No sé en qué capítulo de las ciencias políticas se pueda armar el esqueleto al menos de lo que sucede en la democracia colombiana, y en especial la función que cumple dentro de ella el centro, cuando los convocados a la tranquilidad que este supone son escasos porque la mayoría busca con razones de más otros lugares, pues las cosas se han puesto de castaño a oscuro.
Su productividad en el pasado, aunque yo nunca lo percibí como jugador de fútbol de pobre estatura, era que el centro estaba destinado a todas las bolas que los arqueros de lado y lado lanzaban con todas sus fuerzas, que no eran muchas, para que sus compañeros que se habían subido a la espera del despeje prometedor, pescaran algún gol.
Y lo hacían sobre el supuesto teórico de la escachada, así se le llamaba entonces —no para sostenerlo con diccionario en mano— cuando la pierna del jugador contrario salía tras el balón sin tocarlo, para con base en aquella pifia asustar al menos al portero contrario.
Era la doctrina, eso de salir jugando de atrás era un suicidio aunque sea hoy el fundamento del juego moderno, y el bolearla a la otra cancha, además de exponerse a que lo saquen por malo, solo se usa en el minuto 90 cuando perder o empatar no le sirven al equipo del que lo hace.
Lo mismo parece indicar el centro cuando en política criolla se utiliza para salvar la patria, o, mejor, el cargo, las cucharas —sobre todo en épocas neoliberales donde un buen puestico resulta tan productivo como lo pueden atestiguar viceministros, asesores y otras yerbas de todas las corrientes— y la ultraderecha amenaza echárselas todas al bolsillo.
Sin que los émulos resulten enemigos mortales pues dentro del capitalismo salvaje solo hay pretendientes con doctorado, y le toca al aspirante mal ubicado en las encuestas, sea de derecha o izquierda y aspira a no morir en el campo, correrse, según el último axioma científico, al centro para aspirar a tener alguna oportunidad.
Pero en política sería el centro prueba que no es chicha ni limoná y que ante la mayoría de las necesidades de los colombianos las perspectivas en franja tan indefinida y disputada son escasas. Allí han esperado cabecear Fajardo y De la Calle y antes que avanzar han retrocedido. Y tampoco Vargas Lleras —el cristiano de todas las directivas y gremios— que salió mohíno jugando por la punta derecha, y en vista de que no vio una, y lo costoso que ha salido, lo destinaron a regatearles los puestos a todos los demás, y como tampoco el centro ni con la derecha ni con la izquierda dio para venderlo, es posible que termine apuntándole a la banda izquierda sin manejar la zurda.
Y sí, los candidatos se enfrentan al escrutinio público en los más diversos escenarios, pero jamás nadie saca pecho por el centro porque este parece inexplicable. El centro, fuera del centro de Bogotá o Neiva para que lo atraquen o veranear no da para arrastrar a nadie. El centro de la tierra no lo ha visto nadie y el del equilibrista si sale del trance los aplausos no dan para explicarlo a posteriori.
Pero en Colombia se volvió un desiderátum, un vedemécum para triunfar en política cuando se va perdiendo y además sin dar explicaciones, mientras a derecha e izquierda se están moviendo intereses irrevocables, unos para agrandar los problemas del país porque hasta ahora los han enriquecido y jamás esperan un maduro y otros porque los mismos problemas los afectan de forma tan radical que hasta un maduro los desvela.