Hallmark es un canal para señoras grandes y adolescentes confundidas, que se dedica a hacer películas con la misma ternura y sensibilidad con la que hace sus postales y el helado de vainilla. La mayoría de sus historias tienen como protagonistas a gente muy especial, inteligente y hermosa, que lamentablemente tiene algún tipo de impedimento físico. A pesar de todas las adversidades que pueden traer nimiedades como una cuadriplejia, el síndrome de Down o una simple castración, el personaje logra reponerse a todo, llevándose de paso a la chica más linda del barrio, dejándonos claro que la única razón por la que estás solo, deprimido, pobre y desempleado es por tus malditos genes latinos.
Resulta insultante que la esperada película sobre el más grande astrofísico de nuestra era, tenga este tufillo a postal de San Valentín. Seguro que muchos habrán salidos enternecidos ante la historia de la pobre Jane quien tuvo que padecer el tormento de cargar con su marido en una silla de ruedas, lavarlo, peinarlo y vestirlo. Cualquiera se hubiera reventado, de eso no cabe duda. Pero Stephen Hawking es mucho más que un discapacitado. Me parece inadmisible que el hombre que más cerca ha estado de crear una ecuación que nos permita viajar en el tiempo, tenga un biopic en donde le sean expuestas todas sus miserias.
De todos los aspectos gloriosos que puede tener la vida de un científico de la talla de Galileo, James Marsh elige adaptar el libro Viaje al infinito: Mi vida con Stephen, en donde Jane, en un ataque de despecho absoluto, intenta sacudirse la frustración de no haber podido ser la autora que había soñado, banalizando a su marido, el mismo que la dejó por una enfermera con la cual si podía reírse de su propia desgracia.
Lo que vemos en el biopic es a Stephen tras los ojos de su exesposa, una mirada de la que poquitos hombres podrían quedar bien parados. Después de un comienzo auspicioso, donde gracias a la acertada actuación de Eddie Redmayne vislumbramos al autor de Una breve historia del tiempo, aparece la enfermedad que lo condenaría a la inmovilidad absoluta y la película, a la vez, parece empezar a sufrir la misma parálisis.
Los lugares comunes prevalecen, un baile, un beso, juegos pirotécnicos, profesores entogados de apariencia sublime, el amor, el desamor, la desilusión. La teoría del todo tiene todos los elementos menos el más importante en una película sobre Hawking: el universo. A James Marsh le faltó jugársela, arriesgarse. Seguro hubiera tenido menos nominaciones al Óscar pero a cambio hubiera hecho una película memorable.
Como no soy sino un vulgar opinador, tengo el derecho a pecar y a plantear una posibilidad de la cual fue desechada por el guionista Anthony Mc Carten y fue hablarnos un poco más de la silla que aún le permite comunicarse con el mundo al físico. Creada por el ingeniero Dennis Klatt, desarrollada por Intel, este aparato es un milagro de la tecnología: posee algoritmos que predicen textos avanzados e intuyen las palabras, infrarrojos que detectan el movimiento de la mejilla, único músculo que por ahora puede mover Hawking, medidores de la tensión y navegación por internet. Y claro, de ahí sale la famosa voz que tanto ha sido celebrada, y parodiada, en The big bang theory y Los Simpsons. En la película la escena en la que le entregan la silla no tiene ningún tipo de importancia. El tipo que la entrega pareciera que fuera un fontanero que fue a la casa de un cliente a arreglar el inodoro. La explicación que nos da no nos satisface. El fontanero-ingeniero no es más que otro de los recuerdos de Jane.
Si se gana o no el Óscar Eddie Redmayne me tiene sin cuidado. Esa estatuilla no tiene ningún mérito artístico, o si no recuerden que ya lo han ganado en el pasado nulidades como Cuba Gooding jr, Sandra Bullock, Jean Dujardin o Russell Crowe. Redmayne está pasable pero tampoco es la actuación sublime de la que hablan todos. Eso sí, es lo más destacado en una película pobre, miserabilista, moralista y hasta cristiana. La visión de la creyente Jane es la que se impone, el otro es un pobre ateo postrado en la silla de ruedas más inteligente que hombre alguno haya creado.
Si ya te cansaste de ver con tu abuelita los programas de Hallmark y necesitan un entretenimiento saludable que deja moraleja y reparta moralina, La teoría del todo es la solución ideal para una tarde de domingo. Tus creencias religiosas, quien lo diría, saldrán reforzadas.