Las omisiones de Santos en la Asamblea General de la ONU

Las omisiones de Santos en la Asamblea General de la ONU

"A nuestro Presidente se le olvidó decir que los grupos armados han sobrevivido a décadas de conflicto por la intimidación que han generado"

Por: Yeison Gualdrón
septiembre 22, 2016
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Las omisiones de Santos en la Asamblea General de la ONU

No hay espécimen más desmemoriado que los “dirigentes” colombianos. Es como si todas las mañanas, después del desayuno, tomarán píldoras para olvidar. A Álvaro Uribe Vélez, por ejemplo, se le olvidó los ofrecimientos que les hizo a las Farc, en participación política, cuando él era presidente; a la senadora Paloma Valencia se le olvidó que era pecado hacerle memes al Sagrado Corazón de Jesús a la vez que se perdió las telenovelas y series —de seguro veía las de otro canal— en las que por encimita mostraban que el matón de Pablo Escobar llegó al Congreso de la República, donde ella está ahora, diciendo y cometiendo burradas.

Al vicepresidente Germán Vargas Lleras, por otro lado, olvida hacerle proselitismo diario al Plebiscito por la Paz y al general Alberto José Mejía, comandante del Ejército Nacional, se le olvidó que no derrotaron a las Farc, que no ganaron la guerra, que esa guerrilla se adueñó de territorios en donde el Estado colombiano nunca tuvo control territorial ni presencia institucional.

Ahora, como si fuera poco, el presidente Juan Manuel Santos olvidó, en su discurso del pasado miércoles en la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas, decirle al resto de sus colegas  que en Colombia aún existen otras guerrillas y grupos paramilitares que se autoproclaman “defensoras del pueblo” y que están dispuestas a tomarse el poder y a luchar, dejando a su paso sangre y muerte, con tal de defender sus "ideas de país", tal cual lo hicieron, por más de medio siglo, la guerrilla comunista con la que se negoció en La Habana, Cuba.

No, y que lo sepa el mundo, en Colombia la guerra no ha acabado y no veo que en poco tiempo, tenga fin. Lo que se logró fue un acuerdo con el más grande narco-ejército subversivo y letal que ha tenido la historia de Latinoamérica.

Pero quedan otros. Disidentes de otros procesos de paz, como los de las Autodefensas Unidas de Colombia que bajo la sombra y el poder de alias ‘Otoniel’, el hombre más buscado por las autoridades de Colombia en la actualidad —Timochenko y sus compinches, de seguro, ya salieron de la lista—, pretenden acceder a beneficios judiciales haciéndose pasar por grupos políticos armados que defienden a la gente de Antioquia, Córdoba y Bolívar, mientras, en realidad, trafican con drogas e inmigrantes en las fronteras del noroccidente colombiano.

También queda el Eln, el famoso Ejército de Liberación Nacional que, de aprobarse el plebiscito, pasará a ser la guerrilla más vieja de América Latina, parida en la década de los 60 por universitarios y campesinos que no encontraron asidero en ninguno de los otros grupos armados que ya se adueñaban de montañas y pequeños pueblos. Lo importante era la ‘lucha’ y en ese momento, cuando el Estado fungía como verdugo contra el pueblo, estos aprovecharon para acercar a intelectuales y estudiantes que creyeron que con el secuestro, las balas y minas antipersona aportarían más a Colombia que con sus ideas.

El Eln tiene presencia y control territorial en amplias zonas del Chocó, Antioquia y Arauca y me parece extraño que Santos, después de haber sido ministro de Defensa de Uribe para luego sucederlo durante dos periodos en la presidencia, haya tenido esa laguna mental. Pero la extrañeza de nada sirve en este país, sirve el olvido conveniente.

Santos se atrevió a decir en la ONU que "la guerra más larga del continente había terminado", pero no mencionó estos grupos armados que no por nada han sobrevivido a décadas de conflicto armado, teniendo una suerte de soberanía, ganada con intimidación, en los territorios que son estratégicos para ellos.

Es claro que el presidente ya está repartiendo su currículum vitae, ya casi se queda sin empleo y, además de anhelar el Premio Nobel de la Paz, estará buscando trabajo en alguna organización internacional, y no tengo dudas que preferiría un cargo directivo en la ONU que presidir la desprestigiada Organización de Estados Americanos (OEA), donde terminan trabajando los peores expresidentes del mundo que, por cierto, son los de América Latina, excepto algunos cuantos.

No puedo asegurar otra cosa: que fue por desinformar al resto de los presidentes que asistieron a Nueva York o por descrestar a Barack Obama que lo elogió durante su discurso en la asamblea, pero mientras Santos decía que en Colombia ya no había guerra, el fiscal general de la Nación, Néstor Humberto Martínez, denunciaba que el Eln se estaba desplazando a las áreas que las Farc ya abandonaron y que, no por casualidad, están atestadas de coca. ¿Será que al fiscal se le pasó por alto informarle de eso al ‘presi’? Un olvido más o un olvido menos, eso qué importa.

Sin embargo, me asalta una duda: ¿estará bien que Santos subestime al enemigo de esa manera? Subestimar a ejércitos entrenados para secuestrar, extorsionar y traficar cocaína no ha salido del todo bien.

Uribe prometió acabar con las Farc, pero solo logró que éstas se afianzarán en las zonas que dejaron los grupos paramilitares tras el proceso de paz de principios del 2000 y, fue tanto así, que en la negociación con el actual gobierno sacaron provecho de esa ventaja para blindarse ante la justicia y participar en política en los próximos ocho años sin mayores inconvenientes, mientras a los colombianos se les olvidan los delitos que cometieron.

Santos no solo omitió eso —no sé si por falta de tiempo o por no quedar mal ante sus homólogos—, también dejó de lado la polarización del país frente a lo acordado con las Farc.

La mayoría quisiera decirle ‘Si’ a la terminación del conflicto armado —según las encuestas que han contratado los grandes medios— pero muchos no quieren embutirse algunos puntos del acuerdo que son intragables y que los ponen en la línea de la contradicción: se quiere la paz, pero se desea a la vez justicia, que los criminales paguen por lo que hicieron, tanto los que planearon, ordenaron como los que ejecutaron los crímenes que dejaron cicatrices en la sociedad colombiana, esas cicatrices que no se desvanecen y que no se van de la memoria como si lo hacen las palabras de los olvidadizos políticos colombianos.

 

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