El acuerdo de paz con las Farc refrendado por el Congreso la semana pasada lleva el título de “Acuerdo final para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera”, porque lo que busca -como quedó consignado en el Acuerdo General que dio inicio público al proceso en La Habana el 26 de agosto de 2016- es que, a partir de la negociación para finalizar el conflicto armado con esa organización guerrillera, también se creen condiciones que contribuyan a que “la sociedad en su conjunto” pueda avanzar en la construcción de un país pacífico, en el cual los conflictos sociales, políticos y económicos no continúen degradándose en múltiples y trágicos ciclos de violencia.
Es por esta razón que tantos observadores, estudiosos y analistas de la historia del conflicto armado colombiano vemos este acuerdo como un paso realmente significativo para desatar algunos de los más insidiosos “nudos de la guerra colombiana”, como lo ha puesto María Emma Wills.
Por supuesto, los nudos que nos mantienen atados a un sistema de violencia han sido históricamente protegidos y apretados por los actores cuyos intereses se verían afectados si se aflojaran, o si eventualmente se desataran. Entre estos están los protagonistas visibles e invisibles (no el coro) del No; y también están quienes vienen acrecentando el mortal cumplimiento de su tradicional régimen de amenazas contra líderes sociales, políticos de izquierda, representantes de poblaciones discriminadas, periodistas y académicos incómodos, constructores de paz, activistas de la restitución de tierras y defensores de los derechos humanos.
Debemos apropiarnos de la más importante promesa del acuerdo de paz:
la posibilidad real de romper el nexo histórico
entre política y violencia;
Como lo ha recalcado insistentemente Fernán González, los colombianos tenemos que darnos cuenta de la trascendencia y apropiarnos de la más importante promesa del acuerdo de paz: la posibilidad real de romper el nexo histórico entre política y violencia; un nexo que no ha sido impuesto exclusivamente por las guerrillas.
Es por esto que podemos comprender este proceso de paz como una coyuntura crítica; es decir, como un momento en el cual los factores que mantienen el equilibrio del sistema entran en crisis. Y debemos entender las diversas dimensiones del acuerdo de paz con las Farc, y de su implementación, como una ventana de oportunidad para profundizar constructivamente la crisis de este sistema de violencia.
Este tortuoso acuerdo de paz -y el que será aún más tortuoso proceso de implementación- gira en torno a tres dimensiones.
La primera es la desmovilización, el desarme y la reintegración a la vida civil (DDR) de los excombatientes de las Farc. Las dificultades impuestas por el fracaso de la opción inicialmente elegida por el Gobierno para darle curso a la implementación del acuerdo -la refrendación vía plebiscito de una sola canasta con todos los huevos- no solo ha significado el fortalecimiento del poder electoral de los representantes de quienes más pierden con la crisis del equilibrio del sistema. También ha plagado de ambigüedades e incertidumbres el proceso de DDR.
A estas alturas del paseo, el mecanismo (fast-track) para asegurar un trámite efectivo de las reformas constitucionales y los desarrollos legales requeridos para garantizar el tránsito de las Farc a la vida política y para erigir la arquitectura del sistema de justicia transicional (los dos núcleos de posibilidad del acuerdo), depende de una paradójica decisión de la Corte Constitucional -en la que el Gobierno gana si fructifica una demanda interpuesta por la oposición-, así como de la capacidad del ejecutivo y el legislativo para aprobar en tiempo récord y al margen de tal mecanismo una amnistía viable.
Mientras tanto, la esperanza de sacar rápida y organizadamente a miles de combatientes y milicianos de las Farc de las comunidades a las que tanto han azotado se desvanece, al tiempo que crece el temor de estas mismas comunidades frente a posibles desbandadas de guerrilleros por cuenta de las incertidumbres del proceso, la entrada de otros actores armados a los limbos que se han abierto en los espacios reales del poder territorial, y la vulnerabilidad en la que quedan muchas personas si no se activan prontamente las medidas de protección contempladas en el acuerdo de paz.
Las otras dos dimensiones del acuerdo que configuran esta coyuntura crítica no son menos complejas. La segunda tiene que ver con las reformas institucionales que permitirían avanzar hacia la reconfiguración del régimen político nacional mediante una apertura democrática, y que posibilitarían avanzar hacia un replanteamiento de las políticas para enfrentar los profundos problemas que nos ha dejado la absurda guerra contra las drogas. La complejidad de esta dimensión se agranda por las incertidumbres de la primera dimensión, pues su éxito depende en gran medida de los resultados de una Jurisdicción Especial para la Paz en ciernes.
La tercera dimensión -en la cual observamos los mayores retrocesos tras la renegociación del acuerdo- apunta al resquebrajamiento de los principales factores que han mantenido el equilibrio del sistema de violencia colombiano: el dominio territorial por parte de élites rentistas y extractivas. La Reforma Rural Integral contemplada en el acuerdo de paz no solo promete una redistribución de la tierra y una provisión de bienes públicos que permita reparar las injusticias históricas a las que han sido sometidos el campesinado y las comunidades étnicas, sino que además alimenta la esperanza de un rompimiento de los ineficientes y abusivos patrones históricos de dominio y explotación de los territorios.
La interacción entre estas tres dimensiones de la coyuntura crítica creada por el proceso/acuerdo de paz, nos ubica en una situación de extrema complejidad.
Y la complejidad es una situación en la que la pequeña perturbación de un elemento del sistema, o de un factor de su equilibrio, puede desatar reacciones en cadena con el potencial de crear transformaciones a gran escala; como tan bien lo ilustra la clásica imagen de la mariposa que, con el tenue batir de sus frágiles alas puede desencadenar una tormenta tropical. O no.
Todo lo cual simplemente me recuerda mi canción favorita de esta temporada:
Somos de la tierra
a ella siempre regresamos,
el futuro está en nosotros
y no en otro lugar.
Llamamos a la gente,
la gente tiene este poder,
los números no deciden,
tu sistema es una mentira,
un río que se seca,
las alas de una mariposa…
retomaremos lo que es nuestro,
un día a la vez.