Nunca dejamos de sorprendernos por ese arte tan maravilloso que ponen en escena los maestros del carnaval. Propios y visitantes nos sorprendemos al tener frente a nuestra retina unos seres fantásticos de otro mundo; todos esos seres soñados en la infancia toman forma en unas manos que tienen la maestría para esculpir una multitud de personajes, que solo existen en la mente creativa de artistas consagrados en una festividad que nos aviva el alma cada vez que estamos entrando en un nuevo ciclo.
El Carnaval de Pasto es el epicentro de las festividades que nos recuerdan que a pesar de que en esta zona no existieron esclavos de origen africano, aquí se le rinde tributo a una raza que tenía un solo día de asueto en el año para celebrar en libertad. El homenaje se lo hacía recordando la presencia de un rey negro entre la comitiva de los magos. Pero los carnavales que se celebran en la zona sur de Colombia desbordan el carácter religioso; de hecho, son atípicos, no forman parte del calendario católico, de los que se celebran antes de la cuaresma, tiempo de abstinencia.
Nuestro carnaval es un derroche de imaginación en el cual se combinan colores para crear el arcoíris de ensueños. La maestría se hereda de manera centenaria, de generación en generación, para que los más jóvenes sean los que se vayan apropiando de un conocimiento que se aprende haciendo, porque toda la familia tiene que estar metiendo mano. Es desde la infancia que se empieza con este legado que se cumple de manera religiosa, en una conducta de vida. Los maestros del carnaval heredan a sus hijos esas habilidades. Diríamos que en su ADN está escrito ese legado maravilloso que en parte se aprende y en parte se nace sabiendo, porque el carnaval se lleva en la sangre.
Es un carnaval único en el mundo, donde todo un pueblo siente en su corazón que se aproxima esta celebración, y que no hay otra forma de proceder, sino bailar un son sureño. Los toques de redoblante, bombo, clarinetes, saxos, trompetas anuncian que estamos de fiesta, y que hay que abandonar las faenas del día, agarrar un pañuelo, levantar la falda y avivar para que el entusiasmo cunda.
En tanto los maestros hacedores de majestuosas obras han abandonado a Morfeo, el dios del sueño, para entregarse por días consecutivos a la vigilia que implica moldear, empapelar, pulir, fondear y empezar a darle el color que nace de la imaginación. Esto se hace con una buena dosis de pasión, agregándole un toque de locura; el amor que no puede faltar y ese gran valor de sentirse pastuso. Porque nada emociona más nuestros corazones que la interpretación de La Guaneña al calor de un hervido de lulo o de mora.
Recorrer el Pasaje Carnaval es introducirse en un mundo fantástico: verse rodeado de seres mitológicos, de campesinos nariñenses, de genios, de ángeles y arcángeles, dragones y serpientes, jaguares y leones, arlequines, alegorías a los personajes de la región. Es como internarse en un túnel de mundos paralelos. Nunca nos cansaremos de lanzar vítores a estos maestros constructores de seres gigantes. Nunca nos cansaremos de aplaudir, porque ellos nos introducen a un mundo de maravillas del universo sideral.
Esta fiesta no termina ahí, porque los maestros, de inmediato, están planeando la obra para el año siguiente. Lo que quiere decir que el Carnaval de Pasto es un carnaval permanente, los 365 días del año. En cualquier momento se puede visitar a un artesano, un artista, y él tiene a disposición las obras. Luego, es importante mencionar que a estos maestros los están invitando a otras fiestas que se llevan a cabo en otros lares de este mundo globalizado.
Ciertamente, en todo lo grandioso se presentan tropiezos, dificultades y deseos de que a mí me gusta más el desfile, pero creemos que fue una nueva experiencia para mostrar el arte de nuestra tierra al mundo. Maestros, artistas del carnaval, para ustedes un aplauso cerrado y… ¡que viva Pasto, carajo!