La relación de le general (r) Alberto José Mejía y el actual comandante del Ejército, Eduardo Enrique Zapateiro es de vieja data. Ser tan diferentes no impidió fortalecer el vínculo que aún los une, se conocieron en la Escuela de Infantería y luego coincidieron en la Brigada de Fuerzas Especiales. El Mono Mejía, como llaman al excomandante del gobierno Santos, representa al oficial formado para conectar con la élite encarnada en figuras como Juan Manuel Santos, contrastado por la tosquedad y la vena tropera de Zapateiro, rasgos que tuvo en consideración Mejía a la hora de convertirlo en uno más de sus ahijados entre los que se destacaban además los coroneles Nelson Vanegas y Martín Antonio Arrauth.
A Zapateiro no le tiembla la voz para decirle a su tropa que tiene línea directa con Dios. Quien lo ha salvado de ser expulsado del Ejército, es precisamente su protector el general Mejía. En el 2018, cuando era director de la Escuela Militar José María Córdova, un alférez asesinó a un teniente en sus cuarteles. Mejía, aprovechando su buena imagen ante la prensa que lo mostraba como el hombre que humanizó al Ejército y apaciguó a las tropas, limpió el escándalo y Zapateiro se libró de una investigación. Años antes, en 1992 cuando era teniente y estaba al frente de un pelotón de cincuenta soldados que patrullaban en bote el río Guaumés, terminó en naufragó y veinte muchachos perdieron la vida, dieciséis desaparecieron. Sin embargo, nunca se investigó el catastrófico hecho.
La sombra del general Mejía en las Fuerzas Militares ha sido tan larga que también alcanzó a cobijar al coronel Nelson Vanegas, considerado dentro del Ejército como un efectivo y carismático lobista, que se distingue por pedirle favores a Zapateiro con el permiso de Mejía. Mientras Zapateiro fue director de la Escuela Militar, Vanegas le pidió que le ayudara a la cadete Vanessa Pantoja, una de sus amigas íntimas, para llegar, sin el mayor esfuerzo, a ser subteniente.
El coronel Nelson Vanegas se ha camuflado detrás de un escritorio, saltándose la guerra, a pesar de haber estado en las Fuerzas Especiales en donde no es difícil cumplir con el deber cuando se tiene a los mejores hombres, el mejor armamento y la mejor inteligencia; una infraestructura hecha para llevarse todos los honores. El 12 de octubre del 2016, Mejía le demostró su afecto a Vanegas, en ese entonces comandante de la Décima Cuarta Brigada, premiandolo con una condecoración creada a su medida por el presidente Santos y que solo la recibieron los oficiales y suboficiales de la línea de Mejía que aceptaron el acuerdo de paz con las Farc.
Por su parte, el coronel Martín Arrauth era el hombre en el que Mejía, como Comandante del Ejército y luego de las Fuerzas Armadas, confió la inteligencia del ejército entre 2015 y 2018. Arrauth fue escogido para ser el cerebro de la Operación Bastón que en teoría combatiría la corrupción de las Fuerzas Armadas, pero terminó convertida en una excusa para chuzar a los oficiales y periodistas opositores al Proceso de Paz. Luego de que Mejía saliera del ejército, Arrauth terminó como mano derecha del senador Roy Barreras.
La salida de Santos, el 7 de agosto del 2018, significó un golpe para Alberto Mejía que logró mantenerse en el cargo 6 meses más e intentó seguir mandando en cuerpo ajeno desde la embajada de Colombia en Sídney, Australia. El escogido por él para sucederlo era el general Jorge Salgado, pero las investigaciones en su contra estropearon su plan y el presidente Duque les exigió a los generales escribir un ensayo para escoger al nuevo comandante del Ejército. El ensayo ganador fue el de Nicasio Martínez.
Una vez este general nacido en Ubaté, Cundinamarca, tomó las riendas del Ejército, se rodeó de una cúpula opuesta a la línea de Mejía con quien había tenido roses en el pasado cuando investigaba irregularidades en la Aviación del Ejército. La llegada de Nicasio Martínez fue una mala noticia para los coroneles Nelson Vanegas y Martín Arrauth, quienes no se quedaron de brazos cruzados y activaron un plan para sacar del camino a Nicasio Martínez a punta de guerra sucia.
En 2019 los medios divulgaron una frase, supuestamente dicha en una reunión en la Segunda División de Cúcuta, en donde Nicasio incitaba a la tropa a medir sus resultados a partir “de litros de sangre”. Oficiales que estuvieron presentes aseguran que la frase nunca se pronunció. Además, anónimos lo acusaron de estar detrás de chuzadas a la oposición y se filtró información al New York Times en la que lo vinculaba como autor intelectual de algunos falsos positivos. Nunca hubo pruebas, pero Nicasio Martínez, hastiado del ambiente hostil en su contra, decidió retirarse del Ejército y refugiarse con su familia en Chía.
De igual forma, el coronel Nelson Vanegas no fue ascendido a general. Su desempeño en el curso de Altos Estudios Militares fue insuficiente, pero no impidió que se colara en el escalafón complementario, una lista compuesta por los mejores hombres que no logran llegar a general. Hoy Vanegas escampa cómodamente en un rol administrativo, con sueldo de general gracias al cargo que le creó Zapateiro: ser su asesor y tener directa comunicación de inteligencia del Ejército.
Los enemigos de Zapateiro, Mejía y Vanegas se han ido quedando en el camino. Uno de ellos fue el coronel Esparza, conocido como el héroe de la Operación Jaque cuya intachable hoja de vida era una amenaza pues estaba destinado para ser el jefe de inteligencia del Ejército. Su trayectoria no dejaba duda de su intransigencia contra seguimientos y chuzadas, por eso, cuando estaba a punto de ascender a general le inventaron anónimos que lo vinculaban con el ELN. Detrás de la calumnia estaba el general González Lamprea, conocido como El Profe o Don Mario, y quien no quería que Esparza le quitara la dirección de inteligencia militar en la que ha estado desde hace dos años. González Lamprea es otro de los amigotes del general Mejía a quien salvó de más de un lío en su camino hacia el generalato. En el 2017, la teniente (r) Jeimy Muñoz le contó en su despacho al general Alberto Mejía que había sido abusada sexualmente por González Lamprea. Mejía guardó silencio.
Al general Jaime Alfonso Lasprilla, conocido como La Máquina por su talante guerrero también pagó por no pertenecer a la rosca de Mejía. En el 2014, año decisivo para el proceso de paz Santos, fue escogido para comandar el Ejército, pero no encajó en los planes y pronto se convirtió en una piedra en el zapato. Aunque Lasprilla había hecho una carrera a pulso y era respetado en el Ejército, de nuevo arrancó la guerra sucia que terminó hastiándolo y se vio forzado a renunciar. Fue la oportunidad para el general Alberto José Mejía coronar. Lasprilla decidió no quedarse callado y tras su retiro, empezó a denunciar con pruebas las irregularidades en contratación de la Aviación del Ejército en tiempos de Mejía como comandante de la Fuerza Aérea además la cacería de brujas en la que se convirtió la Operación Bastón a cargo del coronel Martín Arrauth. Las denuncias de Lasprilla terminaron engavetadas.
El general Mejía ha contado con la protección del expresidente Juan Manuel Santos quien lo dejó colocado en la embajada en Australia, donde terminó reemplazado abruptamente por el general (r), Óscar Atehortúa de la cuerda de Luigi Echeverry y el presidente Duque. La distancia física no le significó soltar los hilos del poder dentro de las Fuerzas Militares a través de su viejo protegido el general Zapateiro y de los dos coroneles que dejó bien colocados asegurando así tener la espalda bien cubierta.
El general Mejía le apostaba a una victoria de Gustavo Petro con quien se ha acercado gracias a su viejo aliado Martin Arrauth y en donde estaría rodeado del santismo purasangre. Contrario a lo que se piensa, Zapateiro no está preocupado, tiene planes para ser el comandante de las Fuerzas Armadas. De no ser así, le espera una embajada o comisión en el exterior.
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