No se equivocaba Karl Kraus, el escritor y periodista austriaco de origen judío, cuando dijo que “el secreto del agitador es hacerse tan estúpido como lo son sus oyentes, con el objeto de que estos crean que son tan listos como él”. Lo digo porque todo hombre incendiario emplea el discurso que lo asemeje a la gente que lo aclama, la cual cree ver en todas sus proclamas, muy bien difundidas mediante un canto de sirena, las cosas que supuestamente siempre ha cuestionado.
Un buen ejemplo de tipos así –que, dicho sea de paso, aprovechan los momentos más cruciales de una sociedad desvencijada para alcanzar su cometido– lo podemos apreciar en el senador Gustavo Petro, que con tal de ganar adeptos y contar incondicionalmente con los que tontamente ya los siguen, no le importa decir cuanta barbaridad sea posible para mantener su única estrategia: polarizar hasta llegar a la presidencia.
Lo último que dijo este engañabobos, sin importarle la situación que vive el mundo entero, es que las vacunas no sirven para nada. En otras palabras, dio a entender, al menos eso pude interpretar cuando lo dijo, que se está jugando con la salud de las personas. Más de uno estará de acuerdo con él, especialmente aquellos que se consideran políticamente antivacunas; los que creen que los laboratorios, unidos en un plan macabro transnacional, nos están inyectando un chip para acortarnos la vida; y los que piensan, pero ya de manera más moderada, que las vacunas fueron fabricadas a toda carrera con el fin de dar respuesta a los ataques del temible virus.
Habría que decirle a Petro que las vacunas no evitan el contagio, pero sí reducen los efectos de este en más de un 90 %. También habría que decirle, pero enérgicamente, que bastante tiene ya la gente con esta pandemia. La zozobra y la desesperanza tienen a todos en medio de una debacle mental como para que él, irresponsablemente, salga a trinar cosas semejantes.
Es tanto el desconcierto, en medio de la crisis social que vive el país, que muchos no se vacunan porque se les va a caer el cabello y, otros, porque temen que no se les vuelva a parar el miembro. Creen que de esta manera están evitando, al menos por algunos años, los beneficios del sildenafilo, el compuesto químico que Pfizer comercializa con la marca Viagra.
Ideas como estas llevan a muchos adultos a no vacunarse; mientras tanto, el país está pidiendo a gritos una reactivación económica de verdad, porque el desempleo y la falta de oportunidades hasta hace poco nos tenía en guerra.
No es de aterrar lo que digo. Recordemos que hace unos meses, Petro le pidió al primer emisor, el Banco de la República, imprimir más billetes para que fueran a parar, claro está, con una propuesta presidencial asistencialista, a las manos de los más pobres del país. Digamos que la gente se queda con esos billetes, tal como lo viene exigiendo, pero igualmente va a seguir desempleada. Entonces, la solución no está en un insulso asistencialismo social, sino en desarrollar una economía que les permita a todos los colombianos contar con un empleo digno.
Cosas como estas dan a entender que Petro está acostumbrado a decir locuras, pero las dice de una manera que cautiva a sus seguidores, sin que estos se den cuenta de que están ante un politiquero que no sabe dónde está el progreso. Si ese es el mandatario que algunos quieren, pues que se preparen para una ruta política llena de improvisaciones, bastante similar a las de cualquier dictadura como las que proliferan en este lado del charco.
La ñapa. Habla muy mal de Gustavo Bolívar, el escudero de Gustavo Petro, el comportamiento que ha tenido con la familia del entrañable actor Bruno Díaz. A este senador, que nos tiene acostumbrados a una ética social que realmente no practica, se le olvidó pagar un contrato laboral, pasando por alto las necesidades de un joven emprendedor que tuvo que endeudarse con un banco.
Nadie se imagina lo que pudo haber vivido Diego Díaz, el hijo de Bruno Díaz, así que hace muy bien su progenitor al denunciar artísticamente a este otro engañabobos. Otro ejemplo más, amigo lector, de la gente que nos quiere gobernar. No estamos para apoyar a los mismos de siempre, ni mucho menos queremos un populismo corrupto como el que se nos quiere imponer.
Pensemos serenamente, porque el año que viene nos hundimos o salimos a flote.