El dolor en la espalda de la actriz Carla Giraldo no le permitía moverse bien. Un amigo suyo, que conocía las manos sanadoras de Carlos Murillo fue quien la llevó donde el sobandero, popularmente como El Tigre. Un par de sesiones y el dolor de la actriz desapareció al cabo de unos días y sus movimientos volvieron al ruedo. Así también pasó con el actor Robinson Díaz, a quien hace bastantes años le reacomodó un hombro y los huesos de una de sus manos.
Carlos Murillo es sobandero o masajista o quiropráctico o acomodador de huesos, tendones y músculos. Durante los 35 años que lleva poniendo huesos en su lugar como si estuviera encajando a la perfección las fichas de un rompecabezas ha atendido a no menos de 100 mil personas. Es un cálculo a la ligera que muestra la experiencia que el hombre de ojos verdes tiene encima. Es el único que queda de la segunda generación de sobanderos; pero nadie, ni sus colegas ni mucho menos sus clientes, lo conoce con el nombre de pila: él es El Tigre.
El oficio lo aprendió de don José Murillo, su papá, el primer sobandero de la ciudad y también el primer Tigre. A don José no solo le heredó los ojos verdes por el que se ganó el apodo, sino la sabiduría y la buena práctica. Carlos Murillo llegó de Caldas a los 19 años. Desde entonces el tratar con luxaciones, esguinces y huesos salidos ha sido su oficio. Su papá, tolimense de pura cepa, después de andareguear por medio Colombia, como quiropráctico sin éxito, junto con su hermano a quien llamaban El Alemán, por lo alto, blanco y el color familiar de los ojos, fueron los primeros en instalar en Bogotá una camilla y un aviso con la palabra sobandero. Era el comienzo de los años 80.
El par de hermanos Murillo trabajaba al frente del Instituto de Medicina Legal, que siempre ha quedado en el mismo lugar: calle séptima con carrera Caracas. Improvisaron un pequeño local en el zaguán de una de las funerarias, que por aquella época quedaban en esta zona, para las que también trabajaban como embalsamadores de cadáveres.
Todo comenzó al lado de su papá, el viejo Tigre, a quien no le quitaba la mirada de encima cuando un nuevo cliente se asomaba a su pequeño zaguán. También ayudó a embalsamar muertos, de quienes cuenta, aprendió de anatomía y el encaje y posición correcta de los huesos, músculos y tendones. Tenía el don, aprendió la técnica y se enamoró del oficio.
Cuando los años le pesaron a don José Murillo el tigrillo se hizo Tigre. Se echó a los hombros la responsabilidad de llevar el apodo de su papá. Montó un local frente a Medicina Legal, sobre la calle sexta, de donde salió hace un par de meses por la intervención del barrio San Bernardo, otro barrió tradicional y popular del centro de Bogotá que se fue convirtiendo en un expendio de droga y del cual ya solo quedan unos pocos ladrillos. Allí se le va a dar paso a un proyecto de vivienda multifamiliar. Ahora los sobanderos están sobre la Avenida Caracas, entre las calles cuarta y sexta, un poco más al sur de donde empezó el oficio hace ya unos 40 años.
Todos los sobanderos se hacen llamar por sobrenombres. Es una estrategia de mercado. El apodo genera recordación entre los clientes. En la zona están El Caleño, El Caldense, Leo. Los más visitados son El Tigre y los que al nombre de su local anteponen la palabra Negro: Negro Palindo, Negro Ismael, Negro Jordán, porque el Negro Palomo, un sobandero que mataron hace unos años —también de la segunda generación— era otro de los mejores y más conocidos del sector.
El consultorio que El Tigre tiene hoy sobre la Caracas es pequeño. Es de dos metros de ancho por cuatro de largo. Sobre un escaparate de madera que tiene al fondo hay una biblia abierta, una veladora prendida y una pequeña estatua del Divino Niño. Es muy creyente. Dice que Dios le dio un don en sus manos para sanar. El lugar tiene un olor dulzón que proviene de un líquido verdoso que El Tigre usa para sobar que se llama bálsamo tranquilo, un producto de origen cubano que usan los curanderos populares para tratar el carácter hostil de las personas, pero que el sobandero de ojos verdes usa, revuelto con aceite de mano de res, para apaciguar los dolores de las lesiones.
El tratar una fractura grave o una lesión de mucho cuidado puede costar unos dos millones de pesos. Esta clase de tratamientos puede tardar tres meses, con unas 20 sesiones. Los tratamientos menos graves están alrededor de los 400 mil pesos. También sobadas que valen 50 mil. El Tigre también le aprendió a su padre que no todos los clientes tienen el mismo peso en los bolsillos y por eso también cobra dependiendo la capacidad de sus clientes. A los muy pobres que necesitan de sus servicios casi que les regala su trabajo y solo les cobra los gastos de implementos. A los clientes de mejor posición económica les cobra bien y compensa.
El exarquero de Millonarios, Nelson Ramos; el exvolante de Santa Fe, Ómar Pérez, los cantantes Noel Petro y Raúl Santi y varios famosos más han sido sus clientes. El Tigre es hoy en día el sobandero más antiguo de Bogotá.
Tres de sus hijos trabajan a su lado. Ya se están dando a conocer como buenos sobanderos. El Tigre les está enseñando sus técnicas, esperando que también tengan el mismo don de sus manos milagrosas. Sin duda alguna, si se quedan en el negocio, cuando Carlos Murillo cuelgue su bata de sobandero heredarán el nombre de El Tigre y la responsabilidad de tenerlo encima, así como él lo heredó el de su padre, don José Murillo, el primer sobandero de Bogotá.