Las luchas delirantes
Opinión

Las luchas delirantes

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noviembre 06, 2013
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La cancelación del semestre en la Universidad Tecnológica de Pereira deja en evidencia cuan delirantes y peligrosas pueden ser ciertas luchas: el grupo estudiantil que entró en paro prefirió sacrificar el semestre de 12.000 estudiantes, antes que replantear sus exigencias o su modo de protesta. El suicidio los hizo sentir mártires de una insurrección que nadie les estaba pidiendo.

Viva muestra de la incapacidad de las organizaciones estudiantiles para plantear luchas realmente estratégicas y con objetivos tácticos precisos. Todo ello, porque se dejan llevar por las necesidades de grupos de interés que les impiden acceder a una visión amplia de las necesidades del país, y les castran la posibilidad de realizar acciones políticas que resuenen con un proyecto incluyente y democrático.

A la Mane y a las demás organizaciones estudiantiles las ahoga el maximalismo. La creencia ingenua de que una negociación se trata de ganarlo todo. Cualquier persona que ha negociado en su vida sabe que esto va en contra del principio de cualquier negociación, pero ellos llaman “negociar” a esta vulgar forma de imposición.

Maximalismo: aspirar a todo, no ceder nada… y, si nos empiezan a dar un poco, pues pedir más. No importa siquiera si lo que pedimos es factible o posible. No importa tampoco si no es viable financiera o fiscalmente. Tampoco importa si nosotros no tenemos nada por dar. Lo único que importa es el soberano rechazo, el “no queremos”, el “no se nos viene en gana”, la afirmación de nuestro delirio.

Tal modo de actuar políticamente es completamente válido. La gente tiene derecho a rechazar, a contradecir, a objetar. Si creemos que nuestro pueblo está bien sin un proyecto minero que podría acabar con nuestros procesos productivos, ¿por qué habríamos de permitirlo? Pero cuando lo que está en juego es la transformación de un estado de cosas que nosotros mismos juzgamos como indeseable, no basta con cerrar las puertas a las opciones que nos presentan, sino que también estamos en la obligación de proponer.

Hace ya dos años que las organizaciones estudiantiles rechazaron el proyecto de reforma a la educación superior que propuso el Gobierno Nacional. Todos —rectores, investigadores, docentes, estudiantes y Gobierno— están de acuerdo en que es necesario reformar una Ley 30 ya obsoleta. Sin embargo, no todos han propuesto proyectos serios, dignos de discusión, sujetos a análisis técnicos apropiados, factibles, financieramente sostenibles y responsables fiscalmente. El Gobierno lo hizo, sí, pero olvidó establecer el acuerdo político necesario para que el proyecto fuera políticamente viable. Y tuvo que pagar el precio de tal equivocación.

Pero del lado de la Mane no pasó nada. Celebraron el fracaso del Gobierno como su gran victoria, pero aparte de ese triunfo negativo no salió con nada. Ni proyecto para discutir en el Congreso, ni generación de espacios para construir participativamente una opción viable de transformación del sistema, ni estudios que permitieran imaginar escenarios hacia los cuales direccionar la educación superior. Nada.

Apenas unos borradores publicados en un blog, unas arengas en Twitter, unas frases vagas e intraducibles a un proyecto de Ley: “La educación superior será antipatriarcal” ¿En serio?, ¿y eso qué significa?, ¿prohibirán que los hombres sean rectores?, ¿es que acaso los valores patriarcales se transforman en razón de leyes que los prohíben?, ¿no es muy patriarcal tal visión de la Ley…?

“La educación debe ser para la independencia tecnológica, científica y cultural”. ¿Y esa ‘emancipación’ qué significa?¿Acaso no contradice los principios mismos del saber, esto es, la apertura y el intercambio? ¿Y qué quiere decir realmente independencia cultural?, ¿que se desmotiva a las universidades a estudiar o promover formas culturales que no sean‘autóctonas’?

¿Y qué es eso de que la “dignidad educativa” implica el “no confesionalismo”?, ¿por qué el confesionalismo es indigno?, ¿acaso no hace parte de la autonomía de cada universidad declararse confesional?,¿qué pasaría con las universidades que libremente asumen unos valores religiosos en su misión?, ¿habría que cerrar la Javeriana y la Católica?

El prometido proyecto de “ley alternativa” de la Mane no pasa de ser un libelo que mezcla sin sentido alguno eslogan de aquí y allá. Un poco de Negri, un poquito de hacktivismo, una pizca de feminismo, un tris de bolivarianismo. Tan diverso como inconsistente, tan heterogéneo como inasible. Tal vez por esto mismo no lo han terminado ni se han podido poner de acuerdo con su contenido final. Porque los principios ideológicos que lo guían solo podrían tomar la forma de una Ley entrando en contradicción con ellos mismos.

En la política también es válido soñar y apostarle a la utopía. Los movimientos tienen derecho a fantasear. La fantasía tiene un poder político enorme, pero no todos estamos obligados a dejarnos arrastrar por los fantasmas de otros. Algunos preferimos ser solidarios en la crítica y no en el delirio.

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