El mundo se encuentra en suspenso ante el laberinto histórico en que está inmerso, comenzando por el ultimátum de Rusia contra Estados Unidos, capaz de arruinar el mundo, agregándole a la querella atómica el paroxismo de una guerra con Venezuela, que nos abocaría a “la última irracionalidad de la técnica”, turbando trascendentalmente la historia.
Cabe recordar que hasta hace pocos años, los holocaustos nucleares de Hiroshima y Nagasaki fueron como una resaca pasajera que no alteró sustancialmente el devenir de la humanidad, y, se consideraron, como una forma rápida y miserable de terminar la guerra.
No ocurre hoy lo mismo, donde la ruta bélica persuasiva ha dejado de ser sinónimo de paz, que nos hace recordar el dilema de la gallina que escuché, en una clase, al pacifista y antropólogo social Francisco Jiménez Bautista, que nos sirve para rastrear el tenso momento que vive el planeta:
Veamos, el dilema se fundamentaba en la película “Rebelde sin causa”, cuando en la narración dos contendores compiten en sus vehículos corriendo hacia un despeñadero y gana la competencia el que frenan más tarde.
Tres eran las alternativas. Primero: ambos competidores frenan muy rápido, con lo cual ambos ganaban y se reparten los laureles. Segundo: Uno de los contendientes frena rápido y el otro lo hace mucho más tarde, quedando el primero como valiente y bizarro, mientras que el segundo es considerado como temeroso, amilanado y cobarde, en otras palabras, como una “gallina”. Tercero: Los dos contendientes no frenan a tiempo y caen en el precipicio y, como es obvio, las pérdidas son catastróficas.
En algunas crisis, de inminente destrucción del mundo, las potencias involucradas han frenado a tiempo y el botón no se ha disparado; en el momento, pareciera que hacerlo es ser considerado por los halcones y sectores guerreristas, como una actitud temerosa, vale decir actitud de “gallina”, término que solíamos utilizar para zaherir a nuestros amigos en el Colegio cuando renunciaban a un desafío.
Sordos ante los conciertos provocadores, exaltados los contendores por la mundialización de los trofeos, la enormidad de los botines y obnubilados por el despojos cósmico de los mercados del petróleo, “la teoría del precipicio o del abismo” no cuenta a la hora de pensar en el desastre y una guerra conduciría la historia acero, con la vana ilusión de volver a comenzar.
¿Rusia, China, Irán y Estados Unidos estarán especulando que se puede huir hacia adelante?
Desde cualquier altura que se mire el conflicto, infortunadamente, en esta era de la mundialización de la economía, con peones que sueñan con ser alfiles en el tablero universal, se piensa que “todo vale”.
Es como pretender ejercitarse en el último escape de la modernidad, minimizar los grandes relatos y pasar de las utopías de la perplejidad a la muerte posmoderna, que no daría tiempo para mirarla por la televisión o leerla en los mensajes de WhatsApp.
De originarse una última guerra por los trofeos energéticos, mediante el artificio humanitario, habremos pasado del hombre “modernizado”, que nunca entendió el sentido de la propia modernidad, al hombre que se puso sobre la fallecida solapa de la razón, el Estado y la paz, la flor exterminadora y mortífera de la hecatombe nuclear.
Vietnam, Los Balcanes, China, Rusia, Afganistán, Palestina, Centroamérica, las guerritas menores, pero desoladoras, quedarán como un juego de dragones en la memoria de quienes queden vivos.
De haber una guerra contra Venezuela, con el pretexto de llevar ayuda humanitaria, por los actores internacionales que ingresarían al conflicto, asistiríamos a la postrera ceremonia de la racionalidad tecnocéntrica y a las exequias de la cultura humana, sin que tengamos tiempo para vernos en los espejos cómo palidecemos y, mucho menos, para plantar en las cumbres del neoliberalismo, la bandera blanca de la especie humana.
Salam aleikum.