Muchas ciudades del mundo quisieran tener panorámicas espectaculares como las que tiene Bogotá en la vía a La Calera. Y pocas ciudades, teniendo esas panorámicas, las desprecian y desaprovechan como lo hace Bogotá.
La gente hace su esfuerzo: sube en carro, en moto, en bicicleta y hasta a pie para intentar apreciar atardeceres inéditos, para conocer el llamativo aspecto nocturno de esta enorme ciudad o para avistar los nevados que (pocos saben esto), en mañanas despejadas, se alcanzan a ver al occidente.
Pero el visitante no encuentra dónde sentarse, ni un espacio seguro para dejar que los hijos se diviertan porque, o los atropella un carro o se van por un precipicio o se los roban o los atracan (dentro o fuera de los abusivos locales comerciales de la vía). Bogotá, en general, no sólo es una ciudad incómoda sino también una ciudad que promueve la incomodidad.
En el Distrito pensarán que espacio público para las panorámicas son poco menos que una extravagancia y que poner un mirador es una genialidad digna tal vez del alcalde de Bariloche. Así es nuestra miserable manera de pensar.
Puede ser también que en el Distrito tengan miedo de enfrentar la oposición de decenas de locales comerciales ilegales enclavados allí durante años sin control de la oficina de planeación; que temen poner en cintura a los extraños personajes adueñados de la vía pública o someter a los improvisados policías de tránsito privados que dan órdenes a cuanto vehículo sube o baja en la cara de las autoridades.
La de La Calera es una vía desgraciada, sin doliente. Una indisciplina tal que la misma administración facilita la ocurrencia de incendios, como aquel que hizo de las suyas recientemente, y que se pudo controlar apenas el pasado 21 de enero en el kilómetro 1,5 de la vía.
La gente hace su esfuerzo para estirar sus músculos
subiendo a Patios en el popular caballito de ruedas,
pero el precio es altísimo: buscando la salud, pierden la vida
¿Y ni qué decir del pobre ciclista? La gente hace su esfuerzo para estirar sus músculos subiendo a Patios en el popular caballito de ruedas, pero el precio es altísimo: buscando la salud, pierden la vida. ¡Qué bueno si alguien nos aclara cuántos ciclistas han muerto o han tenido accidentes en el tramo vial que va de la circunvalar al peaje! Y claro, es una vía muy estrecha, en la que carros y ciclistas se pelean cada centímetro.
Pero, de nuevo, ¿dónde están las autoridades? ¿dónde está el personal de prevención vial, y dónde los servicios de tráfico y los de emergencia sobre esa carretera y dónde están las campañas de prevención de accidentes? Por ningún lado, y ello a pesar de que los accidentes son pan de cada día.
Hablemos ahora de movilidad. Año tras año hemos visto como se deteriora progresivamente el tráfico La Calera - Bogotá. Camiones subiendo y bajando en horas pico, los semáforos de la 82 una desgracia, restaurantes usando la berma, construcciones ilegales a lo largo de la vía que afectan el tráfico, etcétera, etcétera.
Se cae un árbol en la circunvalar, se detiene el tráfico; se cae un árbol subiendo al peaje, se detiene el tráfico; se para un policía en la 82 con 7, se detiene el tráfico; se vara una chatarra en la vía, se detiene el tráfico; se monta un operativo de tránsito en la ruta, se detiene el tráfico.
Al mismo tiempo, la subida a Patios, tanto como La Calera misma, se han urbanizado sin que ninguna administración tome nota del aumento de vehículos y de tráfico Por tanto, se requiere infraestructura vial para gestionar la movilidad de un lado y del otro. Ni la administración distrital de Bogotá, ni la gobernación de Cundinamarca ni la alcaldía de La Calera dan respuestas satisfactorias. Cuando de milagro reconocen algún hecho problemático, se “chutan” la pelota entre ellos, mientras que cientos de ciudadanos convierten cada mañana la felicidad, en la amargura temprana de tener que bajar a la Capital.
Se han escuchado iniciativas sin autor y sin responsable:
La doble calzada a La Calera —proyecto obvio sobre la vía actual— pero los expertos, cobardes en la recuperación del espacio público, proponen como alternativa un túnel, que tampoco se abre paso: ninguno de los dos proyectos tiene doliente, aunque se debe mencionar que la ANI declaró que estaría construido para… ¡el 2018!
Otros proponen uno muy elemental: rectificar y pavimentar la llamada vía de El Codito, que de La Calera sale a Bogotá por la 170, pero, aparentemente, pavimentar 15 kilómetros es una obra de infraestructura colosal para nuestras pequeñas necesidades.
Proponen una conexión a La Calera por la calle 153, de 13 kilómetros, con ciclorutas en todo el corredor. Silencio en la sala. Y ni para qué mencionar cables aéreos, que serían no sólo una solución amigable y rápida sino una empresa de interés turístico. No está en la agenda de nadie.
Yo no sé, señores, qué más decir, salvo esta propuesta:
Que los señores Ana Lucía Escobar y Enrique Peñalosa, alcaldes de La Calera y Bogotá, respectivamente; en compañía del señor gobernador, Jorge Rey, en una comitiva conjunta, suban una noche cualquiera, la de un jueves por ejemplo, amanezcan en La Calera y bajen de regreso el viernes siguiente, tipo 6:30 de la mañana. ¡Veremos si no reaccionan!
P.D. Tuve el privilegio de conocer este fin de semana la impresionante geografía de los municipios vecinos a la represa de Chivor en Boyacá. La nota mala corrió por cuenta del Invías, cobrando el descarado peaje de Machetá, en una carretera —si es que se le puede llamar así— que constituye una bofetada a sus habitantes y una afrenta a los turistas. La Procuraduría debería investigar ese Contrato 250 de 2011, con base en el cual se hacen esos cobros sin ninguna causa.