Contrario a lo que se pudiera pensar Graciela Torres está más preparada que cualquiera. Egresada de la Universidad América, facultad que se terminó por una huelga, arrancó su carrera en la Radiodifusora Nacional después de un breve paso como redactora deportiva del diario El Siglo. Allí estuvo cerca del ambiente izquierdoso de los años 80. Acompañaba a sus compañeros de trabajo al Goce Pagano y a Rumbaland y entre los sones de Ismael Rivera y Héctor Lavoe, soñaba con el día en que pudiera montar su propia revista literaria. Las primeras noticias que cubrió no fueron precisamente saber con quién se dejaba de acostar Nelly Moreno o si Carlos Muñoz era o no amante de María Eugenia Dávila, sino que estuvo muy cerca de figuras representativas del Boom latinoamericano como Benedetti, Vargas Llosa o Ernesto Sábato. Sobre el creador de Abadón el exterminador recuerda Graciela que llegaba en las mañanas a la emisora a desayunar con un profundo y contundente trago de aguardiente.
Su trabajo en la sensacionalista revista Vea y sus columnas en el Juan Sin Miedo de El espacio fueron vitales para encontrar su verdadera vocación. Los chismes que rondaban por Inravisión eran demasiado tentadores para una lengua alebrestada como la suya. De un momento a otro empezó a ganarse fama de explosiva. Andrés Salcedo, su compañero en un noticiero del mediodía, fue el que la bautizó como La negra candela debido a que cada vez que ella hablaba el micrófono literalmente echaba humo.
Las rectificaciones y las demandas han sido una constante en los últimos años. Primero fue el escándalo con Don Jediondo. Ella dijo en su programa El lavadero que la cadena de restaurantes que tenía el popular humorista la había adquirido con el dinero de unos socios “De dudosa reputación”. A Pedro Gonzalez le quedó muy fácil demostrar que los únicos socios que estaban con él en el negocio eran su esposa y sus hijos. La chismosa se tuvo que morder la lengua y aclarar el malentendido.
Con Diva Jesurum también tuvo que agachar la cabeza. Alguien le contó que la directora de entretenimiento del Canal Caracol había aprovechado un viaje de trabajo a Miami, en donde entrevistaría al elenco de una nueva película, para llevar a su novio Jair Espitia. Según el chisme, emitido desde El lavadero, a Luis Carlos Vélez le había disgustado profundamente la actitud de la barranquillera. Esta inmediatamente puso el grito en el cielo y demostró que su pareja apenas estaba iniciando trámites para sacar la visa. A Torres no le quedó de otra que volver a rectificar.
En su sed insaciable de raiting y figuración La negra ha cometido un error imperdonable para un escarnecedor profesional: comprobar la veracidad de sus fuentes. Por eso tuvo que pasar por la vergüenza de contradecirse al haber dicho que el diseñador Roberto Cavalli había bajado de la pasarela a la espectacular Adriana Arboleda cuando esta ni siquiera estaba en el desfile señalado. Ahora en septiembre afirmó que Javier Hernández Bonnet había sido atacado por un grupo de hinchas en el amistoso que Colombia perdió contra Brasil en Miami. El periodista deportivo negó el hecho y afirmó que de los fanáticos de la selección sólo ha recibido muestras de cariño “A mí no me ha agredido nadie. Seguramente algunos están escribiendo con el deseo”.
Pero estas embarradas no fueron nada al lado de la que cometió con Natalia Paris. La negra aseguró que la modelo y ahora DJ había sido abucheada en una de sus presentaciones en España. La Diosa paisa no tuvo problemas para comprobar que el concierto a la que hacía referencia Torres ni siquiera se había efectuado. La patética batalla de trinos duró varias semanas. El veredicto es unánime: La negra volvió a perder.
Ahora, enfrentada con La red, esta pionera de la calumnia y el escarnio ve como sus mejores días pasaron hace mucho. El equipo de Frank Solano, mucho más dinámico, moderno, documentado y preparado, les está ganando por paliza. La Negra Candela vive su decadencia absoluta producto de una pésima verificación de sus fuentes y un estilo que en la Colombia de hoy ya parece anacrónico.
El retiro, para bien suyo, parece vislumbrarse a la vuelta de la esquina. Ahora, cuando cuelgue el micrófono, podrá estar junto a sus amados hijos y quien quita que vuelva a poner todos esos discos de Mozart que alguna vez le enseñó a disfrutar su entrañable maestro Otto de Greiff. No nos extrañemos que Graciela Torres se reinvente en un programa de música clásica en la Radiodifusora Nacional de Colombia
En la radio encontró una garita desde donde disparaba sus envenenados dardos a los actores más famosos del momento. Nadie era inmune a sus certeras y venenosas dentelladas. Ni siquiera Carolina Gómez, la mujer de la farándula colombiana más influyente en los años noventa. En plena popularidad de la ex virreina universal de la belleza, La negra le contó al país que su novio, histérico por la constante invasión a la privacidad de los fotógrafos, le había roto la cámara a un paparazzi. Carolina, escandalizada ante el chisme, decidió demandar a Graciela pero al final la chismosa más popular del país pudo comprobar que había dicho la verdad.
Hubo una época en donde La Negra parecía tener no fuentes sino bolitas de cristal que le permitían observar más allá de lo debido. Sus chismes eran irrefutables y siempre parecía salir victoriosa. Hasta los rabiosos e iconoclastas Santiago Moure y Martín de Francisco tuvieron que tragarse los constantes y puntillosos ataques que le hacían. Una tutela instaurada por ella los obligó a retractarse. Para el recuerdo quedó la foto en el que los integrantes de la Tele le dan un besito de desagravio en el mofletudo cachete de Gracielita.
Todo parecía sonreírle a la imprudente más famosa, todo iba bien hasta que ella tomó la decisión de divulgar el video casero en donde se veía a Lully Bossa teniendo relaciones con su novio. La actriz la demandó y la periodista tuvo que morder el polvo. La inhabilitaron durante casi un año y la obligaron a pagar más de 80 millones de pesos. A partir de allí su bolita de cristal se ha empezado a nublar considerablemente.
Igual la Negra sigue estando vigente y forma parte de la farándula criolla. Al fin y al cabo nadie puede contra ella.