El desconocimiento de ese extraño encanto que tiene la historia y que pocas personas escudriñan para conocer sus secretos, hace a muchos susceptibles a aquellos eventos que por desconocerlos, convierten su pasado en un eterno presente que se repetirá constantemente en el futuro. Como si fuera la primera vez.
La agresiva inconformidad y la manipulación por parte de quienes de una u otra forma pierden el poder, que mediante mentiras y engaños y con el patrocinio de los grupos económicos y políticos que ven derrumbarse sus imperios, convocan a marchas y protestas a sus incautos seguidores quienes no entienden por qué marchan y mucho menos comprenden por qué protestan, no es nada nuevo en las élites sociales.
Cualquiera que haga una lectura de los vestigios que el pasado nos ha legado, podrá darse cuenta de donde surge nuestro comportamiento, cuando alguien no invitado a la fiesta se nos cuela al salón principal y con un exótico baile se convierte en el centro de atención de todos y todas, con movimientos de arte y elocuencia que desnudan nuestra ignorancia e incapacidad.
También sabrá que las marchas y protestas de la gente de bien comenzaron por allá en los umbrales de la humanidad. Estas manifestaciones con las que siempre han buscado evitar se le cambien las reglas del juego de establecimientos hecho a su medida, sistemas que les han permitido pelechar del Estado e impedir que se conozca la corrupción de gobiernos anteriores y se haga pública la conducta y comportamiento de sus padres y abuelos, o en el peor de los casos, se sigan desclasificando archivos secretos. No es nada nuevo en esta especie humana.
Si saltamos la página a un pasado antiguo -bueno bastante antiguo- y señalamos en el mapa de la historia el año 2334 (a.e.c.), nos encontramos con la figura de Sargón de Acad, o Sargón el Grande, cuya historia con narrativa de origen y detalles está contada en las Tablillas Sumerias, documentos históricos hallados en la antigua Mesopotamia y conformados por un conjunto de pequeñas tablas de arcillas cocidas, escrita por ambas caras, semejando a lo que hoy conocemos como páginas de libros.
Acad, el rey verdadero creador del Imperio Acadio, fue el primer mandatario en ostentar el título de rey de reyes, al unificar bajo un solo imperio los que habían sido muchos. Su historia nos habla de un niño que su madre, una sacerdotisa quien lo tuvo a escondidas, lo embaló en una espuerta de juncos sellada con brea y le echó a las aguas del río Éufrates para evitar que lo mataran como tal vez debieron haberlo hecho con su padre.
El niño fue sacado del rio por Akki, jardinero del rey Ur Zababa, quien lo adoptó como su hijo y lo llevó a palacio, allí aprendió a leer y escribir.
Fue tal el aprecio del soberano por el pequeño, que recibió la misma educación de los príncipes y llegó a ser el oficial de más alto rango y hombre de confianza del rey. Su carrera fue rápida y ascendente, tanto, que terminó siendo el gobernante del imperio más grande de que haya tenido conocimiento la humanidad.
Este emperador fue considerado excelente dirigente político por la organización que dio al Estado. Construyó caminos rurales. Mejoró los distritos de riegos. Entregó tierras a labradores del campo. Estableció la privacidad del sistema postal.
Amplió la influencia del comercio y trajo el desarrollo de las artes y las ciencias a su imperio. Asimismo unificó el sistema de pesos y medidas en todo el reino e impuso unas nuevas dinámicas económicas con impuestos equitativos para las diferentes clases sociales.
Pero al igual que pasa hoy en día, las élites de las principales ciudades del reino, no aceptaban como soberano al humilde hijo de un jardinero y empezaron con marchas y protestas desconociendo su legitimidad como gobernante. Además sostenían que sus reformas no estaban acorde con lo que siempre se había hecho y que estos cambios podrían terminar convirtiendo al imperio en un desastre. Aquí cabría la frase de cajón “como Venezuela” cuarenta y cinco mil años más tarde.
Ante los desdenes informativos y la crítica situación generada por una élite que veía en cada cambio una amenaza a sus intereses, el inicio de descubrimientos de hechos de corrupción y salvajismo ocultos en reinados anteriores y la clara intención de derrocarlo. En un acto de soberbia, barbarie y soberanía, Sargón el Grande, condujo a sus tropas a las sesenta y cinco ciudades principales del imperio y acabó con las revueltas por siempre.
Coletilla
Hay que conocer de lo que pasó antes que nosotros naciéramos, para evitar que hoy, fragmentos lamentables del pasado, sean acápite de nuestra propia historia.