Desde Paipa y sus alrededores, llegaron cientos de almojábanas al Congreso de la República. Mujeres de la región las prepararon con harina de maíz y mucha cuajada. Antes de los debates cruciales en Cámara y Senado para aprobar en Plan Nacional de Desarrollo, cada congresista recibió una con un mensaje incluido que lo alentaba a apoyar las propuestas de las mujeres del campo.
Con un proceso de incidencia, organizaciones de mujeres lograron que se aprobaran dos artículos esperanzadores. Uno de ellos promete una Política de mujer rural. Se diseñará con la participación de sus organizaciones y buscará superar las brechas entre las mujeres del campo y de las ciudades, que son muchas. Y para que exista un doliente, así como presupuesto, el otro artículo facultó al gobierno para crear una Dirección de Mujer Rural responsable de desarrollar esta política.
Este logro no fue solo “cuestión de almojábana”. Unidas por necesidades comunes, pero también por un fuerte entusiasmo, mujeres representantes de 150 organizaciones comenzaron a trabajar desde el año pasado en las propuestas concretas para el Plan Nacional de Desarrollo.
A pesar de un diálogo fluido con la Consejería Presidencial para la Equidad de la Mujer, el gobierno no incluyó sus propuestas en el articulado que le entregó al Congreso.
Sin desanimarse, las mujeres comenzaron una estrategia de incidencia en el Capitolio. En un desayuno con la bancada de mujeres del Congreso expusieron sus propuestas. Se encontraron con el compromiso de Representantes y Senadoras, entre ellas Ángela María Robledo, Clara Rojas, Myriam Paredes y Olga Velásquez. La Senadora Claudia López les ofreció su oficina y su equipo para redactar sus propuestas en forma de artículos, cuenta Matilde Mora de la Asociación de Mujeres Campesinas. La Representante Flora Perdomo, presidenta de la Comisión de Mujeres, convenció a varios congresistas y apoyó la operación almojábana. Fue un esfuerzo colectivo liderado por las mujeres rurales.
El Congreso se convirtió en su nuevo lugar de trabajo. Allí encontraron solidaridad hasta de los actores de televisión: Helena Mallarino, Consuelo Luzardo y Gloria Gómez hacían parte de la comisión que exponía en el Congreso sus condiciones laborales. “Ellas decían lo de ellas y lo nuestro; nosotras decíamos lo nuestro y lo de ellas. Fue una experiencia muy chévere”, recuerda Matilde.
A la víspera del debate en Cámara, las mujeres de diferentes organizaciones del campo se aliaron con las personas de la cocina del Congreso: cuando repartieron el tinto, lo llevaron con las almojábanas. Para el debate en Senado, las mujeres recibieron un permiso para entregarlas ellas mismas. Todos los congresistas las recibieron con agrado. Fue algo muy bonito que nos dio resultado, dice Irene Fonseca de la Fundación San Isidro. Sensibilizamos a los congresistas.
Nelly Velandia de la Asociación Nacional de Mujeres Campesinas, Negras e Indígenas de Colombia (ANMUCIC), cuenta que el artículo que crea la dirección de mujer rural es una reconquista, porque esa dirección ya existía en los noventas y desapareció con una reestructuración estatal.
En todo caso, las organizaciones de mujeres confían en que este logro contribuya a que por fin se superen las profundas desigualdades e injusticias que una sociedad en siglo XXI no debería permitirse.
Por ejemplo, la titulación de la tierra todavía tiene un sesgo muy masculino. En 2013, el 73% fue para hombres y solo el 23% para las mujeres. De las operaciones de crédito entre 2005 y 2011, solo el 0.5% se orientó a mujeres.
Las brechas salariales aún son enormes: los hombres ganan en promedio 21% más que ellas. Y esto no se traduce necesariamente en más horas de trabajo. Las mujeres destinan entre dos y doce horas más al día a labores de cuidado. Cuando el niño tiene hambre, se prende al delantal de la mamá, no del papá, dice Matilde Mora.
Entrar a estudiar resulta muy difícil cuando se tienen todas estas obligaciones encima, a menos que las entidades como el SENA ofrezcan horarios flexibles y cuenten con guarderías.
Y en el campo, a donde aún no llegan todos los servicios públicos como los de electricidad, acueducto y alcantarillado, la carga de trabajo es el doble. Implican largas jornadas para traer agua o lavar la ropa en el río.
Las mujeres del campo sienten que la contaminación y el cambio climático las afectan muy duro. Por eso, exigen que los proyectos de hidrocarburos o minería sean sostenibles ambientalmente y que el gobierno actúe como un verdadero guardián de la naturaleza y sancione a las empresas cuando causen daños.
Pero además, proponen la agroecología como una alternativa de producir alimentos en armonía con el medio ambiente, dice Irene Fonseca. Esto significa no solo sacar productos orgánicos, sino aprender a proteger el aire, el agua, la vida de los animales. Detrás de estas propuestas hay un significado político muy profundo, señala Irene: son un aporte de las mujeres del campo para proteger la vida en todas sus manifestaciones a la vez que se producen alimentos para el país y para el mundo.
Cuando las mujeres piden información sobre las acciones del Estado a favor de ellas, se encuentran con que esa información no existe. Se confunde aún con la de los hombres y con la de las mujeres urbanas. Las entidades llamadas a resolver todos estos problemas no tienen mujeres en sus juntas directivas.
En medio del conflicto armado, a las mujeres les toca lo peor: a sus hijos se los halan de un lado o del otro; no tienen apoyo psicosocial, sobre todo las más pobres, señala Matilde Mora.
No solo han sufrido la violencia en todas sus expresiones, incluida la sexual. También la desarticulación de sus organizaciones. Nelly Velandia recuerda cómo el conflicto rompió el tejido de ANMUCIC, una organización que en el 2000 contaba con más de 100 mil afiliadas. Su compañera de lucha en la incidencia y promulgación de la ley de mujer rural, María del Carmen Rodríguez, está desaparecida. Muchas otras afiliadas tuvieron que exiliarse. ANMUCIC está construyendo con la Unidad de Víctimas un plan de reparación colectiva.
Matilde Mora cuenta que varias organizaciones de mujeres han expresado su apoyo a la paz, incluso antes de que fueran públicas las conversaciones en la Habana. Eso sí, cuando la consigna es “nada está acordado hasta que todo esté acordado con las mujeres”. Ver infografía.
Ahora que los dos artículos están aprobados, viene la parte más difícil: su implementación. No queremos ahorrar esfuerzos para que la política se dé como queremos que se dé, afirma Irene Fonseca. Y Matilde Mora añade: queremos que la política se diseñe y ejecute con nosotros, no a través de un operador que no nos tenga en cuenta o la gestione una cuota política.
Este proceso mostró que las mujeres del campo tienen el liderazgo y la perseverancia para seguir impulsando cambios.