Ciudad Jardín fue el barrio de una élite caleña que quería tener un estilo de vida norteamericana, con grandes y cómodas casas suburbanas, amplias calles y suntuosos jardines que se empezó a construir en los años setenta. Pero en los años ochenta se convirtió en la aspiración de nuevos ricos entre los que se encontraban los narcos que empezaban a permear la sociedad caleña, como lo hicieron en todo el país.
Entonces caleños raizales empezaron a vender sus casas a puerta cerrada con todos los enseres, y asi se instalaron traquetos en ascenso y los narcos consolidados y poderosos que conformaron el llamado Cartel de Cali. Se recuerda de esos tiempos la réplica del Club Colombia que mandó a construir José Santacruz como retaliación contra los socios del tradicional club social que le impidieron su entrada a pesar de haber llegado con el respaldo económico de la mafia.
Los narcos pagaban millonarias sumas de dinero no solo para hacerse a alguna de estas mansiones sino para limpiar las canastadas de dólares que habían conseguido a punta de sangre, fuego y coca. Alli llegaron los hermanos Rodríguez Orejuela, Pacho Herrera, Ivan y Lorena Urdinola. Los vecinos que no quisieron dejar sus casas vieron espantados como empezaban a levantarse muros inmensos, cómo se construían columnas faraónicas, como se rompía el piso para hacer piscinas en lugares insospechados y enchapar los pisos con mármol de Carrara. Engrosaron los muros originales para construir caletas con el objeto de guardar dinero y joyas, tras el arrecio del Bloque de Búsqueda. Incluso, se armaron leyendas alrededor de los albañiles que habían reformado las casas, muchos de los cuales terminaron asesinados acusados de haber contado los secretos de sus patrones.
Se recuerda la estruendosa música nocturna de las fiestas en las que retumbaban las orquestas y cantantes famosos del momento, que terminaron involucrados en los escándalos del Proceso 8000 cuando se destapó todo el entramado de opulencia, lujo y exageraciones que giraba alrededor de los capos caleños. Las rumbas duraban días, sobre todo si eran bautizos o primeras comuniones. Detrás de los altos muros de esas casas, en las salas y las piscinas, se realizaron los cruces de la rutas, se pactaron acuerdos, se trazaron planes de asesinatos y también se firmaron los acuerdos para las campañas políticas que terminaron por enterrar toda una generación de políticos vallecaucanos que vieron esfumarse sus ambiciones de poder detrás de los barrotes o inhabilitados de por vida.
Hoy son ruinas de mansiones en poder de la Dirección Nacional de Estupefacientes comidas por la maleza, el óxido y humedad que guardan los secretos de un mundo efímero que dejó su huella de muerte y corrupción en una sociedad como la caleña que solo ahora, 25 años después, empieza a dar señales de recuperación.
Allí está la casa del capo de capos Gilberto Rodríguez Orejuela quien paga una condena que equivale a una cadena perpetua en la cárcel de Coleman, en Orlando, Florida.
Un muro inexpugnable rodea su patio trasero, mientras que el frente está devorado por la maleza y el óxido marrón. En la derruida sala reposan algunos libros de autoayuda con el que el capo alimentaba aún más su ego descomunal. Unos dibujos infantiles adornan las paredes de uno de los cuartos. Aquella fue la casa oficial que compartió con Mariela Mondragón pero la cual tuvo que abandonar cuando se incrementó la persecución y terminó escondido en una modesta casa del barrio Santo Mónica Norte donde fue descubierto por el Bloque de Búsqueda.
Miguel Rodríguez vivía en el mismo barrio. Allí vivió junto a su esposa la ex reina de belleza Martha Lucia Echeverri pero también tuvo que abandonarla para iniciar su huida de las autoridades.
Al lado de los palacetes que habitaban, los hermanos Rodríguez Orejuela mandaron a construir un lago que supuestamente era para el disfrute del barrio pero terminaron apropiándose de éste. “El día que lo inauguraron dijeron que esto era para la comunidad, para el barrio, pero eso era mentira. El lago se la pasaba lleno de los escoltas de ellos que custodiaban a sus hijos cuando venían acá a pasear en balsitas. El que se sentara acá de una vez era intimidado por más vecino que fuera”, cuenta otro residente del sector.
De la opulencia de los Rodríguez y los hombres del cartel de Cali que pusieron en jaque al país cuando se propusieron poner Presidente con Ernesto Samper Pizano en la Casa de Nariño, no quedan sino ruinas y las leyendas de los vecinos.