Jaime Ávila Ferrer ha sido un artista que calcula territorios geográficos donde se juntan condiciones humanas. En fotografía se inventó los metros cúbicos de pobreza en diferentes ciudades. Después empezó una serie de cajas donde el tiempo humano estaba enmarcado en unas cajas de luz donde las redes eléctricas siguen los perímetros urbanos. Ahora, en la nueva la Galería Nueveochenta (Diagonal 68 # 12-42) presenta sus dibujos de paisajes nocturnos con el título de Cuidad Perdida. En sus ecuaciones se juntan conceptos como la ciudad de los indios koguis, las siembras de la droga, y la ciudad.
La sola ambigüedad de títulos nos muestra las diferentes instancias en que se mueve el artista. Metáforas donde se dicen cosas. La entrada con el título en palabras doradas pueden ser un una lápida o unas palabras en una noche estrellada.
Siempre son historias nocturnas que esconden la vida. Las obras realizadas en piroxilina (pintura de carro) logra que el negro quede sellado en un negro oscuro, después viene tinta china para darle matices a los paisajes de ficción y el acrílico blanco —que a la manera puntillista— deja en gotas de luz que construyen un universo urbano con sus códigos citadinos.
Todo en blanco y negro con sus matices en grises. Formatos irregulares. Polípticos de 12 piezas que forman una obra de gran formato. Otras, también irregulares tienen un platanal que nos habla del clima en primer plano en cautiverio mientras detrás se ilumina una ilusión urbana. Otras son columnas que recrean la zona cafetera. Lo orgánico hace parte de un componente, lo geográfico una unión de ficciones que son realidad mientras conviven la droga y el mundo.
Ahora las intervenciones tienen que ver con propiedades anoréxicas dentro de la construcción-reconstrucción de las imágenes porque la obra responde a un orden heterogéneo que propone y dispone de lo real–irreal de un mapa que denuncia sin hablar porque existen mil métodos para intuir las culturas de un lenguaje.