No conozco gente más indigna que los políticos, no conozco personas más inauténticas que los políticos, ni más calculadoras, ni más imprudentes y mentirosas y acomodadas que ellos. En este sentido, a veces pienso que el ser humano va en involución, pues hasta hace unas décadas la palabra valía, y ni qué decir en la Edad Antigua o en la Edad Media, cuando la palabra equivalía a la vida. Hoy no. Alguien dice una cosa hoy y mañana dice otra, o niega lo que dijo… maquilla las palabras, les da otra interpretación, las acomoda a su antojo. Y si hizo algo reprochable o ilegal, dirá que todo es un montaje, que es persecución política, que son falsos testigos…. No vayamos tan lejos: la gente común y corriente se refugia la mayoría de las veces en la mentira y deshonestidad. Un ejemplo ridículo: hemos llegado al punto que para cualquier contrato o acuerdo entre adultos se necesite abogado, notario, documentos, firmas, huellas dactilares, fiadores, testigos y referencias de todo tipo… y se llega al colmo de tener que filmar un video que registre todo ese protocolo… y ni así, para un cobarde, un mentiroso, siempre habrá una excusa, una justificación, una escapatoria: la palabra y la dignidad se jodieron.
Dónde están los Jesucristos que son dignos y auténticos aun al precio de perder la vida: “sí, yo lo dije; sí, yo lo hice; tú lo has dicho, así fue; ¿me buscan?, aquí estoy”. Dónde están los Sócrates que prefieren beber la cicuta a retractarse de su verdad. Dónde los valientes como Giordano Bruno que prefieren ser excomulgados y condenados a la pena capital por supuesta herejía, y padecer incluso todo lo peor, a retractarse de lo que están convencidos y tienen pruebas. Tal vez nadie sea capaz de retar al poder, a la mentira, al juego de intereses, a la falsa justicia de los hombres como lo hizo el monje Giordano Bruno cuando afirmó con temple: “Tembláis acaso más vosotros al anunciar esta sentencia que yo al recibirla”. Hoy, además de la palabra, la dignidad y la autenticidad, escasean el carácter y el pundonor.
Todo lo anterior, a propósito de las retractaciones o rectificaciones de algunos líderes políticos, respecto a comentarios bizarros en medios de comunicación en torno a un personaje como Uribe, el cual tiene no sé cuántos miles de investigaciones reales o ficticias… sin que ninguna concluya en algo: todo se evapora. No soy titulado en Derecho, pero supongo que la prueba o las pruebas son el sustento de todo fallo que condena o absuelve. Por eso, es una irresponsabilidad de cualquier personaje de la vida pública querer hacer las veces de juez pretendiendo, incluso, anticipar un fallo condenatorio. Si tiene las pruebas, muéstrelas y sosténgase en lo dicho, y si no las tiene, pues no sea imprudente y no se robe el show retractándose, o en su defecto, rectificando calumnias o afirmaciones temerarias. Lo peor y más inauténtico sería que si le consta algo y tiene las pruebas salga en desbandada a desmentirse. Pastorcitos o pastorcitas mentirosas de farándula. Alfeñiques de la política. Saltimbanquis de la verdad. Peleles del circo humano. Y es que, claro, dónde hallar una Juana de Arco, un Diógenes de Sinope, o un ya mencionado Giordano Bruno.
Todo parece indicar que la verdad, la pulcritud, el carácter y la dignidad son adjetivos incompatibles con la degradada clase “política”. Tienen que ser, necesariamente, palabras incompatibles con estos oscuros personajes porque el poder no sabe de “escrúpulos”. Y lo anterior aplica para los de izquierda y derecha… porque no es que unos sean unos mártires e inocentes víctimas y los otros unos victimarios y verdugos: ambos se pueden medir con el mismo rasero. Alguna vez escribí: "la izquierda y la derecha van en líneas paralelas y terminan por juntarse". Me reafirmo en lo dicho, en un escenario como el actual, donde los supuestos archirrivales llevan distintos disfraces, pero resultan siendo casi los mismos, conforme a su modo de proceder, a sus vicios, pompa y amaneramientos.
El tema Uribe es harto, psicopatológico, como el protagonismo político o de cualquier índole de los que cada semana lo señalan de esto o de lo otro, y no escribo aquí esas oscuras palabras que son un rancio lugar común en nuestro país desde hace por los menos tres décadas. Y es harto, en primer lugar a causa de las redes sociales, donde millones lo acusan y de paso le enrostran el postre obligado de los gonococos y madrazos propios de la plebe… de aplicarse el principio romano: dura lex, sed lex (la ley es dura, pero es la ley) millones de colombianos y no colombianos tendrían que retractarse, o ser condenados por calumnia. Qué va, en un país donde el delito parece ser ley, todos acusan, todos señalan, todos quieren lapidar, matar y decapitar sin anteponer una prueba reina ante un juez. País de irresponsables, país fanático y de locos.
Y que ahora los inicuos no me acusen de ser uribista (los que no están con ellos están contra ellos, suelen decir), porque no lo soy, ni lo he sido, ni lo seré… en mi caso es un imperativo categórico no serlo. Y afirmo, en consecuencia, que cada retractación, o toda rectificación maquillada o espuria, lo victimiza, y a la vez, cada calumnia y cada persecución en su contra hacen más sospechosos esos deseos obsesivos de llevarlo a la cárcel a como dé lugar. En todo caso, atacar desde todos los ángulos a Uribe lo hará más fuerte. Gustavo Petro, Claudia López (a quienes he apoyado en pasadas elecciones) periodistas e izquierdistas de toda laya deberían ser más propositivos en temas de reconciliación, unidad, convergencia, puntos de encuentro, perdón, diálogo… no creo que meter a Uribe en la cárcel sea la panacea para todos los males habidos y por haber del país. Ese deseo obsesivo de algunos parece una fijación, un síndrome de algo conexo a la venganza, un tinte de represalia y oportunismo… tiene también un toque de perversión y parece una parafilia de los espíritus amigos de la división y del odio.
Muéstrenme una prueba contundente incuestionable y cambiaré de opinión. Porque este es un país donde todos ven, pero nadie ve, donde todos saben, pero nadie sabe, donde todos acusan, pero nadie comprueba: Colombia, Locombia la llaman… o si los que se retractan tienen las pruebas que asuman todos los riesgos… porque versiones deleznables de terceros y cuartos y hasta del mismo “patas” suelen desvirtuarse. O mejor, toda esa energía que derrochan en acusar, repensar y condenar anticipadamente a Uribe, pónganla en aras de la paz, la unidad y reconciliación… sería lo más conveniente, quizás.