Varias naciones han preferido no tomar medidas tan drásticas para combatir las graves consecuencias que conlleva la pandemia del coronavirus, a favor de una protección a su economía. Las consecuencias han sido nefastas. La propagación de este brote viral va en aumento, tanto en número de infectados como en muertes. A pesar que ya se habla de 700.000 casos y 33.000 fallecidos, los mandatarios lidian en cuál directriz seguir para que la balanza se equilibre al menos y no se ponga a riesgo de contaminación a millones de personas.
Gobernantes que no reaccionaron a tiempo, hoy sufren las consecuencias más funestas. Varios países europeos se apartaron de las recomendaciones del máximo rector de la salud, como es la Organización Mundial de la Salud (OMS), que insiste en el aislamiento social como medida de contener la enfermedad. Los asiáticos impusieron medidas más extremas y reaccionaron con rapidez.
A pesar de ello, otros mandatarios siguen en la idea que la mejor forma de seguir con el día a día es ignorar o convivir con el COVID-19, sin importar las secuelas que esto pueda llevar. Las medidas restrictivas, como el aislamiento social, no son alternativa para ellos. La economía convulsiona y ya se habla que habrá recesión. El mundo tiembla ante las cifras que se ven venir y el colapso generalizado de las economías provocará, entre otras consecuencias, supresión de trabajos, descenso de la producción y bajo consumo.
Ya empieza a sentirse el impacto de la economía a nivel global. Los inversionistas internacionales prefieren otras alternativas como bonos del gobierno a largo plazo, en vez de mercados de valores negociables afectando la emisión, colocación y distribución que operan sobre la renta variable y la renta fija. Se retirarán de los mercados emergentes. El precio del petróleo se desplomará, inevitable la depreciación y devaluación de la moneda, aumento de la inflación, desempleo, incremento de los precios del sector agropecuario, de servicios, industrial, transporte y comercio general. La deuda externa que cada país tiene se verá afectada considerablemente. Seguramente pedirán plazos más largos, refinanciación, periodo de carencia o simplemente dejar de pagar. Otras naciones solicitarán líneas de emergencia al Fondo Monetario Internacional (FMI). Ni qué decir del endeudamiento de las empresas que se verán en la imperiosa necesidad de solicitar líneas de crédito y muchas de ellas se declararán en quiebra.
El panorama no es nada halagador. La economía mundial se desacelerá y repercutirá en todos los ámbitos. Ante la crisis, se recurrirá a recortes presupuestales y reformas tributarias. El Eurogrupo, órgano informal donde se reúnen los ministros de Economía y Finanzas de la Unión Europea, acordaron 800.000 millones de euros y una reserva adicional de 240.000 millones para afrontar la emergencia. El Congreso de los Estados Unidos aprobó 2 billones de dólares para contrarrestar el impacto económico. Los países asiáticos de igual manera realizan esfuerzos para enfrentar el impacto económico con inyecciones de liquidez, recortes de tasas de interés y paquetes de beneficios. China y Rusia inyectarán cientos de miles de millones de dólares para implementar acciones de contingencias. Igual pasa en todas las latitudes del mundo.
El dilema, entonces, es cómo salvaguardar los intereses económicos conviviendo con la pandemia de la COVID-19 por un período que se estima en año o año y medio, mientras se encuentre una vacuna eficaz y sea suministrada a una población mundial que ronda los 7.500 millones de habitantes.