Las orillas de la paz y de la guerra…
Opinión

Las orillas de la paz y de la guerra…

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agosto 11, 2014
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Cada vez que se derriba una torre de energía eléctrica, que se apaga la vida de niños y buenos ciudadanos, que se deja sin agua a una comunidad, que atacan o amenazan la integridad de la gente, cada vez que las Farc derraman combustible sobre las cuencas hidrográficas de nuestras selvas, se van diluyendo los argumentos de quienes defienden los diálogos, porque sus escuderos se van quedando sin palabras.

Sobre las mesas de los hogares colombianos, o en cualquier escenario de la vida nacional se opina sobre el proceso de paz que se desarrolla en La Habana y a pesar de las frustraciones, ansiedades y complejidades que generan los mecanismos políticos para acordar la terminación del conflicto, en una de las orillas de la opinión nacional permanecen quienes a ultranza respaldan los diálogos.

Por las lecciones aprendidas del Caguán, se entiende que negociar en medio del conflicto significa que sigue la confrontación hasta que se logren acuerdos definitivos. Mientras se mantenga la premisa de “nada está acordado, hasta que todo esté acordado”, el gobierno seguirá cumpliendo el mandato de enfrentar a quien amenace la población y sus instituciones, asumiendo el costo político que sube como la espuma por la respuesta asimétrica de las guerrillas y las ambigüedades en los lenguajes que nada bien le hacen al proceso, porque mientras se dialoga, las guerrillas cometen excesos contra las libertades ciudadanas.

Sectores de opinión afirman que si las guerrillas cometen acciones armadas, es por reacción a las operaciones de la fuerza pública, a quienes señalan como las que generan desplazamientos y violan derechos ciudadanos; desde esas percepciones piden cese bilateral del fuego. Con todos sus juicios, esta orilla defiende la paz desde su bosque de cuestionamientos.

Para otra orilla de la opinión, la fuerza pública es un actor armado como las Farc y la ponen al mismo nivel de las guerrillas desconociendo que están legítimamente constituidas para defender el territorio nacional.

Ciertamente, los soldados y policías de Colombia están cumpliendo su deber constitucional, y desde su orilla han soportado como otras víctimas del conflicto, delitos atroces como el secuestro y la tortura. Varios miembros de la fuerza pública están privados de la libertad, mientras exguerrilleros amparados por amnistías debaten sobre el escenario público.

En otra orilla se encuentran quienes, rechazan de plano los diálogos con las Farc, poniendo de presente que con narcoterroristas no se negocia; reclaman que el gobierno se postró ante el castrochavismo y para darle gusto a las guerrillas le puso freno de mano a la fuerza pública; todos los jefes de las guerrillas deben ser encarcelados y no podrán ocupar cargos públicos. Desde esta orilla las Farc deben ser exterminadas bajo el peso de toneladas de plomo.

Y en la orilla del frente de batalla con trompetillas y cilindros humeantes, se encuentran las guerrillas, acusando al sistema y al establecimiento como responsables de todos los males históricos de los colombianos; se presentan como las redentoras que transformarán el país. No son victimarios; las víctimas son ellos; para los camaradas las víctimas civiles son producto del conflicto armado; sus secuestrados son simples retenidos de la guerra; impactan blancos civiles rompiendo principios de la negociación, y hasta ahora no hay asomos de arrepentimiento, ni responden por los estragos de sus hombres.

Desde las diversas orillas de la paz y de la guerra, nos acusamos, nos ofendemos, y condicionamos; echamos leña al fuego y tendemos trampas. Este gobierno en su segunda oportunidad tendrá que resolver el "cómo" refrendar y materializar lo que se acuerde, y “cómo” romper las dinámicas del poder que no han podido hasta ahora transformar territorios pequeños y sin guerrillas como Montes de María o reconstruir un poblado como Gramalote. El reto de hacer que las cosas pasen en los territorios, es más grande de lo que pensamos.

En el corazón de los colombianos hay disposición a perdonar, pero no sobre la cizaña; en el país se habla de guerra y de moral en la misma frase y esa dicotomía amenaza los esfuerzos de la paz, porque nos ancla sobre la orilla que siente la necesidad de mantenerse en guerra.

No aprendimos que la guerra se convierte en inhumana cuando esta se trasforma en un oficio; por eso, cuando hay que hacer lo que sea para ganarla, es preciso pararla, porque de lo contrario seguiremos con el reguero de excesos que deterioran nuestra democracia.

La solución al conflicto con las guerrillas parece ir por buen camino; pero antes de cruzar la meta debemos superar los escollos que se agitan desde todas las orillas de la paz y de la guerra, para cauterizar las heridas, sofocar los deseos de venganza y contener definitivamente la producción de víctimas.

 

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