"No se ama lo que no se conoce".
“La verdad es que Ciro Robledo nunca supo el favor que me hizo cuando me expulsó del colegio, porque no de otra manera me hubiera convertido en un profesional del Derecho”. Dice muy tranquilo desde su despacho, rodeado de una extensa biblioteca que cubre dos de las tres paredes de su oficina, mientras que por la ventana se divisa una tarde primaveral hasta que un trueno de origen desconocido rompe por un momento el diálogo. “Este clima cada vez está más indescifrable”, dice el redactor como una disculpa al recordar la mojada del día anterior, pero de nuevo se concentra en los libros del fondo, muchos de los cuales, quizá la mayoría, son los textos de consulta de un buen jurista y otros están relacionados con la literatura universal, que dan cuenta de que su dueño es de los pocos conocedores de la historia griega y romana, tanto que cuando los cita parece que hubiera compartido aula con ellos: Sócrates, Tucídides, Suetonio, Aristóteles, Claudio, Platón, Homero, muchos de los cuales quizá ni existieron, como es el caso del este último, un ciego a quien se le atribuye la autoría de los principales poemas épicos griegos que todavía nos acompañan como si hubiesen sido escritos ayer: La Ilíada y La Odisea, por ejemplo.
Me dice que todo comenzó a mediados del año 1983, cuando cursaba el grado 5° de bachillerato en el colegio de El Bagre bajo la rectoría del licenciado Ciro Antonio Robledo Torres, quien había asumido el cargo cuatro años atrás, dispuesto a dirimir las discusiones de la mano de un perrero para aplicar la disciplina que con guantes de sedas y puños de hierro, habían ejercido sus antecesoras, las monjas mexicanas que ya eran historia en el establecimiento.
Era una barra de amigos que estaban dispuestos a comerse el mundo sin saber por dónde empezar y recuerda que de ella hacían parte Rubén Darío Herrera, Gabriel Molina Eusse, Giovanny Romero, Henry Vanegas Ospino, Carmen Mercado, Víctor Sajonero y otros más que de alguna manera se caracterizaban por exponer sus causas de manera franca y directa y de comenzar a derribar muchas barreras que a decir de ellos, se constituían en algo así como la negación de sus aspiraciones juveniles. Esto, por supuesto, comenzó a generar serias sospechas dentro de los profesores que no veían de buena manera que sus alumnos se pudieran salir del redil en donde los habían ubicado para que el colegio no se viera sorprendido por cualquier acto de indisciplina. Lo que los distanciaba de aquella autoridad, era que la ejercía como un autócrata, que en palabras castizas define a una persona que ejerce por sí sola la autoridad suprema en un Estado o en este caso, en el colegio de un pueblo que por aquellos años gozaba de buena salud y que de vez en cuando era sorprendido por un ataque guerrillero o por cualquier otro acontecimiento que en todo caso servía para alimentar la imaginación de sus pobladores.
“El hábito de fumar, uno de los que todavía eran tolerados en la sociedad, lo adquirimos en aquellos años y no éramos conscientes de que este hecho fuera asociado a otros vicios como alguna voz nos endilgaron al extremo de recibir un severo regaño de mi papá”, Tomás Camilo Ospina, un señor al que todos conocimos en El Bagre por su bonhomía y por su dedicación a vender ilusiones – léase loterías, chances y juegos de azar.
La verdad es que dentro de las tantas prohibiciones a los que nos sometía el régimen de Ciro Robledo era la de no permitirnos reuniones por fuera de las jornadas académicas, y recuerdo que una tarde me llamó la atención de una manera tan severa que no me tocó otro camino que decirle que si el colegio era de su propiedad. Incluso no toleraba la manera de pensar de aquel grupo que buscaba por los medios pacíficos ejercer a plenitud los años de la adolescencia en donde queríamos vestirnos a nuestro modo, usar el cabello al libre albedrío, cosas tan banales, pero que ameritó de su parte convocar una reunión de padres de familia para tomar los correctivos del caso.
En otras palabras, lo que quería aquel grupo era hacer realidad algo que estaba dentro de los reglamentos de la institución, el cual era conformar un Consejo Estudiantil en donde pudiéramos tener nuestra propia voz y ser un canal de mediación entre los estudiantes y los docentes, nada por fuera de lo normal, pero aquello generó toda suerte de enfrentamientos entre quienes no querían ese instrumento, pero hubo profesores que nos apoyaron como doña Noelia y Francisco Pacho Escobar, que incluso nos facilitaba los cigarrillos que no estaban al alcance del bolsillo.
Ocurrió un suceso que nos llevó a pensar que estábamos en un claro riesgo de que nos cancelaran la matrícula para el sexto año, y fue una sanción que nos aplicaron, de una semana sin asistir a las clases, lo que precipitó la ocurrencia de una serie de episodios en lo que restaba en aquel año porque era claro que ya no seríamos recibidos. Era el mes de abril y se nos ocurrió la idea de organizar un banquete para recoger fondos para una excursión de mitad de año, contraviniendo la costumbre de hacerla una vez tuviéramos el título de bachiller y en todo caso, a finales del año. Asistieron a la convocatoria lo que pudiéramos decir las “fuerzas vivas” del municipio, desde el más alto empleado y directivo de la compañía minera, la administración municipal, comerciantes de prestigio y el pueblo en general, que con sus aportes facilitaron nuestro viaje a Cartagena aquel mes de junio. El único que no estuvo en la mesa de honor fue, por supuesto, Ciro Robledo.
Fue tal el éxito de aquel banquete que nos alcanzó para hacerles una fiesta a los compañeros que no pudieron ir a la excursión, cuyos padres no les permitieron viajar bajo las amenazas del rector, con el argumento de que era promovido por una partida de marihuaneros, de pelo largo y que no obedecían a unas normas que eran catalogadas como arbitrarias, y en todo caso ajenas a un colegio de carácter público. No es el momento para traer a cuento las dificultades y los calificativos que nos aplicaron, incluso nos decían la escoria del liceo, creando con ello un ambiente pesado para el segundo semestre de estudios y sin ninguna posibilidad de poner en marcha el Consejo Estudiantil.
Al final pudimos sortear los obstáculos, con una disciplina digna de algún reo, pero con las materias aprobadas, y se nos dio por poner un aviso a la entrada del salón que decía “Silencio, sabios en reposo” y recuerdo una anécdota y era que uno de los profesores, Manuel Tovar Ruiz, en solidaridad con nosotros dejaba de dictar la clase correspondiente a fin de que los expulsados no sufrieran retrasos. Total que aquella lista de estudiantes no pudimos acceder a un cupo para el sexto año y muchos nos vimos en la obligación de viajar a Medellín para concluir el bachillerato, lo que significaba, en mi caso, un esfuerzo descomunal de parte de mi padre cuya actividad laboral no le permitía semejante sacrificio.
Muchos años después de aquellos sucesos y con el título de abogado de la Universidad Autónoma Latinoamericana colgado en mi primera oficina, recibí una visita que no estaba en mi agenda. Iba el profesor Florentino Madera y Ciro Robledo, a quien le noté de entrada que estaba prevenido conmigo. Entonces nos fundimos en un abrazo y le ofrecí asiento al tiempo que le di las gracias porque fue producto de todos esos episodios los que me permitieron hacer realidad el sueño de convertirme en profesional, y sobre todo en una disciplina que siempre he admirado como es la aplicación de la justicia. La reunión, es bueno decirlo, estuvo acompañada de unos buenos tragos de whisky.
Hoy, en medio de las celebraciones de los 55 años de actividades del colegio, tengo los mejores recuerdos y logré entender que aquellos actos de petulancia y de orgullo de parte de las directivas fueron el mejor incentivo para no desfallecer en nuestros propósitos y el rector me dio en parte la razón cuando me ofreció sus disculpas y señalar que fue ese grupo de estudiantes el que lo marcó y que de vez en cuando añoraba la rebeldía de aquellos jóvenes del 5 de bachillerato de 1983, que no dieron el brazo a torcer y nunca se descarriaron como lo llegaron a suponer aquellos profetas del desastre.
"En muy escasas ocasiones voy a El Bagre, en donde a decir verdad no dejé muchos amigos y ahora que la población ha crecido tanto en su número es más difícil encontrar a los de la vieja guardia, pero en general tengo hermosos recuerdos de cuando en vida mi papá me aconsejaba y que, como todo padre, tenía la ilusión de ver a su hijo convertido en una persona de bien y antes de que se marchara a la otra dimensión, el 30 de noviembre del 2001, yo estaba muy avanzado en mi carrera. Mi madre, Cecilia Estella Dederlé, había muerto antes, el 25 de febrero de 1989. Aquí seguimos en la lucha diaria mis hermanos, Luis Roberto, Rubén Darío y Liliana Cecilia, porque el mayor de la familia, Camilo Arturo, falleció el 7 de junio del 2021 víctima del COVID-19".
"Al unirme a los actos de las Bodas de Esmeralda de la Institución Educativa El Bagre, solo espero que estas nuevas generaciones sepan darle el valor que merece la educación y que siempre luchen por aquellos ideales que aun cuando para algunos son sueños de juventud, a la larga son el mejor aliciente y la invitación para no abandonarlos, porque de ellos depende el futuro de nosotros. Repito, si el señor Ciro no me hubiera expulsado, este diploma que vez allí no hubiera hecho parte de mi maleta de viaje", dice al despedirnos Pedro Nel Ospina Dederlé y saber que los truenos de la tarde se esfumaron para convertirse en una noche llena de estrellas en este febrero de carnaval.