Las guerras y la crueldad que ha vivido el mundo moderno (sin decir que antes no hubiera tales situaciones) ha quedado retratada en miles de documentos, que desde diferentes enfoques pretenden profundizar la realidad de lo ocurrido. En este mar de fuentes, merece un lugar privilegiado los testimonios de las víctimas y en especial si son infantes.
La conocida Anna Frank nos legó sus vivencias de la segunda guerra mundial desde un escondite en Ámsterdam a donde ella y su familia judía habían huido para escapar de los nazis. Con solo trece años, esta niña transmitió asincrónicamente para el mundo un testimonio judío sobre los horrores de la ocupación nazi, sin desprenderse de sus cuestionamientos e ilusiones adolescentes. Como se sabe, Anna murió a los quince años en un campo de concentración y hoy día su diario se puede leer en 70 idiomas. Sin embargo, el mundo sigue siendo el lugar de guerras, ocupaciones, exterminios y por fortuna, también un lugar con luces de esperanza.
En el año 2009 cuando una parte del mundo se conmovía (otra parte solo lo ignoraba) con las medidas opresivas impuestas por los talibanes en el norte de Pakistán, Malala Yousafzai, una niña de 11 años (motivada por sus padres, hay que decirlo), empezó a contar en un blog para la BBC la situación de las niñas que ya no podían ir a la escuela, de los centros de educación que habían sido volados y del temor generalizado de la población por el nivel de violencia alcanzado por el régimen talibán. Sus valientes manifestaciones le valieron un atentado en 2012 y el exilio de su natal Pakistán, pero también el reconocimiento en diferentes premios incluyendo el Nobel de paz en 2014 a sus 17 años y el ser inspiración para miles de niñas que aun hoy ven negado su derecho a la educación.
En septiembre de este año, Bana Alabed, una niña siria de 7 años empezó a publicar en la cuenta de twitter manejada por su mamá, una serie de llamados urgentes a la comunidad internacional para que medien en el conflicto entre los rebeldes y el gobierno de Bashar Al-Ásad. Aunque la veracidad de la cuenta ya ha sido puesta en duda por algunos medios, no es posible hacer lo mismo con las imágenes de destrucción de ciudades, muertos, heridos, desplazados y refugiados que son la realidad de miles de niños en Siria, sean Bana o no.
En todos los casos el drama es real y la necesidad de expresar se muestra como una esperanza que habla de la valentía de sus autoras. Aparte de solidaridad, el mensaje puede ser entendido como un llamado a educar en la criticidad, en la lectura de la realidad y en el uso de los medios de comunicación que en esta época casi todos tenemos al alcance.