Hasta hace algunos días defendía la firma del acuerdo de paz con las Farc, como un proceso político necesario tras 50 años de confrontación en una guerra que ha dejado una estela que sobrepasa los 200mil muertos y una crisis humanitaria e institucional de la cual Colombia aún no logra recuperarse. Y defendía dicho proceso con ciertas reservas, y con el cuidado de no terminar comulgando ingenuamente con el Gobierno de Juan Manuel Santos, un Gobierno con el que claramente no me siento representado.
En una entrega anterior, para este mismo medio titulada Corporativismo y Diálogos de Paz, dejé planteadas algunas preocupaciones con respecto al desarrollo de los diálogos y la eventual firma del acuerdo la cual implicaría la llegada intensiva de capital extranjero fundamentalmente del sector primario, para localizarse en las geografías que actualmente controla las Farc y que tienen un alto valor estratégico en términos de los recursos forestales, mineros e hídricos ubicados allí, y que están en espera de volverse materia prima. Pese a estas consideraciones, la firma de la paz se me presentaba como algo deseable y varias veces en Twitter sostuve debates (o resistí el matoneo) con rabiosos uribistas tratando de defender el proceso, pero ello inevitablemente conllevaba hacer un trabajo sucio: el de defender a Juan Manuel Santos, dado que el hizo de la paz una bandera política de su propiedad.
Con el actual presidente, he aprendido a partir de una juiciosa lectura de sus trinos y discursos que en apariencia muestran logros, bondades y beneficios producto de sus acciones de gobierno, que lo realmente alarmante es lo que no dice. Por ejemplo, es preocupante cuando señala que los recursos de la venta de Isagén se destinarán a la construcción de vías 4G, y no porque no sean necesarias más y mejores vías , sino porque la historia de las dos últimas décadas muestran que en materia de infraestructura vial el oligopolio que controla la contratación con el Estado somete a eternas demoras la entrega de las obras, cuando no las deja inconclusas o en el peor de los casos como sucedió (y sucede) con los Nule y Carlos Collins, muchos de esos recursos van a engrosar las cuentas personales de dichos capos de la construcción.
En ese sentido, afirmar que Isagén no es un activo estratégico en este momento para el país es una falacia, más cuando el mundo y los países desarrollados discuten medidas para contrarrestar los efectos cada vez más marcados del cambio climático, y que hoy tienen a Colombia sumida en una sequía agresiva producto de las variaciones climáticas en ese proceso. Uno puede tomar varios ejemplos, hace un par de días Santos celebraba en Twitter que el Banco Mundial expresara que Colombia le da un manejo brillante a su economía, pero lo que no nos dice es ¿a quienes beneficia ese manejo brillante? La intervención de dicho organismo en las economías Latinoamericanas constantemente ha contribuido a reforzar la dependencia asimétrica respecto a algunas potencias propiciando el aumento de la desigualdad económica a nivel nacional. No entiendo por qué el caballista Álvaro Uribe Vélez lo llama Castrochavista.
Bajo esta lógica el discurso del presidente es sumamente preocupante y desalentador, pues desde hace unos días empezó a bajarnos de la nube hablando de una paz a medias, una “paz imperfecta”, y de nuevo, lo que no dice Santos es, ¿para quién (es) si será perfecta la firma del acuerdo? Natalia Springer y Brookfield pueden darnos pistas sobre la respuesta y mostrarnos la antesala de lo que está por venir. Esa “imperfección” en la paz, debe leerse como un acuerdo que no va a transformar sustancialmente la imperante injusticia económica y social de la pobre pero feliz Colombia. La imperfección de la que nos habla Juan Manuel Santos es simplemente una maniobra política disfrazada de paz, una falacia.
@tiremeuncentro