El proselitismo político presenta facetas con infinidad de matices. Algunas de ellas son asombrosas, por ejemplo: la capacidad de trabajo de muchos políticos en campaña puede ser considerada inigualable.
También la habilidad discursiva, la creatividad en materia publicitaria. (aunque en este campo suelen verse notorios desaciertos). La disposición a cargar niños de brazos cuyo pañal suele permanecer puesto más tiempo del recomendado por la higiene y la tolerancia olfativa.
La sonrisa permanente, la disponibilidad al contacto físico traducida en abrazos y besos, el responder llamadas telefónicas, el saludo ocasional; la paciencia de monje budista frente a tediosas o agresivas interpelaciones de espontáneos en la calle.
La entrega de promesas con soluciones inverosímiles a problemas que nunca comprenden. Las relaciones que aseguran tener en las más altas esferas de la influencia sobre las personas (ello incluye las celestiales) cuando fanfarronean con el poder.
La facilidad con que declaran que su vínculo y amistad son para siempre en reuniones masivas con perfectos desconocidos que seguirán siendo perfectos desconocidos y las palabras de apoyo hasta la muerte, al transeúnte que solo entró a la reunión política a buscar el baño por algún problema estomacal apremiante o a tomar el refrigerio de baja calidad que suele ofrecerse en esas ocasiones.
Es muy usual ver a los protagonistas del proselitismo en disposición para viajar a cuanto rincón del país se le ofrezca un voto, y también llegar a los sitios más insólitos a buscarlos, estos pueden ser: caños habitados por indigentes, casas de lenocinio en donde son saludados como viejos clientes, moteles en donde conocen sus nombres y gustos, esquinas con semáforos eternos y trancón asegurado, pueblitos gélidos escondidos en las montañas detrás de nubes densas o poblaciones calcinados por el sol canicular del medio día.
Incluso van a los cementerios a visitar muertos de hace mucho tiempo que conservan la afiliación política y tienen la bonita costumbre de seguir votando, sin que el impedimento necio de la muerte importe a los jurados de la mesa ni a la Registraduría.
Me llama la atención y fue el detonante de esta nota, la manera en que el proselitista, (candidato o colaborador) aborda el tema de la suerte de su opositor o competidor en la gesta electoral.
Me refiero al pavoneo grotesco del ganador, a los mensajes de triunfo dirigidos al perdedor con la única intención de producirle amargura. A la descalificación constante con todo tipo de ultrajes y ejemplos indignantes, y las múltiples expresiones de amargura victoriosa, las que terminan por convertir el triunfo en una derrota del espíritu del ganador.
Por el otro lado, en la esquina del perdedor, suele darse una incesante acusación de fraude, de logros ilegales, de triunfos tramposos y de censuras que tienen por único escenario la descalificación moral del ganador.
Seguramente en otros países la democracia presencie situaciones y actitudes como las descritas, pero en Colombia, me atrevo a asegurar, (aunque carezco de una balanza y elementos comparativos claros) disminuyen enormemente la calidad espiritual y la empatía cuando se conocen los resultados de una jornada electoral.
