Hoy en día, manejar la tecnología es fundamental para enfrentar nuevos retos, sacarle mayor provecho a las herramientas disponibles y comunicarnos de una manera más rápida. No en vano, en estos tiempos de pandemia y confinamiento, las diferentes aplicaciones han sido nuestros ojos ante el mundo.
Con eso en mente, ahora el desafío de la educación es inmenso: lograr instruir a millones de niños, niñas y/o adolescentes sin tener la presencialidad de ellos en los centros educativos. De hecho, es un duelo al que a lo mejor ningún maestro de la actualidad se había enfrentado antes.
Así pues, con el afán de cumplir este nuevo reto hemos acudido a las herramientas virtuales por su efectiva comunicación a pesar de la distancia. Videos, mensajes, documentos, imágenes, conferencias y demás maravillas se pueden compartir a través de ellas. En consecuencia, Zoom, Meet, Facebook, WhatsApp, entre otras, han sido algunas de las herramientas que las instituciones educativas han usado para cumplir con sus labores.
Ahora bien, quiero enfocar mi escrito en aquella mínima población que se quiere educar, pero que no tiene acceso a ninguna de estas herramientas tecnológicas, porque en su casa la licuadora, el televisor o el viejo son lo más cercano que tienen a la tecnología. Y entonces me hago unas preguntas: ¿podrán en algún momento, en medio de este confinamiento, tener al menos un mínimo contacto con alguna herramienta tecnológica que les ayude a acercarse a la escuela?, ¿podrían asemejar esto con un estudiante en condición de discapacidad en una clase de Educación Física?, ¿esto es una necesidad educativa especial?
Creo que es necesario ajustar nuestras estrategias educativas con el fin de no afectar cognitiva ni emocionalmente a los educandos, brindándoles horarios flexibles y largos plazos para el desarrollo de las actividades propuestas. Si se evalúa la población en su conjunto se podrían generar estrategias que puedan acercarnos a llegar al 100% de los estudiantes.
Además, hay que recordar que las condiciones fueron unas antes del confinamiento y otras totalmente diferentes ahora: familias sin empleos, hambre, insomnio, aislamiento social, afecciones en la salud, entre muchas otras que conllevan a una activación emocional elevada y a su vez ocasionar una alta irritabilidad, aumentando los índices de violencia familiar. Todo esto sumado a la frustración educativa podría ocasionar una bomba de tiempo que no quisiéramos que estallara.
Mi llamado es a poner en práctica los valores de la empatía y la solidaridad, generando espacios cordiales. Que nadie se sienta aislado ni excluido de las actividades escolares por no tener acceso inmediato a las nuevas tecnologías, que integremos a la familia, que rescatemos los valores de casa, que creemos espacios de diversión y esparcimiento. En términos generales, “seamos parte de la solución y no del problema”.