En su columna semanal, la investigadora Florence Thomas aborda una situación que ha sido viral en las redes sociales: la distribución de varios videos en los cuales aparece el señor Félix García Chabur sosteniendo sexo con diversas mujeres. Los videos fueron tomados sin el consentimiento de ellas, incluso hay una menor de edad.
Pues bien, Florence hace énfasis en la forma en que las redes sociales se han ensañado con estas mujeres catalogándolas de lo peor, en una especie de espiral misógino-machista en la cual ellas son culpadas por la situación y el hombre pasa a ser el héroe. Esto no es nuevo, Colombia es un país misógino, uno que siempre ha visto a la mujer como un accesorio, una ciudadana de segunda a la que se le exige un comportamiento y unas reglas en contravía de la propia constitución que reza: los hombres y mujeres son iguales ante la ley, no habrá discriminación.
¡Mentiras! Letra muerta. La mujer en Colombia es una ciudadana de segunda, en el imaginario popular los hombres tienen más derechos que deberes y las mujeres más deberes que derechos. En el Caribe colombiano la situación es lamentable. Por ejemplo, el año pasado circuló en el municipio de El Copey un panfleto que “acusaba” de infidelidad a un grupo de mujeres. Y aunque muchas de las supuestas infidelidades también involucraban a hombres casados, este hacía énfasis en la supuesta infidelidad de las mujeres, descargando sobre ellas todo el foco de atención. “Las cachonas” decía en buena parte del volante que circuló de manera masiva en el pueblo. Ahora bien, ¿quién gasta tiempo en hacer circular esta información?, ¿cuál es el objetivo de esto?
En semanas anteriores, circuló en Urumita, La Guajira, un panfleto similar al de El Copey. Otra lista de supuestas “cachonas”. En ambos escritos estaba implícito un mensaje: si quieres perjudicar a una mujer en la región Caribe saca una información diciendo que es infiel. En ambos casos, tanto en El Copey como en Urumita, varias de estas mujeres tuvieron que irse del pueblo, otras rompieron relaciones estables y otras soportaron durante semanas y meses (aún lo hacen) el escarnio público, la maledicencia y habladurías de una sociedad en la cual la vida de la mujer está fuertemente reglamentada y vigilada. Muy pocos cuestionaron la supuesta infidelidad de los hombres ahí mencionados, nadie los sometió a escarnio. Por el contrario, se hicieron comentarios jocosos y se exaltó el hecho de que aún (los mayores) tuvieran el vigor de tener esposa y amante. En pocas palabras se les celebró su supuesta infidelidad.
A las mujeres no les dieron el beneficio de la duda. Ni siquiera los medios —cuyos periodistas reciben con frecuencia capacitación sobre equidad de género y nuevas formas de utilizar el lenguaje para evitar la discriminación— fueron capaces de reflexionar y entender que la distribución y publicidad de panfletos como esos solo contribuye a perpetuar los imaginarios machistas de que la vida de las mujeres está reglamentada y de que cualquier asomo de beligerancia por parte de ellas es fuertemente castigado por una sociedad que aún no entiende que la mujer tiene los mismos derechos que los hombres, que es un ser humano complejo como lo es el hombre y que tiene derecho a “salirse” de los cánones establecidos por una sociedad patriarcal y misógina que siempre ha visto como un ser débil, que debe estar sometido a la tutela del hombre.
La situación se agrava con un ingrediente adicional: la religiosidad de la región que acrecienta estos estereotipos. Desde los púlpitos los sacerdotes ayudan y en mayor medida los pastores, que son los nuevos guardianes de la moral en la región (a propósito, se multiplican como conejos, en cada esquina surge de repente una nueva iglesia que no difiere mucho de las centenares que hay, solo con una que otra variación en la doctrina, pero que al final lo que busca es generar miedo en la gente para que, ésta, en su desesperación acuda en masas a sus cultos y naturalmente deje parte de su salario en las arcas del “pastor”). Allí se hace énfasis en mirar a la mujer como el "vaso débil", sin dejar la idea de que solo seremos dignas y decentes si somos esposas y madres, si respetamos a la cabeza del hogar, que según la iglesia es el hombre.
Cualquier mujer que decida no hacer parte del canon establecido (que no quiera ser madre, que no le interese casarse, que opte por una profesión no convencional, que esté de acuerdo con el aborto, que sea dueña de su espacio y tiempo, que sea lesbiana) será el foco de las habladurías de esta sociedad hipócrita y pacata que endiosa a cantantes asesinos de mujeres y acordeoneros violadores, pero que al mismo tiempo señala a la mujer que decide ser independiente y pelear por un espacio en la vida pública de este país.
Desde el gobierno nacional poco es lo que se hace para tumbar estos viejos paradigmas que promueven la violencia de género. De hecho, las estadísticas muestran un aumento de los feminicidios y del acoso laboral y sexual. Y desde las regiones la situación es mucho más preocupante. En el caso específico de Valledupar no hay una política pública que busque trabajar por el empoderamiento de las mujeres y contra la discriminación, lo que se hace siempre está enmarcado desde la religiosidad: la administración municipal trabaja en el imaginario de una mujer madre, abnegada, trabajando en empleos tradicionales, creyente. Por eso tiene distribuidas varias vallas a lo largo de la ciudad con una foto de la "familia perfecta": papá (que manda) junto a una mujer-mamá (que está allí detrás de los éxitos del marido, aplaudiéndolo en todo).
Esta realidad solo se cambia con voluntad política y el trabajo de los colectivos de mujeres que trabajan con ahínco para tumbar viejos estereotipos y construcciones culturales que limitan y entorpecen el empoderamiento de las mujeres. Es importante que los medios como parte de su responsabilidad social se vinculen enviando mensajes contra la discriminación, el machismo y toda forma de inequidad de género que limite la participación de las mujeres en la vida pública y social de su región y el país.