Ante las graves acusaciones contra el ministro de Defensa Guillermo Botero uno esperaría que la sociedad colombiana salga a pedir su renuncia, rechace sus actuaciones y exija transparencia al gobierno que nos está mintiendo. Guillermo Botero sabía que en el campamento que bombardeó habían niños, pero ocultó la información. Sin embargo, qué se puede esperar de esta sociedad si sus líderes no dan ejemplo, y más bien justifican es asesinato sin compasión. Así es el uribismo.
El expresidente Álvaro Uribe, una vez conoció las denuncias que se hicieron públicas en el debate de moción de censura, en vez de rechazar la muerte de los niños lanzó esta frase: “Si hay unos niños que están en el campamento de un terrorista, ¿qué supone uno? ¿Llegarían allá por su curiosidad a jugar fútbol o fueron reclutados por el terrorista?” Queda claro que no importa si son niños, son buenos muertos porque estaban en ese campamento. O como dijo una señora en La W Radio, esos son efectos colaterales, y los bandidos de 12 años hay que matarlos.Este es el único país que asegura que el asesinato de cientos de personas por parte de los militares son casos aislados. No jodás, país sin memoria que no se acuerda de los falsos positivos, 5.000 para ser más exactos. Hoy esos autores están mandando en el ejército, y por eso les parece fácil bombardear a alguien y hacerlo pasar como un resultado. La guerra se tiene que ganar en la prensa, en los comunicados, no en la realidad.
Acá no se respetan los derechos humanos, y el presidente Duque con su silencio también lo está justificando. Por su parte, la senadora Paola Holguín, uribista a morir, también está justificando la muerte de esos niños en el campamento bombardeado. Ella no se lamenta, solo asegura que pudieron haber sido reclutados forzosamente por las disidencias. Qué gran descubrimiento, senadora, nos acaba de rebelar que el agua moja. Claro que fueron reclutados forzosamente, pero eso no justifica un bombardeo. El derecho internacional humanitario es muy claro con las reglas en la guerra. Para el uribismo hay muertos y malos, pero no solo porque sean guerrilleros o no, sino porque son pobres, indios; mientras que hay muertos que son blanquitos, de ciudad, de apellido rimbombante e históricamente poderosos en el país. Esos sí importan, sobre todo para los diez millones de votantes del uribismo. Ellos tienen las manos manchadas de sangre.
