El siglo que avanza entró en Colombia con trágicos augurios por el sempiterno problema de nuestra guerra interna.
Al frente del gobierno y del Estado los colombianos optaron por la mano fuerte y el enroque del viejo conservadurismo político y social que nos gobierna, solo con intervalos significativos, desde nuestra historia del siglo XX y buena parte del XIX. Optamos, en pocas palabras, por la ultraderecha (Mudde, 2021) y la derecha de Uribe I y II, luego por la centro-derecha de Santos I y II y en el presente por la derecha de Duque.
Entretanto, en la región latinoamericana la mayoría de los países fueron testigos del giro de sus gobiernos y países hacia la izquierda, o el centro: Chavez en Venezuela; Correa en Ecuador, Morales en Bolivia, Lula y Rousseff en Brasil, Tabaré Vásquez y Pepe Mujica en Uruguay, Fernando Lugo en Paraguay, Los Kirchner en Argentina, Bachelet en Chile y también en Centroamérica, Ortega en Nicaragua y Zelaya en Honduras, por ejemplo.
Si bien este ramillete de mandatarios es variopinto y algunos mostraron y desarrollaron ímpetus autoritarios, el balance es que con ellos la región avanzó en cerrar brechas sociales y que el hambre disminuyó sustancialmente en sus países.
Hubo por supuesto retomas de la derecha en los últimos años, en especial en Brasil con Bolsonaro, Piñera en Chile y Lasso ahora en Ecuador, amén de los asaltos autoritarios de Hondura, Paraguay y Bolivia que recobraron el poder para la derecha con el beneplácito de la derecha del continente y de los Estados Unidos.
Pero el balance es que en Latinoamérica ha emergido una fuerza social y política que ha sostenido, pese a la vuelta de la derecha en algunos países, los logros sociales y políticos que se conquistaron, aun en estos años de pandemia.
La reedición de gobiernos de izquierda, sin embargo, acusa nuevos elementos de gobernabilidad que todavía están por verse: el rediseño institucional que se avizora en Chile con la Asamblea Constitucional y la emergencia de un nuevo gobierno que se percibe más a la izquierda que en el pasado reciente.
La excepción del giro a la izquierda, por supuesto, ha sido Colombia: el nuestro parece ser un país estéril para esta opción política, solo apenas dispuesto, por breves momentos, a confiarle a la izquierda los destinos de algunos poderes locales en los últimos años, en especial en ciudades como Pasto, Bogotá, Ibagué o Santa Marta.
Empero, ahora que el conservadurismo de la sociedad colombiana parece que se ha removido porque sus viejas castas dirigentes (en el sentido de Wilkerson, 2021) no han podido impedirlo, estas han creído entonces que se va a abrir una suerte de caja de pandora para el país, si los colombianos eligen presidente a Petro. Este, no se cansan de repetirlo, es de lo peor y vendrá la hecatombe.
Pero ese estribillo que ya viene desde la elección presidencial de 2018 no parece ya solo un relato de espanto, sino que sectores ultraconservadores conspiran para detenerlo con las armas más innobles si es preciso: el episodio que se ha removido con ocasión de actuaciones de la exsenadora Piedad Córdoba, así parece revelarlo.
Un asunto que es sabido desde hace más más de 10 años, pues el país supo de sus gestiones para liberar a los secuestrados de las Farc-Ep, ahora se ha movido en lo que se dibuja que es un entramado de jugadas dignos de un montaje macabro.
No es descabellado pensarlo cuando el excomisionado Jaramillo ha denunciado que hubo un entrampamiento contra el entonces desmovilizado Iván Márquez que, finalmente, lo descarriló nuevamente a tomar las armas para un nuevo propósito sin sentido, pero episodio que le dio un golpe fuerte a los Acuerdos de paz.
Y tampoco es casual que la destacada periodista María Jimena Duzán advierta, con el factor Piedad Córdoba, que el objetivo era, al parecer, hacerle un entrampamiento a Petro, no sin aconsejarle a este, además, que se cuide.
Colombia es un país que se nutre de horrores en política y cierta vieja casta hegemónica sólo sabe sumar a esto más horrores. La pregunta es si esta vez se saldrá nuevamente con la suya.
Petro, según le parece a la ultraderecha, ha abierto la caja de pandora. Pero lo que también preocupa es que otros candidatos y otras campañas solo pidan explicaciones y además castigo para las listas del Pacto Histórico y para su candidato, cuando lo que también resulta evidente es que la campaña se está deslizando al todo vale para justificar los métodos más viles y ruines que ponen en peligro la integridad de candidatos que les compiten, es decir, pareciera que con tal de que a ellos se les trate con consideración, como además sucede, les tiene sin cuidado que al candidato de la izquierda le pase lo peor con tal de sacarlo del camino.
Que lideres ultramontanos cegados por la furia piensen eso, vaya y venga. Pero que líderes de otras vertientes políticas del llamado centro presumen de que haya civilidad en la contienda política y callen y no digan nada, desdice de sus credenciales democráticas.
Por momentos parece que el centro político también se ha creído ese cuento de que Petro y la izquierda son el diablo. Hasta gente sensata y cercana que uno conoce se quiere creer ese cuentazo solo porque perciben a Petro como pedante y una suerte de Mefistófeles.
Les parece más tolerable que se soporte el horror de violencia y hambre que padecen muchos colombianos en las periferias, mientras en las ciudades mal que bien ellos tienen asegurado un bienestar aceptable, así sea en medio de delincuentes y miserables que los cercan y los hostigan, pero que en todo caso eso es lo que han normalizado por años como preferible.
Pero hay que decirlo: si en la región latinoamericana, más que las ínfulas autoritarias de la izquierda o las bondades de sus proyectos sociales no han avanzado más, es porque los cambios se han prohijado sin remover esa cultura ulraconservadora que nos gobierna.
Y Colombia, en ella, es maestra. No de otra manera se explica que apenas se ha asomado una opción de gobierno de la izquierda, se hallan puesto no pocos, al unísono, para gritar que a Petro hay que frenarlo como sea. Y sus enemigos, que no contradictores, saben de ese sustrato tan fuerte que anida en nuestras almas.
Un dato anecdótico: ¿no es acaso el proyecto de muchos, incluidos muchos ilustrados, obtener o mantener una casa confortable de campo como refugio del mundanal ruido de la ciudad? No es acaso ese godo que llevamos muchos, incluidos, quien lo diría, hasta los mismos amigos que posan de izquierda o de avanzados y no digamos ya de los que se ufanan de su inamovible conservadurismo.
Mientras no se remueva ese sustrato cualquier proyecto de gobierno de la izquierda va a ser temido como lo peor.
Lo que si hay que admirar es que la ultraderecha siempre juega en Colombia, como en Latinoamérica, a un lema: ¡Conservadores de todos los países: uníos!