Uno de los derechos ciudadanos, sin duda, es el derecho a la expresión, ya sea a favor o en contra de opción o de postura alguna; una expresión frente a todo, frente a lo estético o, en temas de carácter político: da igual; además, ha de ser no solo patrocinada por el establecimiento, sino protegida en su manifestación, en sus personas y, lógico, en su contenido.
Por eso estamos muy a favor de todo lo que convenga al derecho a la expresión, desde los medios de comunicación, hasta salir a la calle a manifestar una posibilidad de gestión y, con mayor razón, a no estar conformes con el establecimiento, si así ocurre.
A ello se le denomina oposición. Y, siendo así, bienvenida la democracia que lo permite, pues no existe mayor antídoto contra la violencia que la expresión y, por supuesto, la posibilidad efectiva de llevarla a cabo. Muy bien.
El escenario nos revela el punto: lo que se observó el sábado pasado, hay que decirlo, es una forma de expresión, no violenta y, con repercusiones políticas; se marchó contra muchas cosas: un conjunto de desconciertos y desagrados con el establecimiento, contra el gobierno que bien vale la pena que sea tenida en cuenta; una multitud que caminaba por muchas razones; son la razón para que sea visualizada, reflexionada.
Gestión del gobierno; formas de privatización; mecanismos de ejecutar el presupuesto; alcances o, mejor déficit en los salarios versus capacidad adquisitiva; en fin, en fin, ejecutorias o desacuerdos sobre las mismas.
Todo lo que en verdad hace parte de la acertada o desacertada ejecución del plan de gobierno se puede manifestar y, de esa forma. Todo lo que puede ser corregido por la misma democracia.
¿Es lógico que alguien marche en razón
a que se siente con derecho a no ser condenado
aunque las pruebas digan lo contrario? Aporía
Algunos, no sé cuántos, marchaban por algunas posiciones que desde el mismo establecimiento se han generado y que han sido percibidas como de exclusión que, en poco se pueden observar como de persecución, algo que en realidad refiere a la libertad, hasta la de anticoncepción; argumentos de libertad que son refrendables desde el punto de vista de la manifestación, es decir, de la democracia: es válido. Sin embargo, allí, se cuelgan otras denominadas persecuciones o acicates de persecución, como que existe una postura de Estado para investigar y, lo que es más grave, para condenar a alguien por su credo político; hasta allí, no lo creo; no lo he visto. Nos preguntamos: ¿es lógico que alguien marche para que no sea investigado? Impensable; o, ¿que alguien lo haga en razón a que se siente con derecho a no ser condenado aunque las pruebas digan lo contrario? Aporía. Entonces, ¿será que existe ‘un’ derecho a la impunidad? Esa es la pregunta; allí no cabe la marcha, pues las decisiones judiciales que, poseen controles internos y externos, nacionales e internacionales jamás pueden pasar por el ‘beneplácito’ de la expresión informal, es decir, de las gentes, frente a lo que el Estado ha dado por centrar en la función delegada a los jueces que, además de ser autónoma, es independiente; allí marchar no es muestra de democracia.
Tampoco es democracia la antimarcha de los denominados ´paros armados’ que, en tropelía al establecimiento, en un torrente de violencia o, amenaza de violencia que es lo mismo, impiden la movilización y, hasta el vivir de las gentes; eso es antidemocracia; son los movimientos de contracultura a la paz que se están apoderando del país. ¡¡Cuidado!! El acercamiento a los acuerdos de paz, puede ser sometido no a un referendo o plebiscito, sino a la desconstrucción que de facto imponen las armas de quienes quieren y han creído en la guerra. Sí, señoras y señores, así no se marcha a ninguna parte.
Entonces, los que marchan: unos en la protesta o en la oposición: qué bueno; otros en busca de impunidad: que terrorífico; otros, para impedir la democracia: un contrapunto a la paz Y, otros, Ahhh… se me olvidaba, que se marchan, para no ser objeto de objeción alguna: qué mala cosa.
En fin, una idea circular que comienza por lo democrático y, termina en su opuesto: la anarquía.