Ya eran muchas y muy constantes la veces que, aprovechando la paz del convento y el estado de vulnerabilidad e indefensión de las 28 monjas de clausura, los ladrones hacían de las suyas llevándose sus pollos y gallinas, trastes y pequeñas pero necesarias cosas para el funcionamiento del convento de Nuestra Señora del Milagro del Topo de la ciudad de Tunja.
Aquel martes 20 de Julio de 1.999, día de la independencia de Colombia, todo transcurría normalmente en la capital boyacense y, en el viejo claustro, las monjas ya estaban preparadas para un nuevo ataque de la delincuencia. Se habían armado con un revólver Smth & Wesson calibre 38, que la misma primera brigada del ejército les había vendido con su respectivo salvoconducto.
Eran las nueve y media de aquella oscura noche y las dos monjas que les correspondía estar de guardia esperaban pacientemente sentadas en la sala. Pasaron solo minutos cuando sintieron unos ruidos en el patio y, tras darse la bendición y pedir fortaleza al ser supremo, abrieron la puerta que daba al patio. Inmediatamente se sorprendieron con dos sombras que se movían en la noche y que hicieron que se les helaran sus cuerpos. Sin embargo, animada, fortalecida, o tal vez iluminada, la monja que tenía el revólver descargó los tres primeros tiros y los restantes fueron disparados por su compañera quien tomó el le arrebató el arma y la accionó hasta desocupar toda la carga.
Un ladrón quedó herido, tendido en el piso con dos balazos en su cuerpo, el otro logró huir saltando el muro de tapia pisada y nunca se supo si escapó herido o ileso. Ellas mismas, las monjitas concepcionistas llamaron la policía y por eso llegó la ambulancia que llevó al ladrón herido al hospital San Rafael. En el patio del convento cerca a la sangre del ladrón quedaron tirados un costal y un destornillador, las monjas se quedaron rezando pidiendo a Dios el mejor desenlace para todos.
Producto de los dos balazos, uno en el brazo y otro en la cabeza el ladrón no pudo sobrevivir. Falleció a la cuatro de la mañana y ese mismo día las monjas fueron escuchadas por la Fiscalía octava en donde les concedieron "convento por cárcel" mientras un juez decidía su situación. Ellas y sus compañeras oraron por el eterno descanso del alma del ladrón, y pensaron que al fin y al cabo había pasado a mejor vida.
Las religiosas fueron identificadas por la Policía como Luz Adelia Barragán Jiménez, de 55 años, y Elva María Silva Nova, de 56.
El juez dictaminó legítima defensa. Porque las circunstancias de vulnerabilidad e indefensión cansan y desesperan hasta el mas santo llevándolo a hacer lo inimaginable, así sea a riesgo de ir a una cárcel.