No existen registros fiables sobre cuántas mujeres ordenó torturar y quemar la Santa Inquisición. Lo único cierto es que fueron miles. Para ser bruja bastaba con que una mujer avejentada y solitaria viviera en su casa en el bosque esperando que las guerras le trajeran de vuelta a sus hijos y maridos. El miedo que ha sentido la iglesia católica hacia la menstruación y todos los secretos de las mujeres se ve reflejado en la Caza de Brujas. En la plena edad mediad intentaron contener a las mujeres que se dedicaban a la medicina. En vez de darles diplomas en las universidades lo que hacían era colgarles el INRI de la persecución. Algunas lo eran todo.
Entre los casos más notorios de sabiduría y coraje está la de Elena de Céspedes, una hija de una esclava y un señor feudal, que ejerció durante años su oficio de cirujana, fue de niña esclava y de mujer soldado en las Alpujarras. Fue acusada de brujería –su color de piel, demasiado oscuro para el racismo imperante en la época, le jugaba en contra- y sobrevivió para contarlo, contrario a lo que sucedió con otras miles de mujeres quemadas en la hoguera.
El apasionante tema de la sabiduría médica es abordado en el libro editado por Debate y titulado Brujas, la locura de Europa en la Edad Moderna, escrito por Adela Muñoz Paez, quien llega a transcribir los procesos más famosos y que han quedado en actas registradas, a las mujeres que fueron acusadas de brujas. Aunque no hubo aquelarres ni vuelos de brujas, si hubo dolor y muerte en las hogueras prendidas a lo largo y ancho de Europa. Lo peor de todo es que el odio que alguna vez encarnaron las brujas sigue cobrando en África miles de vidas
Las miles de mujeres que quemaron porque sabían demasiado
Perseguir brujas fue la excusa con la que la iglesia y el patriarcado intentaron callar a las mujeres. Un nuevo libro muestra este genocidio