Las industrias del entretenimiento no deben olvidar su responsabilidad

Las industrias del entretenimiento no deben olvidar su responsabilidad

"No se trata ahora de una inquisición de la moralidad, pero sí de trazar una directriz del 'no todo vale', en estos tiempos de desinstitucionalización"

Por: Salomón Blanco
enero 11, 2018
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Las industrias del entretenimiento no deben olvidar su responsabilidad

"Todo cuanto sé con mayor certeza sobre la moral y las obligaciones de los hombres se lo debo al fútbol", Albert Camus filósofo y novelista

En menos de una semana, desde que Anthony Rapp acusó a Kevin Spacey de haber intentado abusar de él en 1986, Netflix puso fin a uno de sus proyectos más lucrativos. House of Cards terminará en su sexta temporada. Ha ganado la decencia.

Spacey logró hacerse a un Oscar a mejor actor de reparto por su trabajo en The Usual Suspects y no le bastó, en 1999 como actor principal se llevó otra estatuilla por su genial actuación en American Beauty. Hago este recuento para notar que no estamos hablando de un aparecido, en el 2006  hizo de Lex Luthor en una lamentable versión de Superman sin que esto afectara su imagen, ganó el prestigioso premio Tony de teatro y un Globo de Oro, 11 nominaciones a los Emmy, varios de ellos por su personaje de Frank Underwood que, debido a una decisión de la plataforma de streaming, no irá más a la pantalla por el cuestionable comportamiento del actor que lo encarna.

Las decisiones de las industrias del entretenimiento, aunque sea de manera indirecta, llegan al numeroso público al que le vende su contenido, pero muchas veces este mensaje se torna ambiguo; ejemplo de esto es RCN que imparte “moral” con La Rosa de Guadalupe, pero a la vez contrata al bailarín Alberto Pérez, quien por un descuido, según él, dejó escapar un video íntimo con la actriz Lully Bossa hasta denigrar la imagen de ella, gracias a la vida, no por completo.

En una sociedad como la nuestra en la que fácilmente pasamos de la pasión a la violencia física, el fútbol es protagonista en la forma de comportarse de algunos grupos sociales. Más allá del dinero y la masa a la que alcanza allegar, esta industria del deporte debe ser consciente de la responsabilidad que representa. Me refiero concretamente al caso de Teófilo Gutiérrez, quien tiene en su actuar un listado bastante cuestionable y sonado, como sus provocaciones hacia Boca Juniors, puñetazos con el arquero Mauro Dobler de Racing, expulsión por empujar a un árbitro, escupitajos a otros futbolistas, más golpes, incidentes en los camerinos, etc. Por donde pasa va dejando rastros de su mal comportamiento. Compañeros de trabajo como el arquero Sebastián Viera se han quejado por sus llegadas tarde, periodistas de la costa que lo defendían cuando en la Selección las cosas no le salían bien han tomado distancia. Teófilo vuelve a hacer de las suyas, le envió un mensaje comprometedor a Gladys Ortega, esposa de su compañero de equipo Roberto Ovelar, quien en una carta que él mismo publicó en sus redes sociales, afirma que intentó conversar con Gutiérrez, buscó acercamientos por parte de los directivos pero fue imposible. Ovelar fue adquirido por el equipo Millonarios y a Teo lo pusieron a jugar unos partidos con los presos, e hicieron fiesta con un video en el que aparece con su hija en un parque de diversiones machucando un inglés criollo. La situación fue manejada al estilo de las mejores familias: negocio y silencio.

Situación similar ocurrió en el fútbol argentino. Mauro Icardi eclipsó el matrimonio de su compañero de equipo Maxi López con la modelo Wanda Nara, generando un escándalo no solo mediático. Internamente la conmoción era tal que el mismo Maradona lo llamó traidor. Las puertas comenzaban a cerrársele hasta el punto que no era convocado a la Selección Argentina a pesar de su buen juego y posición, que en muchas ocasiones pudo ser necesario para la titular. Le costó años calmar las aguas, pero la lección estaba recibida.

¿Qué estarán queriendo decir los directivos del Atlético Junior?, ¿que ser vaca sagrada del fútbol nacional otorga la facultad de banalizar la moral del equipo?, ¿que el deporte se puede manejar bajo cuerdas como de una campaña electoral cualquiera?, ¿qué podemos gritar “el tormento tuyo soy yo” y armar de esto un festín carnavalero?

No se trata ahora de una inquisición de la moralidad, pero sí de trazar una directriz del “no todo vale”, en estos tiempos de desinstitucionalización que vivimos.

 

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