Las miserias de la Constitución de 1991

Las miserias de la Constitución de 1991

Son los graves pecados y faltas de los numerosos gobiernos que se han sucedido en el poder y que vendieron, endeudaron y acabaron con este hermoso país

Por: Martin Eduardo Botero
agosto 25, 2017
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Las miserias de la Constitución de 1991
Foto: Biblioteca Luis Ángel Arango

"Las miserias de la Constitución de 1991: son las miserias de una clase política incapaz e incompetente que no cumple con su función/obligación de materializar la Constitución; son los graves pecados y faltas de los numerosos gobiernos que se han sucedido en el poder y que vendieron, endeudaron y acabaron con este hermoso país; son las culpas de los numerosos órganos de control desmañados en su función de vigilancia y prevención y, a veces, incluso corruptos y cómplices, son también los pecados de un órgano legislativo corrompido hasta la médula y sin una buena política pública, inclusive la de un poder judicial sin una ética fundada sobre la honestidad, la transparencia, la responsabilidad social y el altruismo y, por supuesto, resaltando los políticos que se perpetúan en el poder y su falta de respeto a los ciudadanos a los que representa y de los funcionarios públicos irresponsables ante la ley". Amen.

 Constitución Formal y Constitución Material

“El silencio mata como la mafia"

En cualquier país existen dos constituciones: una constitución formal y una constitución material.

La constitución formal es un pedazo de papel escrito o documento solemne o texto único que contiene un amplio grupo de normas llamadas constitucionales, fruto de mediaciones, acuerdos y compromisos entre fuerzas sociales y políticas opuestas, dominantes y privilegiadas. La constitución formal es el producto final de la actividad creadora, habilidad intelectual, y supuesta sabiduría jurídica de un órgano llamado Constituyente.

La constitución material, sustantiva o real, está relacionada con todas las realidades de la vida cotidiana de los habitantes, de los ciudadanos nombrados e incluidos explícitamente en ese pacto civil o constitucional: esa triste y dura realidad de millones de personas que se mueven en esa dinámica conflictual y contradictoria presentes en la sociedad de hoy. La constitución material no tiene nada que ver con la recopilación de frases bonitas majestuosa y solemnes de la Constitución Formal. La constitución material es la otra cara de la moneda, es la realidad diaria, aquella que afecta a todos los habitantes que viven en este territorio, por ejemplo, el desempleo, la violencia, la enfermedad, la criminalidad, la pobreza, el nepotismo, el clientelismo, la corrupción, etc.

Hace 26 años, el constituyente en letras de oro, en su título I, De los principios fundamentales (la llamada biblia laica) ,decretó que “la soberanía reside  exclusivamente en el pueblo” (artículo 3), sancionó y aseguró “a sus integrantes la vida, la convivencia, el trabajo, la justicia, la igualdad, el conocimiento la libertad y la paz" (preámbulo), “la prevalencia del interés general" (artículo 1) y la de “servir a la comunidad, promover la prosperidad general y facilitar la participación de todos en las decisiones que los afectan y en la vida económica, política, administrativa y cultural" (artículo 3), además reconoció la primacía  de  los  derechos  inalienables  de  la  persona  y  amparar  a  la  familia  como  institución básica de la sociedad (artículo 5),  proteger  la  diversidad étnica y cultural de la nación (artículo 7) y sus riquezas culturales y naturales (artículo 8). En fin, para completar estos principios fundamentales dispuso que los servidores públicos fueran responsables ante las autoridades por infringir la Constitución y las leyes, y por omisión o extralimitación en el ejercicio de sus funciones (artículo 6).

Sin embargo, en todos estos años los principios fundamentales del título I han sido violados regularmente por las autoridades. Era la obligación de toda la clase política dominante para hacer realidad esa Constitución Formal, centrarse en la forma de materializar esos principios rectores, es decir de los derechos, de las libertades y principios de igualdad. Sin la concreta aplicación de la Constitución formal por parte de las fuerzas políticas la Constitución material es letra muerta, es un texto iliberal e inmoral. Si no se realiza o se concreta ese pacto civil o constitucional sancionado por el constituyente, la Constitución real es una quimera. No, no es buena para nada, la Clase política cuando predica bien, pero no ofrece instrumentos para reivindicar concretamente la aplicación de los principios.

 La Segunda República  

La corrupción es un componente estable de la constitución material del país. La corrupción está en el ADN de los políticos de profesión.

Confieso abiertamente que nunca he sido un gran entusiasta de la constitución formal de 1991, que dio vida a la Segunda República. Más aún siempre la he considerado una de las peores constituciones del occidente. En aquellos tiempos, se tenía la convicción generalizada de que se estaba en presencia de una revolución en camino, que después de la "república" de los partidos por fin había llegado la hora de la "república" de los ciudadanos, de la "democracia atascada" a la "democracia acabada." Sin embargo, hoy descubrimos que la verdad es otra, que la democracia constitucional no se cumple para nada, que la corrupción tampoco ha sido debelada y el crecimiento económico se ha vuelto recesión, incluso ha traído el paro.

La Segunda República que hubiera debido corregir la primera solo ha causado y mucho, el mayor empeoramiento en la calidad de vida de sus habitantes, la expansión de la incertidumbre y la incerteza del derecho, la ineficiencia, la arbitrariedad y la desprotección, el exceso de burocratización, la escasa atención al resultado y un fuerte obstáculo a la materialización de la Constitución y, por ende, la corrupción generalizada. Hoy empezamos a temer que nuestra percepción de las cosas por muchos años era tan solo una ilusión, un sueño, un trágico deslumbro.

Los Constituyentes de 1991 (o mejor la clase dirigente, compuesta por la élite política, económica e intelectual de ese tiempo) quisieron capturar el universo en un solo documento, alcanzar la perfección absoluta. Redactar una Constitución de 380 artículos y un preámbulo es lo más descabellado e inverosímil. Creer que una Constitución pueda comprender toda la erudición y el derecho es creer que se pueda encerrar el mar en un puerto. Se trata, a ciencia cierta, de la segunda Constitución más extensa del mundo, después de la del Ecuador. Las Constituciones cortas son las mejores, por ejemplo, la Constitución italiana tan solo tiene 139 artículos, 169 la española, 141 la alemana, la francesa 89 + 10, la de Bélgica 198, etc. Sin hablar de la Constitución de los EE. UU. que contiene tan solo siete artículos y 27 enmiendas o la del Reino Unido que no tiene ningún documento constitucional único, sino un conjunto de leyes y principios bajo los cuales se gobierna el Reino Unido.

En suma, los señores Constituyentes redactaron una Constitución confusa, lagunosa, ampulosa, rebosante, elaborada fuera de un marco regulatorio claro, sistemático y unitario. La legislación ha producido una enorme carga burocrática multiplicando los procedimientos, el hartazgo y el escepticismo, y dando origen a una corrupción generalizada. Tanto es verdad que en sus pocos años de vigencia han intervenido en esa Carta Política penetrantes y copiosas reformas.

 Los profesionales de la política

"La Constitución está hecha para durar en el tiempo y satisfacer las más variadas exigencias de los ciudadanos, dialoga con las generaciones futuras y expresa la identidad de una comunidad, cuya estabilidad y permanencia en el tiempo es vital".

Y como si esto fuera poco: la Constitución de 1991 engendró una multitud de ciudadanos que nunca emprendieron un trabajo serio como los que se enseñan en la vida: ni herrero ni ingeniero ni médico ni carpintero. Acabada la escuela o a veces la universidad, muchos se dedicaron a la profesión de "políticos". De política siempre han vivido y siempre han tenido un gran temor de abandonar su fortín. Algunos de ellos, sin embargo, justo es decirlo, encontraron en esta ocupación un motivo para lograr objetivos y metas, pero la mayoría pensó, en cambio, a como aumentar y mantener sus ventajas sociales o reproducir condiciones de superioridad de su misma condición, y por ende desarrollaron en el tiempo una extraordinaria propensión de obediencia hacia quien administra ese vasto enredo de cargos y funciones. El pueblo sufre, también observa. Pero quizás terminará por maldecirlos, aunque otros continuarán y tratarán de cautivarlos.

La impresión compartida es que se haya superado el nivel de guardia y que, por lo tanto, sean los mismos principios de fondo de los órdenes democráticos contemporáneos a ser puestos en tela de juicio. A. Manzoni, que fue un creyente, para dar un desenlace feliz a la historia de los Novios (I promessi sposi) fue obligado a sacar a flote la divina providencia. Más allá de eso, estamos en una fase histórica muy preocupante: estamos marchando de las instituciones representativas hacia las instituciones elitistas. Hay una progresiva concentración de poder en pocas manos y, por consiguiente, el fuerte peligro que sea desactivado el sistema de pesos y contrapesos (o control y balance) recíprocos entre los poderes.

Ante la grotesca política autoreferencial, tengo tres cosas muy bien imprimidas en la mente. Colombia necesita reformismo en las políticas, no reformas de la Constitución. Al primer sitio el trabajo, por lo tanto, los derechos civiles, la igualdad, la equidad social y fiscal, los servicios sociales, la salud, la cultura y los bienes culturales, la naturaleza, entendida como patrimonio a disposición de todos; la información, como derecho de los ciudadanos a ser informados y de los periodistas de informar, sin tonos fuertes, sin especulaciones, sin instrumentalizaciones para hacer audiencia; la política para fortalecer y blindar logros en la Constitución y la participación a la comunidad latinoamericana. Colombia, necesita un viraje social, sobre el trabajo, la investigación, la cultura, la innovación, la productividad, la lucha a la corrupción y a las mafias. "Sólo sirve la buena política", como sostiene Zagrebelsky, porque "las malas costumbres se combaten con las buenas costumbres." Por lo tanto, "actos de contrición y señales de discontinuidad" hacia todos aquellos que nos han precedido.

 

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