Las piernas del cabo Ávila
Opinión

Las piernas del cabo Ávila

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mayo 14, 2015
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Las piernas del cabo Ávila se convirtieron en lo que jamás debieron de haberse convertido: en un botín de guerra. Hasta el punto de que él, que las llevaba puestas, tiene que presenciar desde afuera cómo los unos y los otros sostienen una rocambolesca discusión respecto de algo que no les pertenece.

A la mutilación física que sufrió el martes 5 de mayo, día que como para hacer más trágica la tragedia era el de su cumpleaños número 26, se le suma la mutilación emocional.

Y la indignación y el rechazo generales. (Blablablá). Y la condecoración del Ejército como héroe de la patria. (¿Por qué sólo ahora? Su historia de valor y entrega a la Institución llevaba nueve años). Y el interés puntual de los medios. (A rey muerto, rey puesto). Y el oportunismo de los guerreristas. (La paz negociada es una estafa). Y el disco rayado de los “habanistas”. (Mientras no haya cese bilateral del fuego…). Y la perplejidad de los que queremos pero no creemos porque, cada que confiamos un tris, ¡cataplúm!, una muestra nueva de la degradación de la guerra se nos viene encima.

(A mí sí me gustaría ver por el ojo de la cerradura qué cara se ponen Humberto de La Calle e Iván Márquez, cuando se produce una de estas noticias desesperanzadoras que al minar la confianza entre las partes, atentan contra el proceso en su conjunto. O qué consuelo podría darle el presidente Santos a doña María Elena, la mamá de Edward Alfonso Ávila Ramírez o qué explicación a su hijita de ocho años. O de qué hablabanTimochenko y Gabino en La Habana, mientras aquí sus frentes cometían actos de barbarie fuera de combate. A mí sí me gustaría ver por el ojo de la cerradura).

Y todavía hay quienes repiten que hay que humanizar la guerra. Al son del estribillo, cerca de siete mil víctimas militares de artefactos no convencionales y más de once mil civiles, luchan por seguir viviendo después de haber sobrevivido. Humanizar la guerra, ja. Desminarla talvez.

Pronto se  iniciarán las labores conjuntas entre Farc, Ejército y población civil para desminar los territorios que de tiempo atrás las guerrillas —ahora también las bandas delincuenciales— vienen cercando en la Colombia profunda, aislando en gulags a miles de colombianos que los gobiernos centrales han abandonado a su suerte y ellas han amedrentado a gusto. Así, a pulso, hay que desminar también la guerra. Sin falsos romanticismos, que para  tener un millón de amigos  no se necesita que las Farc y el ELN entreguen las armas, con las redes sociales basta y sobra.

(Los acuerdos de paz son pragmáticos y su fin último no es terminar mascando flores y haciendo el amor en barra, como predicaban los hippies de la época Woodstock. Con aceptar que los demás también tienen derecho a existir, con sus ideas y sus piernas, la convivencia dejará de ser una utopía).

Se dice que una de las extremidades del cabo Ávila apareció al día siguiente en la reja de un colegio del casco urbano de Convención. Especulaciones, imprecisiones, señalamientos… No sabemos todavía (¿lo sabremos?) si la lanzó hasta allí la explosión o la colgaron los sembradores del terror o fue una broma siniestra de algún guasón. Ni siquiera sabemos si en realidad estuvo en esa reja o fue una alucinación de la población atemorizada o una exageración fantasiosa de compañeros ofendidos. No sabemos casi nada, aparte de que lo sucedido fue una infamia sin atenuantes. De un lado la información oficial con sus revelaciones; del otro, la de los cabecillas del ELN con sus negaciones. Y en medio, una y muchas vidas tronchadas.

Lo único cierto es que el cabo Ávila entró caminando a supervisar el montaje de unos juegos infantiles en inmediaciones de una escuela, pisó donde “álguienes” —no fueron pajaritos— habían enterrado semillas de explosivos y metralla, y se desplomó. Suficiente motivo para que a cualquier compatriota se le revuelva todo por dentro. De dolor, indignación e impotencia. (“Lo único que recuerdo es la explosión, mis pies destrozados y el esfuerzo de mis compañeros por sacarme de allí”).

Es territorio del ELN, corre la voz en los cotarros nacionales, como si del Viejo Oeste estuviéramos hablando. Qué tal. No es Colombia un país de regiones, es uno de repúblicas independientes en las que a falta de Estado hacen presencia autoridades armadas hasta los dientes, sin el aval de la Constitución. Vergonzoso pero inocultable, es lo que tenemos.

COPETE DE CREMA: Lo menos que se merecen el cabo Ávila y las demás víctimas directas de este conflicto armado interno que nos tiene desgarrados el país y el alma, es una condena pública de lo sucedido, por parte de los negociadores de las Farc y el ELN. (Sin patear la mesa, señores).

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