En el génesis del mito patriarcal monoteísta se encuentra la razón de algunos de los grandes desequilibrios relacionados con el amor, la naturaleza y el trabajo de las sociedades de todos los tiempos, aún las de nuestros días.
La expresión hace referencia a la historia del pecado original por parte de Adán y Eva —los primeros seres humanos de los que da cuenta la doctrina cristiana— cuando habitaron en el Jardín del Edén y cuando por influencia de la serpiente desobedecieron las órdenes de Dios, dando lugar a algunas de las “maldiciones generacionales” que permearon la esencia, el pensamiento y accionar de la descendencia humana.
Así lo manifestó Carlos Satizabal —actor, dramaturgo, poeta, escritor, y profesor de cine y televisión de la Universidad Nacional— durante el desarrollo del primer panel de la cuarta sesión de la Cátedra Gabriel García Márquez: Frankenstein, nuevas miradas políticas y estéticas del Instituto de Investigaciones Estéticas de la Universidad Nacional de Colombia. “La sociedad patriarcal tiene su puesta en escena en el imaginario colectivo con el mito de Adán y Eva en el Edén y las maldiciones de Yahvé, herencias de ese mito”, manifestó.
Según Satizabal, con la maldición a Eva, Adán y a la serpiente se maldice también el amor, el deseo y la desobediencia femenina, así como el trabajo, y se heredan estas maldiciones a las generaciones futuras. “Una gran crisis de la época en que vivimos es el amor perturbado, porque el patriarcado ha convertido en dominación nuestras relaciones amorosas. Nuestras relaciones afectivas están cruzadas por el principio de la propiedad, de la tradición”, aseguró.
El artista y académico también explicó que la rebelión femenina contra el poder masculino proviene de ese primer acto de desobediencia de Eva y luego, de Adán, quienes, sin saberlo, permiten la condenación del hombre y su relación con la naturaleza. “La maldición a no escuchar, a no poder oír la voz de la naturaleza, a no poder dialogar con ella y a convertir la naturaleza —como lo ha hecho la sociedad moderna— en un inmenso almacén de mercancías. De ahí viene el desequilibrio en las relaciones entre cultura y naturaleza, la crisis ecológica en la que estamos”.
Otra de las consecuencias derivadas de ese acto, según Satizabal y que se relacionan con la novela Frankenstein o el moderno Prometeo de Mary Shelley —narración sobre la cual giran las sesiones de la cátedra—, es el de la perturbación del orden de lo sagrado (la naturaleza, el amor, el trabajo). “El doctor Frankenstein está explorando la naturaleza sagrada de la muerte y la vida, cómo hacerla de otro modo a través de los conocimientos”.
“En el mundo en el que vivimos, en nuestra América, se han mestizado varias tradiciones sagradas: las tradiciones europeas que ya eran mestizas, las tradiciones indígenas que también lo son a su modo —pero no las conocemos muy bien—, las tradiciones africanas; nosotros somos hijos e hijas de un mestizaje no solo corporal, físico, sino también cultural y por lo tanto también religioso. Todo el orden de lo sagrado está muy mestizado”.
Para concluir, Satizabal resaltó la importancia de construir un nuevo mito no patriarcal, fraterno, que permita la materialización de un mundo mejor, de una mejor sociedad fundada en la justicia, el amor y el equilibrio. “A esa ilusión nos arroja el análisis sereno de las herencias que nos conforman y de las tragedias que heredamos de los mitos del patriarcado: el odio hacia la mujer, la condena patriarcal a la dominación, la separación destructiva de cultura y naturaleza que ha desacralizado la vida y fundado el delito mercantil de la naturaleza como una fuente de recursos inagotable; el vivir el trabajo como una maldición que soporta todas las otras maldiciones al trabajo: la esclavitud, la explotación”.