Decía el ‘viejo maestro’ Lao Tsé, el gran erudito chino, que un viaje de mil millas comienza con un solo paso, por tanto no importa lo lejos que puedan resultar algunos de los destinos más exóticos, basta con un click y en estos tiempos modernos, sin salir de nuestra revista, ese primer paso ya lo habrá recorrido. Tanto da si el destino fuera aparentemente irreal, fruto de la industria cinematográfica o de un dulce sueño cuyo recuerdo despertó delante de una fotografía. El cine sabe que la realidad supera siempre a la ficción, por eso tal vez se sorprenda al saber, si no lo sabía ya, que los paisajes fantásticos y animados de las montañas colgantes de la célebre película Avatar no fueron una creación de los animadores al servicio de James Cameron, sino que se inspiraron en la realidad del aspecto fantasmagórico del Monte Tianzi, en el sudeste de China, a unos 2000 kilómetros de Pekín, 1500 de Shanghai y aproximadamente 500 de Hong Kong, con una temperatura promedio anual de 12 grados y la posibilidad de inmortalizar unas vistas que, según la altura, el día y la hora, no olvidará jamás.
Las montañas de Tianzi, nombre heredado de un antiguo soberano chino, ubicadas en el paraje denominado Zhangjiajie, forman parte del parque natural del mismo nombre en la provincia suroriental de Hunan, que fue en realidad el primer parque nacional del gigante asiático. La villa homónima de Zhangjiajie es la que alberga la mayor parte de los hoteles donde poder llegar. La inmensidad y variedad del parque aconsejan una estancia mínima de tres días para poderlo recorrer en todo su esplendor, pues tiene más de 100 miradores naturales y varios teleféricos dispuestos a llevarlo por una autopista imaginaria e invisible entre los picos que aparecen por doquier.
La propia naturaleza, a través de sus cerca de 380 millones de años de proceso geológico, se ha encargado de erosionar esos cerros hasta pulirlos y convertirlos en una especie de tubos imaginarios de apariencia irreal clavados sobre la tierra, de largas paredes verticales, un escenario idílico para los amantes de la escalada. Una naturaleza que encuentra su expresión más espectacular en Yuanjiajie, donde un funicular lleva a los turistas a la cima para mostrarles a sus pies una caída vertical de un kilómetro de altura que reta el vértigo valle abajo. Otra opción inolvidable es el ascensor de cristal, bordeando uno de los acantilados al final del conocido como Arroyo del Látigo de Oro, que lo eleva a la cima de los picos a una altura de 326 metros. Asciende inicialmente por un túnel subterráneo, pero inmediatamente después el túnel desaparece y el elevador afronta sus últimos metros de escalada con una vista impresionante en la que la retina se ve rodeada del un inmenso bosque de piedra. El contraste es de por sí una secuencia imbatible.
Cameron no tuvo muchas dudas cuando supo del lugar respecto a donde debía ambientar su alegoría. La frecuente neblina que corta por la mitad estos cilindros de roca es de por sí un fotograma evocador, la viva y típica imagen de la también conocida como ‘Montaña del Hijo del Cielo’, tal como se deduce de la milenaria historia china.
Para darle ese toque de ficción a ese destino que tanto anhela, no tiene sino seguir el consejo de Lao Tsé y dar el primer paso de las miles de millas que nos separan de unas cumbres que en algunos casos superan los 1.200 metros sobre el nivel del mar pero cuya altura de belleza natural está mucho más arriba, cerca de hacerlas parte de las nuevas maravillas naturales del mundo.
