El Congreso reforma la constitución, hace las leyes y ejerce control político sobre el gobierno y la administración. Eso dice la Constitución y eso repite la Ley quinta de 1992, como no podía ser de otra manera. Pero Cepeda y sus cómplices, el Presidente Santos que fue el obvio impulsor de este desastre y el Ministro Cristo, que llevó la batuta, se pusieron de ruana la Constitución y las Leyes. Nada mejor, para un efecto como ese, que contar con la pusilanimidad de un pobre diablo. Ni mandado a hacer el papel del Jimmy Chamorro, el dueño de la cadena de emisoras de los Rodríguez Orejuela, a quienes se las compró sin romperse ni mancharse.
La plenaria del Senado rechazó el debate. Chamorro lo hizo en plenaria, en el salón de la plenaria, con asistencia de la plenaria, con la televisión de la plenaria y en el tiempo de la plenaria. Juzgue entonces el lector. La Comisión de Ética admitió el debate para la Comisión Segunda, prohibiendo expresamente que el citador hiciera referencia personal alguna. El tal Cepeda leyó la decisión y anunció que la violaría cuantas veces le diera la gana. Y el Presidente ahí, poniendo cara de tonto, partido en el que juega de local.
Y se hizo el debate. Nada que interese a la Nación. Nada que importe a la salud pública. Nada que resuelva o afronte el tema del paramilitarismo o del narcotráfico. Porque Cepeda no da para eso. Su inteligencia y su preparación no le alcanzan sino para morder el tobillo de los grandes, como esos perritos lanudos que atacan al viajero en un recodo del camino. Nada más.
Lo triste es que los corifeos de esa comedia tampoco dieran para más. Hasta ahí les llega la grandeza. Pobres infelices. De modo que nos obligaron a presenciar ese espectáculo de pequeñeces y obligaron al Presidente Uribe a concederle espacio vital a semejantes sandeces.
Pero la ocasión debe aprovecharse. Hay una nueva generación de colombianos que nunca supo lo que fueron los paramilitares y que no se acercó al drama del narcotráfico y su incidencia en la política de ayer y la que tiene en la de hoy. Porque a muchos escapa que el narcotráfico sigue vigente, enmascarado en la doble comparsa de las Bacrim y de las Farc.
¿De dónde venían estos fenómenos malditos? De muy atrás. De cuando Pablo Escobar era un “joven empresario”, según la expresión de López Michelsen al darle poder a su sirviente Ernesto Samper para que le recibiera poderoso cheque para su campaña. De cuando los carteles de Medellín y el Valle se adueñaron de Colombia y le impusieron su ritmo vital. De cuando Escobar puso de rodillas al gobierno de Gaviria y lo obligó a construirle una Catedral. De cuando los mafiosos del Valle eligieron a Samper Presidente de la República usando cómplices como Juan Fernando Cristo, Rodrigo Pardo, Juan Manuel Turbay y Fernando Botero, de todos el único que tuvo el valor de la confesión y la penitencia. De cuando habían impuesto su voluntad sobre la Asamblea Constituyente y el Congreso para prohibir la extradición de colombianos. De cuando hicieron pacto mortal con los llamados paramilitares y con las Farc. De cuando se extendieron como una plaga bíblica sobre todo el territorio nacional. De cuando condenaron a pena de muerte a los periodistas, jueces, políticos que osaren oponérseles. Desde entonces se tomaron el país.
Y ese dominio les duró hasta el día en que Álvaro Uribe llegó a la Presidencia de la República. Porque Uribe les arruinó los cultivos, les cortó el flujo de cemento y gasolina, los combatió militarmente, los extraditó, les quitó los bienes por los que habían desencadenado su ley de terror. Hasta ahí llegó el narcotráfico triunfante.
Como se habían apoderado del país con sus bandas armadas, las enfrentó y las derrotó. Como eran dueños de casi media Colombia, que los alcaldes habían dejado en su fuga, armó un nuevo Ejército, fundó una nueva Policía y rescató la Nación. A las AUC las obligó a la rendición y a las Farc las puso en ignominiosa fuga. Y a los narcos los extraditó sin compasión.
Y eso es lo que no le perdonan al Presidente Uribe. Y por eso, como perros rabiosos lo atacan desde los dos flancos: los “paras” que languidecen en las cárceles de los Estados Unidos, y las Farc que lo perdieron todo con el empuje de las armas de la República. La alianza de Cepeda con los paramilitares, es la misma alianza de las Bacrim y de las Farc. Porque son lo mismo y tienen que odiar al mismo. Al que les dañó el negocio, los derrotó y ahora se levanta como su gran amenaza.
Este, lamentablemente, fue el debate que no se hizo en el Congreso.