Las lecciones de Pedro Sánchez en España

Las lecciones de Pedro Sánchez en España

Tras ganar las elecciones, el presidente del país ibérico y secretario general del Psoe debe demostrar su valía. Sin gobernabilidad, se puede quedar a la deriva

Por: Francisco Henao
mayo 03, 2019
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Las lecciones de Pedro Sánchez en España
Foto: Twitter @sanchezcastejon

A Orlando, con fervor fraterno.

Es obvia su primera lección, la resiliencia. Hoy en boga, pero poco practicada. No se quedó rumiando que los barones del Partido Socialista Obrero Español, PSOE, en 2016, lo tumbaron de la dirección del partido. Juzgaban que carecía de carisma, de sangre para elevar la moral de un partido recién derrotado.

Tribulación había, pero no amilanado. Salió a las calles, persistió en sus contactos, palpó in situ el desaliento de las huestes partidistas y fue llegando a conclusiones. Una, los barones se pueden equivocar, están sujetos al error y a la codicia de su condición y no tienen la última palabra. Dos, vio claro que el alma de los partidos son sus bases, su militancia, a ellos deben su razón de ser. Cuando prevalecen los primeros sobre los segundos, lo que surgen pueden ser cleptocracias o plutocracias. Los militantes del PSOE plebiscitaron a Pedro y lo llevaron de nuevo a que fuera su líder. Ejemplar proceso democrático. Pura enjundia. Había puesto en práctica la fórmula enunciada hace 100 años por el republicano Juan Negrín: resistir es vencer.

Ahí derrotó a la —en su libro Manual de resistencia, el concepto aparece, desaparece, se insinúa como leitmotiv permanente— “impotencia democrática”, que hoy está en el origen del descrédito de la política y en la implantación de los autoritarismos. Los autócratas son esa mancha viscosa que tanto fastidia e impide que las cosas fluyan. Su caballito de batalla parece ser: cuanto peor, mejor. Pedro se sacudió ese prurito y se dirigió, sin perder tiempo, a rescatar ese Partido, que tiene exactamente 140 años, nacido el 2 de mayo de 1879, después del fracaso de la I República española, cuando Europa era sacudida por la lucha de clases, azuzada por Karl Marx (que siempre ha existido: Espartaco lucha contra Roma, el Islam contra Europa).

Se empecinó Pedro Sánchez en que podía resucitar al cadáver de sus “cenizas de rosas” (Gustavo Cerati). O eso parecía el PSOE, mientras hibernaba. Lo cual presupone que debía tener una fe sumamente particular, porque sin ella estamos merengados. Ahí ha dado una lección importante, porque el socialismo está en vía de extinción. Del socialismo francés solo quedan los jirones. Esto lo certificó hace unos diez años, Bernard-Henry Levy, que compareció en la escena gala, con notoria Schadenfreude [alegría en el daño ajeno], para constatar la derrota del socialismo. ¿Emmanuel Macron ha sido su sepulturero? El Pasok griego parece empeñado en emular con los franceses. Del socialismo de Bettino Craxi queda el recuerdo de lo que pudo ser, pero se ahogó en el intento, e Italia navega hoy entre las aguas turbulentas de la Camorra que lo permea todo o Matteo Salvini con su amor secreto por il Duce, en su acepción latina.

Sánchez atravesó el Rubicón, además de la susodicha fe, con esa audacia que pervive en la inconsciencia del que abriga encontrar la piedra filosofal. Se sobrepuso al poder, porque se sabe que el poder desgasta y los enemigos quitan la honra a quien lo ejerce, y estando en el poder volvió a poner al Psoe en la cresta de la ola de la escena política. Lo volvió a dinamizar, le insufló energía y lo dejó operativo. Siempre, y esto se debe puntualizar, con la anuencia y todo el soporte vital de la causa del feminismo. Cuánto dependió de ellas: un 60%, un 80%. Mujeres de ímpetu que le han insuflado una fuerza centrípeta como pocas veces se ha visto. Supongo que en Europa muchos socialdemócratas se relamen los labios pensando que es posible tejer sueños. Sánchez les demostró que así es. Que Harry Potter no pertenece solo al mundo de la literatura. ¡Soñad que no os cuesta nada!

Quizás meditó en aquello de que gato negro, gato blanco, lo que importa es que cace ratones. O lo que es lo mismo, más vale un pragmatismo capaz de desbrozar los tiquismiquis que se implantan en el ejercicio de una política enraizada en el egoísmo de una facción partidista. Aprendió de Mitterrand cuando nombró ministros comunistas en su gobierno, para hacerlos naufragar. Con esa misma horma, ya convertido en presidente de Gobierno, trató la crisis catalana, con gestos de apaciguamiento hacia los separatistas y la vía de diálogo. Porque Sánchez está convencido que el problema catalán exige diálogo, diálogo y diálogo. Es lo que ha repetido, con mucho sentido común, antes y después del triunfo, y desecha el antiguo adagio: la letra con sangre entra. Que le valió de la derecha tricéfala el epitafio de, felón.

Hay que decir que la victoria que obtuvo y que lo dejó con 123 escaños, tampoco es del otro mundo. Muy lejos de las mayorías de Felipe González. Pero hoy el contexto es diferente. Sin embargo, esto le puede servir para que permanezca con los pies sobre la tierra. Ese ‘éxito’ tiende a ser precario, él lo sabe. Aún le queda la investidura… Además, lo pueden tumbar en cualquier momento, devolviéndole la misma medicina aplicada a Mariano Rajoy. La derecha española sabe muchos trucos para emponzoñar la vida política. No quiere esto decir que la izquierda está compuesta de monjitas devotas de sus laudes. El poder destruye la conciencia humana hasta convertirla en una sabandija.

Por ahora quedémonos con el Pedro Sánchez, el inicial, el que ha mostrado ser hacedor de gobernabilidad —la política debe resolver, no empeorar—, que ha evitado las divisiones internas, que ha construido un tejido de voluntades, depuesto las mezquindades que ahogan cualquier vestigio de dignidad, y, si las tiene, no ha dejado ver las ambiciones personales. La mejor manera de gobernar es olvidarse de legar una herencia de estadista. Ojalá que no se deje abrazar por ese defecto, que a menudo se convierte en pasión, de la mayoría de los políticos: solo preocupados de buscar un lugar en la historia. ¡Morralla!

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