Solía ser fan de Pautips. Durante mucho tiempo la seguí con fervor. Publicación que posteaba tenía mi like e historia que subía la veía sin falta. Casi sentía que la conocía y que era mi amiga.
Además, su relato sobre sus trastornos alimenticios me conmovió y me despertó mucha empatía. La entendía. Guardando las proporciones, yo sufrí algo parecido, así que fue lindo recordar que no era la única que había padecido con ese tema y saber que se podía salir adelante.
Sin embargo, de un tiempo para acá, empecé a encontrarla molesta, fastidiosa, postiza y, sobre todas las cosas, malcriada. En otras palabras, se me cayó el ídolo, por así decirlo.
Está claro que la vida de influencer no es del todo color rosa, que la presión para cautivar al público es alta, que cualquier salida en falso es un riesgo y que las críticas, por cualquier cosa, están a la orden del día, como cuenta Paula acá.
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No obstante, cuando alguien vive quejándose diariamente, especialmente por cosas intrascendentes como que no le tendieron la cama en el hotel, es fácil dejar de sentir compasión y empezar a sentirse desconectado. Definitivamente, la fama cambia a la gente y la distancia de la realidad.
Estoy segura de que eso le pasó. La pusimos en un pedestal y se creyó por encima de todos. Así mismo, los lujos y prerrogativas que le llegaron por cuenta de eso la hicieron olvidar que la mayoría estamos lejos de tener una vida como la suya (de la cual tanto reniega, a pesar de que ella la escogió... ten cuidado con lo que deseas).
De verdad, el constante recordatorio de su lugar de privilegio, más cuando la mayoría tenemos dramas casi que existenciales y de sobrevivencia, resulta como un golpe en una herida abierta... en particular en un año como este.
Paula, detente, piensa antes de publicar, y recuerda que no todos somos bendecidos y afortunados como tú, y que no eres el centro del mundo.