La manera de hacer política se ha concentrado en gran medida en la utilización de una estrategia, que sin afán de caer en un reduccionismo economicista, se refiere al establecimiento de barreras que dividan a la sociedad.
Con frecuencia se ha acudido a la división existente entre la derecha y la izquierda, menos anacrónico se ha usado las diferencias entre los de “arriba” y los de “abajo”, y ahora en nuestra particular realidad se ha iniciado la construcción de una nueva frontera social, cuyo objetivo es separar a los indeseables corruptos de los demás ciudadanos incólumes moralmente que luchan desesperados contra ese mal estructural.
Todas estas estrategias parten de una idea, y esta es la del populismo, Marx solía repetir una frase dicha por Víctor Hugo, y es que, nada tiene más fuerza que una idea cuando le ha llegado su hora.
Sin embargo el éxito fundamental de estas estrategias ante nuestras democracias, parten de un cabal entendimiento de la idea populista, que lastimosamente ha sido insulsa e incorrecta al identificarla con la demagogia.
Muchas ya son las voces alarmistas que tildan el populismo de ser una amenaza mortal para la democracia, se ha generado entonces una histeria anti-populista, que generalmente va en contra de aquellos que defienden las ideas de la soberanía popular y la no reducción de la democracia a su componente liberal que se manifiesta en la alternancia de partidos que han aceptado, al considerar que no había más alternativa, a la globalización neoliberal en donde el capital financiero ocupa un papel central desechando la defensa de la igualdad, al ser sustituida por una sociedad de consumo por y para el mercado.
El populismo es necesario, y es que pese a carecer de un contenido de carácter programático por no ser ni una ideología ni un régimen político, es, tal como lo esbozan los postulados de Laclau y Mouffe, la forma más adecuada e importante que tenemos hoy día de recuperar y construir la político a partir de la construcción de nuevos sujetos políticos que parten del pueblo como actor colectivo que busca y es capaz de transformar una realidad social que es vivida como injusta a través, no de la perversión de la democracia sino de su recuperación y ampliación.
Sin embargo, esto mantiene sus dificultades, el discurso que pretende construir un pueblo al regresarle su voz, puede, tal como ha sucedido en la experiencia europea con el ascenso cada vez mayor de Marine Le Pen, o en la desastrosa elección norteamericana de Donald Trump, dirigirse a caminos de regresión en donde los partidos “populistas” de derecha han logrado este objetivo a través de las voces de la xenofobia, el abandono del “otro” o la identificación el de ese “otro” como un enemigo que amenaza la integridad del estado nación.
Ellos han tenido la capacidad de traducir a un lenguaje político los movimientos y manifestaciones de resistencia al fenómeno de oligarquización que ha traído consigo el neoliberalismo, y los movimientos progresistas han caído en el caso error de aceptar el discurso establishment que demoniza el populismo para mantener su postura hegemónica.
En Colombia nos encontramos en un momento histórico, sí, pero peligroso, continuamos en un proceso de reconciliación y gestión de conflictos luego de la firma de un acuerdo de paz, su refrendación y otra serie de acontecimientos políticos considerables, no podemos permitir que la xenofobia, el odio, el machismo y las ínfulas de guerra sea el discurso que cree un nuevo sentido común en la política y en la construcción del pueblo colombiano.
Es ahí justamente donde el populismo es necesario, ya que como se ha visto, no basta la descalificación de esos partidos, la pasión por las aspiraciones democráticas progresistas que defiendan la igualdad y la justicia social son las herramientas necesarias para la construcción de un nuevo pueblo que se encuentre alejado del proyecto neoliberal y que por el contrario busque la profundización de la democracia a través de la federación de las diversas voluntades colectivas y la construcción discursiva de un “nosotros” en contraposición a un “ellos” de fuerzas que aspiran por la desigualdad social, no a través de un populismo antagonista, sino de uno reformista y radical en su búsqueda de recuperación y profundización de los ideales democráticos.
Nuestro momento histórico nos lleva necesariamente a reconocer la necesidad y posibilidad del conflicto como escenario de la política, del antagonismo y el pluralismo para tener la posibilidad como ciudadanos de escoger entre alternativas reales y no camufladas e idénticas en el fondo, retornando a un verdadero uso de la política, y dicho retorno dependerá del modelo populista que salga victorioso, y eso dependerá de nosotros.