Mucho se ha escrito y hablado sobre el hecho de que los regímenes democráticos están en crisis en muchos países del mundo. Y no le falta razón a este diagnóstico, aunque no la tienen toda consigo quienes atribuyen dicha crisis exclusivamente a la acción de los autócratas incluidos en una lista heterogénea que junta sin rubor a Trump y a Putin, a Maduro y a Bolsonaro, pero que se cuida mucho de incluir a Benjamín Netanyahu o a Macron, quién legisla en contra de la voluntad de la Asamblea nacional. Y de las mayorías populares que, desde los chalecos amarillos hasta los agricultores pasando por los médicos y los universitarios, se han manifestado una y otra y otra vez en las calles rechazando sus políticas.
El problema es más complejo evidentemente, por lo que, en beneficio de su aclaración, cedo espacio en esta columna a Gabriel Tecé, columnista de CTXT, la publicación on line que, junto con Canal Red, se cuenta entre los pocos medios de periodismo alternativo en España. Pocos, aunque cada día con más audiencia, afortunadamente. En la Carta al lector que publicó ayer hace una radiografía de cómo actúa la derecha española utilizando sin escrúpulos todos los recursos a su alcance, incluidas las instituciones del Estado, para pervertir desde dentro el régimen democrático hasta el punto de dejarlo irreconocible. Leámosle:
“Con la batalla ideológica perdida, la nueva derecha entendió que la democracia no debía ser un disfraz tras el que camuflarse, sino el enemigo a abatir. Y lo está intentando sin disimulo. La democracia entendida como el mandato de la mayoría se combate con intentonas golpistas o asaltos a las instituciones. La democracia entendida como zona de convivencia entre diferentes, llenando el debate público de mensajes de odio. Los diferentes resortes independientes que aseguran el buen funcionamiento de la maquinaria democrática son, gracias a la derecha, un amasijo deforme, una sola pieza en la que jueces, políticos y medios de comunicación van de la mano para que quienes han perdido en lo social y económico logren sus objetivos políticos. Si a usted, querido suscriptor, le mostrasen las últimas declaraciones incendiarias contra el Gobierno español elegido en las urnas, sería incapaz de saber con certeza si han salido de un político, un juez o un Pablo Motos. (Se refiere a un conocido humorista televisivo especialista en parodiar a los lideres políticos).
Es en este contexto en el que se explica que un alto cargo como Isabel Díaz Ayuso (presidenta de la Comunidad Autónoma de Madrid) no vaya a dimitir a pesar de los 7.291 ancianos muertos en las residencias públicas de mayores a los que se les negó (durante la pandemia) la posibilidad de un médico, a pesar de que a sus familiares se les caigan los fajos de billetes mientras gritan libertad. (La familia de Ayuso se ha enriquecido con contratos con la Comunidad que ella dirige.) No va a dimitir porque no tiene por qué hacerlo. En una maquinaria democrática sana, la prensa, fuese cual fuese su ideología, coincidiría en lo intolerable de los residentes sin acceso médico o los pelotazos familiares, y el Poder Judicial activaría los resortes necesarios para que, en democracia, la infamia fuese penalizada. No es el caso en esta democracia cada vez más amasijo. Al contrario, la infamia se defiende con bulos. Periodistas que asaltan la casa de Ayuso con pasamontañas, acusaciones a la mujer de Sánchez (Pedro Sánchez, presidente de gobierno) activando la estrategia del barro, que te vote Txapote o me gusta la fruta. (Ayuso llamó en público a Sánchez “hijo de puta” y luego explicó que había dicho “Me gusta la fruta”).
No va a haber un día en el que la derecha española y mundial se levante y, mientras desayuna, una epifanía la haga volver a respetar las reglas del juego, cuidar la convivencia
Hay que ser conscientes de que esto no va a acabar. No va a haber un día en el que la derecha española y mundial se levante y, mientras desayuna, una epifanía la haga volver a respetar las reglas del juego, cuidar la convivencia. No esperen que, una mañana, Feijóo (líder nacional del PP) decida que esto es una locura, que no puede acabar bien normalizar las mentiras ni el secuestro de uno de los poderes del Estado, que mal futuro nos espera defendiendo a la indefendible Ayuso, que la democracia necesita otra cosa. Esto no pasará. Y, si como consecuencia de un golpe en la cabeza con el mástil del barco de Marcial Dorado (conocido narcotraficante que solía a invitar a Feijoo a navegar en su yate) sucediese, el amasijo lo expulsaría como expulsó a Casado (líder nacional del PP defenestrado por denunciar la corrupción de Ayuso). Mientras esperamos sentados que dejen de secuestrar el Poder Judicial, en la derecha anuncian que el Senado, en el que son mayoría, podría hacer algo nunca visto que no parece preocupar en absoluto a los jueces del procès: declararse en rebeldía contra la ley de amnistía aprobada democráticamente en el Congreso. No importa que la haya respaldado la mayoría de representantes, no importa que sea o no constitucional, importa que esta amnistía, al contrario que otras, no les conviene (beneficia a los independentistas catalanes presos o encausados). Si mañana Ayuso atropellase a alguien con el Maserati (el coche de lujo del novio de Ayuso) en un paso de cebra, el diario El Mundo acusaría al que pintó las líneas en el lugar equivocado”.
De te fabula narratur.