicación de la igualdad género, los Derechos Civiles, etc.), el distanciamiento internacional, el desprecio por los problemas humanitarios y climáticos. Las razones que daba Trump para temerle representaban no solo un incentivo emocional como rechazo a su personalidad, sino como peligro para la colectividad.
A los Estados Unidos y a su actividad política del momento aplica el poema:
“…Cuando planté rosales coseché siempre rosas…”
¿Que cómo pudo fallar así el Servicio Secreto (cuya función es la seguridad de los altos personajes)? Como en cualquier investigación lo más difícil es saber cómo pasan las cosas. A posteriori se conocen pero no existen explicaciones a priori. Toda es circunstancial a menos que se establezca – y pruebe- una teoría conspirativa. Y en este caso hay y habrá miles: desde gobiernos extranjeros (por sus posiciones en las diferentes guerras); pasando por nacionales afectados directamente por ellas; incluyendo americanos que fueron y/o serían perjudicados por sus enfoques radicales; hasta algún extranjero individualmente podría sentir la misión de salvar al mundo de ese peligro.
Eso lleva a la pregunta que más consecuencias puede tener: ¿qué motivó al asaltante? Hasta el momento aparece como la explicación más difícil: no se le conoce tendencia ideológica; es descrito consensualmente como ‘normal’, ‘sano’, tranquilo, sin ninguna muestra de complejo o desequilibrio, ni resentido ni impulsivo, etc. ; aficionado a las armas pero mal tirador (rechazado por ello). Y por si fuera poco, ¿qué esperaba, tras comprar varias rondas de tiros y sin ningún plan de escape? La explicación más posible al momento sería la de un despertar inesperado del ‘Síndrome de Erostrato’ por el deseo de quedar en los anales de la historia.
Si desconcierta el caso del tirador, igual o más desconcierta el porqué de la elección de Vance como vicepresidente
Pero si desconcierta el caso del tirador, igual o más desconcierta el porqué de la elección de Vance como vicepresidente.
Su carrera se parece a la de nuestro Duque. Totalmente anónimo, sin trayectoria pública alguna, sin experiencia administrativa, sin contacto previo con la política, salió senador por Ohio gracias al poder de Trump. Su único antecedente conocido es su propia autobiografía que (como la economía naranja de Duque) llamó la atención, mostrando un cuento del sueño americano, pero no como lo ve el extranjero sino tal como anhela vivirlo el americano medio.
Sin vínculo mayor con Trump le había sido desafecto y hasta lo había criticado. Su conversión al trumpismo es con su elección (2022); y su única calificación conocida y asustadora es ser más trumpista que Trump en cuanto al radicalismo en su línea ideológica (ojalá no lo sea también de carácter).
Las nuevas preguntas son: ¿qué debemos esperar de lo que significan el puño amenazante y la selección de vicepresidente?