La utopía
Colombia ha sido, salvo excepciones, un país que ha ejercido la alternancia política bajo coacciones vinculadas directamente con el conflicto armado, operaciones que han dejado una huella violenta inminente en la humanidad.
Los años dos mil han llegado, Colombia recibe el nuevo milenio tras dos años de la elección del presidente Andrés Pastrana, votación que reflejó ser impulsada por los diálogos con Tirofijo, donde se crean esperanzas en el país ante una hipotética salida negociada al conflicto armado, que lo llevó a una victoriosa segunda vuelta electoral junto al liberal Horacio Serpa.
Los diálogos que se forjaban en intermedio del fuego guerrero, creaban la ilusión en el país de un “acuerdo de paz” entre el gobierno y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, se hablaba de paz en El Caguán y en Europa.
No obstante, la alternativa de un posible “acuerdo de paz” aún era una utopía, puesto que ninguna de las partes estaba dispuesta avanzar. Al mismo tiempo, mientras la violencia del conflicto armado en Colombia era el tema más incidente en los medios de comunicación y la mirada internacional, el pueblo colombiano enfrentaba multiplicidad de actos violentos.
En las regiones del país, especialmente las más apartadas, se seguía privando de la libertad a más personas, y efectuando actos impunes violentos, cuyos protagonistas fueron todos aquellos que sembraron la sombra y crearon el umbrío paradigma de la violencia en el país que por décadas dejaron centenares de víctimas, y que aún viven en silencio las huellas de la guerra.
El barrio
Pamplona Norte de Santander, agosto de 2000. Es lunes y la señora Margarita, como todos los días, se levanta a las 4:00 a.m., enciende su estufa y prepara el café, que con su aroma impregna toda la casa, enciende cuatro veladoras y reza a los santos las plegarias. Luego, se dirige a la cocina a preparar las tradicionales arepas de trigo, acompañadas de un caldo de costilla y un delicioso chocolate para sus dos hijos, Margaret y Gregorio.
El reloj marca las 7:00 a.m., la luz del sol ilumina toda la casa, una de las más antiguas, construida colectivamente por la familia de doña Margarita y apoyados por maestros de construcción, quienes todos los días subían del centro al barrio los insumos y se dividían labores. Al culminar, dieron paso a la cimentación de la cuadra donde está ubicada la casa, en uno de los barrios periféricos del municipio.
Un barrio noble, familiar, donde todos se conocen o son familia. Por ejemplo, don Pedro, el señor de la leche, es primo de don Juan, el señor de la tienda, y a la vez yerno de doña Eustolia, que tiene dos hijos —uno de ellos es el novio de Margaret, la hija de la señora Margarita, en donde han vivido por varios años—.
El hijo
Gregorio tiene 28 años, su estatura es de 1.70, se desempeña como auxiliar de construcción en un proyecto de vivienda en un barrio cerca al centro del municipio, todos los días inicia sus labores sobre las 8:30 a.m. Es reconocido en el barrio, y respetado por su carisma y entusiasmo.
Siempre, al terminar de degustar el desayuno de su madre, pide la bendición, sale de su casa y en el trayecto de bajada del cerro recoge a dos compañeros que comparten su labor, auxiliares de construcción.
Un joven descomplicado, líder, alegre, en su tiempo libre recorre el barrio en bicicleta con sus amigos.
Gregorio, un joven apasionado por el estudio, siempre se destaca en el área de las matemáticas. Cursó primaria y bachillerato, no pudo continuar con sus estudios de educación superior por dificultades económicas, así que decidió contribuir trabajando para contrarrestar estos problemas financieros, sostener los gastos del hogar, a su madre, y ayudar en los estudios de su hermana Margaret. Su mayor deseo, pertenecer al Ejército Nacional de Colombia.
La diligencia
Septiembre de 2001, lunes 8:00 a.m. Doña Margarita recibe a Milena, hija de su hermana Graciela, quien pide cuidarla en la jornada de la mañana. Margaret debe bajar al centro de la ciudad a la misa de su difunto abuelo, entonces pide a Gregorio, quien está en su día de descanso, cuidar a la pequeña.
Son las 11 a.m., doña Margarita regresa de la misa y Gregorio se despide aceleradamente de ella, afirmando que necesita realizar unas diligencias con unos amigos del trabajo y que volverá a la 1:00 p.m., hora del almuerzo en la casa.
Al despedirse, doña Margarita se dispone a preparar el almuerzo a la espera de su hija, quien se encuentra en labores académicas, y su hijo, quien regresará de las diligencias.
La hora del almuerzo llega, el olor de la casa es delicioso: pollo encebollado y sopa de verduras con sustancia de hueso, la favorita de Gregorio.
Margaret llega de clases, su madre cuenta la forma acelerada en la que Gregorio salió de la casa sobre las 11:00 a.m. y pide esperar su llegada para el almuerzo y piensa en la tarde visitar a su comadre Patricia, quien se encuentra delicada de salud, y de paso ir con sus hijos a saludarla. Juntas esperan con la pequeña Milena.
La espera se prolonga a la tarde, la noche, la madrugada y los días posteriores, puesto que Gregorio no regresa.
La búsqueda
Doña Margarita contacta a familiares, amigos y vecinos del barrio, incluso cuatro días después reporta a las autoridades la desaparición de Gregorio, sin recibir respuesta alguna.
Los días se hacen más largos y la búsqueda más intensa. La desaparición de Gregorio pasa a ser el tema de la comunidad del barrio. En medio de los comentarios se escuchaba que en dos localidades periféricas de Pamplona, ubicadas al occidente del municipio, habían asesinado a dos jóvenes y presuntamente los autores eran miembros de las Autodefensas Unidas de Colombia.
Ante los comentarios de los asesinatos, la señora Margarita prolonga su búsqueda en un lugar donde funcionaba el centro de Medicina Legal, sin encontrar rastro de su hijo. Así mismo, se dirige a los centros de reclusión del municipio, donde tampoco encuentra información de Gregorio.
Los días pasan y de Gregorio no se tiene ninguna información. Familiares de doña Margarita y vecinos del barrio se acercan a su casa con incertidumbre, el tema de la desaparición se convierte en miedo y desolación. Ellos sienten que el joven es víctima de los diferentes asesinatos que se mencionan en Pamplona.
Margaret sugiere a su madre dirigirse a los medios de comunicación y pedir información sobre la desaparición. Van a las instalaciones del diario Vanguardia liberal, donde cancelan la suma de veinte mil pesos por anunciar el nombre de Gregorio entre las personas desaparecidas. ¿Qué caracterizaba al joven físicamente para identificarlo? La falta de su dedo índice, que le ocasionó un accidente en sus labores como auxiliar de construcción.
Un anuncio
7:00 a.m., doña Margarita prepara su café, no ha podido dormir plenamente una noche desde la desaparición de su hijo. Las plegarias y súplicas de madrugada solo piden su pronto regreso y que él aún esté con vida.
Pasados días 15 días de la desaparición, los recursos de búsqueda se han agotado, el caso ya está en la Fiscalía y la investigación en lista de espera ante la multiplicidad de casos presentados por desapariciones en la región.
El barrio vive la desaparición de Gregorio en silencio, pues mencionar el acontecimiento genera pánico. Todos saben que doña Margarita y su familia no pasan un buen momento, el miedo de la comunidad está acorde y la expectativa crece ante los anuncios de medios de comunicación que señalan los diferentes caídos.
7:30 a.m., doña Margarita enciende su radio y sintoniza Radio Cariongo, la emisora comunitaria de Pamplona, con la expectativa de saber alguna información sobre su hijo.
7:45 a.m., en el programa de la mañana se anuncia: “Según informaron fuentes policiales es encontrado el cuerpo de un joven de aparente edad de 37 años en el municipio de Chinácota, Norte de Santander. Según autoridades, para su identificación, debido al estado de su cuerpo, es la falta de su dedo índice, para reconocimiento por favor acercarse al centro de control de policía del municipio de Chinácota”.
El encuentro
Tras el anuncio de Radio Cariongo, Margarita junto a su hija realizan diferentes llamadas a familiares y amigos solicitando un préstamo para poder dirigirse al municipio de Chinácota, ubicado a 40 km de Pamplona, en la vía a Cúcuta, ya que no contaban con el dinero para viáticos.
Al llegar a Chinácota, Margarita y su hija se dirigen a la estación de policía, donde cuentan su historia.
Llega el momento del reconocimiento y la situación más insólita para Margarita, quien reconoce y recibe el cuerpo de su hijo en siete partes en una bolsa plástica.
Gregorio fue asesinado y su cuerpo picoteado en siete partes. El hecho se realizó en los alrededores del municipio de Chinácota, donde fue encontrado su cuerpo, lugares en los que era usual encontrar cuerpos de personas asesinadas por “problemas” con las Autodefensas Unidas de Colombia y vínculos con jefes de estado del departamento.
Un adiós
Con ayuda de familiares, el arzobispo de Pamplona y la comunidad del barrio donde habitaba Gregorio se realizó una recolecta de dinero para el traslado del cuerpo, puesto que doña Margarita y su hija no contaban con el dinero para realizar el trámite.
El sepelio de Gregorio se realiza en el salón comunal de barrio, donde toda la comunidad, en un acto solidario, hizo una nueva recolecta para despedir al joven.
Diferentes ofrendas florales adornaron el salón comunal. La comunidad del barrio despidió a un joven líder, lleno de alegría y muy trabajador: el amigo del barrio. Muchos proclamaron desde aquel entonces que Gregorio fue una víctima más de la violencia en Pamplona, del nombrado “paramilitarismo” y las muertes impunes que dejó su accionar.
Dieciocho años después, el caso del joven sigue en proceso de investigación en el Centro Regional de Unidad de Víctimas en ciudad de Cúcuta.
En la actualidad, Margarita es líder comunal del barrio y el amor por su hijo cada día se hace más fuerte. Ella vive en silencio su muerte y reconoce que en su alma habita el espíritu de Gregorio, este grandioso poder es el motivo para vivir cada día.
En memoria de Gregorio, Pamplona Norte de Santander de 2001.