Las ligerezas sobre el caso de Juliana Giraldo

Las ligerezas sobre el caso de Juliana Giraldo

Aunque es fácil dejarse llevar por la rabia, hay que recordar que todos los asesinatos son homicidios, pero no todos los homicidios son asesinatos

Por: Camilo Valencia Trujillo
septiembre 28, 2020
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Las ligerezas sobre el caso de Juliana Giraldo

Quienes tenemos la oportunidad de decir algo por alguna ventana de información cargamos en hombros una enorme responsabilidad con quienes nos escuchan, leen o ven.

El país se ve cada vez más sumido en violencia y dolor aumentado por el estiércol, vomitado por manzanillos políticos que disfrazan su condición de pirómanos con un traje de bombero y pretenden apagar los incendios con gasolina.

Los violentos y virulentos de mi patria boba no desaprovechan oportunidad para coger orilla, aunque se autodenominen de centro, izquierda o derecha.

Los casos lamentables de las últimas semanas en Colombia, donde hemos visto los desesperados procedimientos de la policía y hechos como los del Cauca (donde en un retén del Ejército Nacional perdió la vida Juliana Giraldo, una mujer que, por el decir de su familia, era  ejemplar), hacen más dolorosa la pérdida.

Con angustia vemos cómo hay gente queriendo hacer leña del árbol caída, por lo que debemos recordar que en todas las instituciones, organizaciones, colectivos, movimientos hay simplemente seres humanos, que al igual que cada uno de nosotros son susceptibles de errar.

Juliana Giraldo era una mujer trans, con una historia de amor homenajeada con las desconsoladas lágrimas y desgarradoras palabras de su esposo y su familia. Se levantó su último día a hacer lo mismo de todos los días (tratar de conquistar su mundo), pero desafortunadamente, en un instante desafortunado y en un lugar desafortunado, tomaron una decisión desafortunada y la mató un soldado; uno que se había levantado ese día a hacer su oficio y quizás también a conquistar su mundo.

La comunidad LGBT no debe dejarse provocar, esto no fue violencia homofóbica ni de género, fue un homicidio cometido por un integrante del ejército que con seguridad ese día no se levantó a buscar a alguien que se movilizara en un carro blanco, que fuera mujer trans y que se llamara Juliana Giraldo. No. Ese soldado cometió un error y varias faltas de procedimiento, por ende debe pagar por ello, pero no podemos despellejarlo ni lapidarlo. Ya las autoridades se encargarán de decir si el homicidio fue culposo.

A los periodistas, a quienes con tristeza he escuchado hablar del "asesinato" de Juliana Giraldo, sin pretender ser consejero —para lo cual solo me serviría la edad—, con estas expresiones ligeras estamos fomentando el odio y el resentimiento; les invito a leer un poco del código penal y establecer la enorme diferencia entre un homicidio y un asesinato. Todos los asesinatos son homicidios, pero no todos los homicidios son asesinatos. Un asesinato debe tener agravantes como alevosía, recompensa, precio y/o ensañamiento

Los jueces no se han pronunciado y es más fácil pensar y creer que ninguno de estos agravantes ha tenido cabida en este desafortunado episodio. Muy diferente el caso de los policías que en Bogotá acabaron con la vida de Javier Ordóñez; y, aun así, recordemos que son seres humanos que deberán pagar proporcionalmente por sus errores en el caso militar y por sus delitos en el caso policial.

Sin embargo, la memoria no nos debe traicionar. Nuestro Ejército y nuestra Policía son instituciones que como las empresas, las comunidades e inclusive las familias necesitan de vez en cuando vientos fuertes que sacudan las hojas secas y den paso a nuevas hojas frescas y saludables.

A la hora de fustigar a la Policía y al Ejército hay que poner en el platillo opuesto de la balanza sus muertos, sus viudas y sus huérfanos, que no son pocos, todos ellos originados en cumplimiento de su deber: velar por la vida honra y bienes de todos los colombianos.

No sé de quien fue la idea de reunir de manera inmediata a las dos familias involucradas en la tragedia del Cauca, pero deberíamos los colombianos, ponernos de pie y aplaudirla.

Confieso que ese gesto, ese abrazo y esas palabras con dolor y sin odio, ante un alcalde y altos mandos militares, me pusieron a soñar con la posibilidad de un país que, por descuadernado e inmerso en la anarquía que esté, puede perdonar a tiempo y no esperar años para repartir y pedir perdones de dientes para afuera, cuando el tiempo ya ha enquistado el odio y es el maldito odio lo que debemos desterrar.(CVT).

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