«La palabra muerte viene del latín mors, mortis, con la misma raíz que el verbo latino Mori, que nos dio el verbo morir».
Hace 22 años un amigo que estimo mucho me presentó a Franz, quien en ese entonces vivía en Corte Madera California Estados Unidos y se dedicaba como enfermero en sala de unidad de cuidados intensivos y sala de emergencia. Por motivos de comunicación perdimos el contacto, aunque a veces pensaba cómo estaría después de la pandemia del coronavirus. Hace poco volví a saber de él y me cuenta que se ha retirado de ser enfermero hace dos años y medio, después de su carrera de 30 años.
¡Muy contento! Actualmente vive en Missoula Montana Estados Unidos. Por buena fortuna podremos compartir de nuestras experiencias ahora.
Me contó que sus jornadas en enfermería eran de las siete de la mañana hasta las siete y media de la noche, pero con una hora y media para desayunar y una hora para almorzar. Solo tres jornadas por semana que le dejaban cuatro días libres.
Me dio mucha alegría saber que estaba vivo, aliviado, feliz y con una buena familia; un momento apropiado para darle gracias a Dios y así conversamos:
—Doy gracias cada día —dijo— por esta vida que llevo: mi familia, mis amigos, mi salud, las lindas experiencias y las muchas oportunidades que he tenido.
Por esto, me siento en paz cuando pienso en mi muerte y no temo lo que viene. Sé que muchos seres llevan vidas muy duras y sufren mucho. Y siento dolor en mi ser cuando pienso en este sufrimiento. Lo veo y siento la injusticia de que unos sufran tanto y otros tengan tan buena fortuna como yo. Hasta siento culpa a veces.
—Para dejar la culpa —le respondí— y estar en paz, se empieza por ayudar a quien tú ves que lo necesita. Esto sana el alma. Yo ayudo cuando puedo y me hace muy feliz ver sonrisas.
Me contestó:
—De acuerdo. Eso es una de las grandes recompensas de la carrera de enfermería. Es cierto que esta carrera es exigente pero muy gratificante.
—Me imagino que fuiste excelente en tu labor por tu entrega y gran vocación. Todo eso se convierte en premios y alegrías. Estoy segura de que, el que siembra con amor, recoge con felicidad.
Y no pienses en la muerte aún te falta mucho por vivir y disfrutar —agregué—.
—Esa es la ilusión que mucha gente lleva. Cuando trabajé como técnico médico de emergencia en una ambulancia y luego de enfermero en urgencias y la UCI vi suficientes ejemplos para darme cuenta de que la realidad de cualquier persona es que puede fallecer en cualquier momento.
Saber esto ha enriquecido mi vida porque desde ese entonces he tratado de «vivirla para contarla», en palabras de Gabriel García Márquez.
—Me parece que pienses así. La muerte es una realidad que tarde o temprano nos va a tocar a todos.
Es maravilloso vivir la vida y disfrutarla al máximo sin dañar a nada ni a nadie. Ser buenos en todo momento.
Pero si aun queremos vivir, lo podemos hacer recargando nuestra mente y nuestra energía de vida, salud y bienestar. Todo está en el pensamiento. Lo creo y lo he vivido.
Cuéntame lo que sentían las personas cuando tú los atendías con amor y qué pensaban antes de morir.
—Después de haber estado al lado de mi madre y, tres años después, de mi padre y, hace diez meses, al lado de un muy buen amigo y también de varios pacientes en la ambulancia y el hospital cuando ellos murieron pienso que, antes de morir, estas personas pudieron sentir paz, angustia, desespero, ira, etcétera. Pero en el propio proceso de morir las personas enfocan toda su atención hacia adentro y como el proceso es muy intenso lo de afuera deja de existir. El proceso es totalmente personal y he visto personas que lo aceptan y mueren suavemente en paz y otros que luchan contra el proceso con toda la fuerza que les queda.
Trato de vivir de buena forma para no sentir arrepentimiento por cosas hechas o no hechas cuando me llegue el momento. Hasta ahora me arrepiento más de las cosas que no hice.
—¿Por qué a las personas les cuesta tanto aceptar la muerte según tus experiencias?
—Pienso que muchas personas temen lo que no conocen especialmente lo irrevocable.
¿Qué es la muerte para los católicos?
«La muerte no tiene que ser vista como algo desagradable […] Es el encuentro definitivo con Dios […] Para los católicos la muerte forma parte de la vida; no es una ruptura especialmente importante. Nosotros nos fiamos de Jesús que dio su vida por nosotros para que nosotros tengamos vida eterna […] Creemos que Jesús resucitó y también nosotros resucitaremos con él».
¿Por qué existe la muerte?
«Así pues, por medio de un solo hombre entró el pecado en el mundo y, con el pecado, la muerte. Y la muerte pasó a todos porque todos pecaron […] El pago que da el pecado es la muerte […] Pero el don que da Dios es la vida eterna en unión con Cristo Jesús nuestro señor […] La muerte existe en El Mundo como consecuencia del pecado. Como nosotros también somos pecadores un día moriremos».
«Desde la fe vemos que en la muerte unidos a Cristo también resucitaremos con él».
Después de escuchar lo que piensa mi amigo Franz de la muerte puedo concluir que esta debe ser tomada con serenidad. Algo normal que debemos enfrentar teniendo confianza en que, lo que ha de venir luego, es muy bueno para nuestras vidas porque fuimos creados por un Dios superior y no es nuestra voluntad.
El amor nos conduce a todo bien Dios nos ama y nosotros a Él.
«Creemos que tenemos un alma inmortal creada por Dios, que no muere con la muerte, sino que pervive en una vida eterna […] No es que seamos dos cosas distintas. El ser humano es una unidad: yo soy alma y cuerpo a la vez. Mi cuerpo muere, pero mi ‘yo’ pervive eternamente».
Generalmente, escuchamos hablar muchos teólogos acerca del cielo, el purgatorio y el infierno. «Cielo, contemplando a Dios […] purgatorio, purificándose para poder entrar en comunión con Dios […] y, el infierno, quedará definitivamente separado de Dios».
Por último, un juicio final que decide nuestro destino según nuestra fe y nuestro obrar en la tierra.
Todos sabemos que en la vida tenemos que afrontar enfermedad, dolor, llanto, clamor, lágrimas, desespero, guerras... Pero lo que Dios nos promete es una vida de gozo, de paz, de amor, de felicidad y debemos aceptar los duelos de familiares y amigos para poder estar tranquilos, sanar nuestra mente y nuestro ser, y dejarlos a ellos en paz.
Cuando estamos en el vientre materno somos una semillita de bien depositada por Dios. Al nacer florece y empieza a crecer con los sacramentos. Vamos evolucionando y mejorando cada día, luchando contra toda situación. Cuando es la hora de partir empezamos a marchitarnos un poco, pero Dios nos riega con su amor y misericordia y nos convertimos en la planta más bella de la creación en la tierra y en la eternidad.
Todo es un reloj de tiempo que nos va mostrando el pasado el presente y el futuro. Debemos luchar por tener el cuerpo y la mente sanos; para tener el equilibrio y la energía positiva; tener la fuerza para vencer todo con calma y obtener la sanación. Rodearnos de personas con pensamientos buenos que irradien buenas vibraciones y nos impulsen a continuar sin retroceder para alcanzar el éxito en todo. Que nos apoyen y conduzcan por los buenos caminos. Debemos evaluar nuestra vida constantemente y corregirnos para ser mejores y cuidar nuestra vida a cada instante para reducir los riesgos de morir.
Si no hay temor porque vamos a morir entonces se produce la sanación; hay fe y esperanza. Y si esto sucede, Dios vence siempre; se logran importantes milagros y prontas recuperaciones. Depende de ti y de tu voluntad.
«Cada quien es dueño de su propia muerte» Gabriel García Márquez.
Para terminar, Franz mencionó que otro aspecto en este proceso de la muerte es la influencia de las otras personas quienes quieren mucho a la persona moribunda. A veces, los que quieren mucho al moribundo, sienten tanta angustia y desespero al ver que la muerte se va a llevar para siempre a su ser querido que se aferran a él intensamente y no lo sueltan. La persona trata de no morir para ayudarlos y, de esa manera, prolonga su sufrimiento. —Me pregunto si es eso verdaderamente amor o es egocentrismo y la falta de conciencia y coraje—.
Estas palabras me tocaron el alma porque en el 2019 se le detectó un cáncer de pulmón bastante avanzado a mi padre. Rápidamente hizo metástasis afectando el hígado y otros órganos. Padeció horribles dolores, a pesar de que estaba hospitalizado y le colocaban abundante droga. Mi padre estaba muy apegado a la vida y guardaba la esperanza de recuperarse. Hasta que una doctora, la doctora Dora, muy amable y elegante, habló con él como un Ángel con una voz dulce.
“Don Guillermo, —le dijo— cuando empezamos a estar tan enfermitos, a sentir que el cuerpo no nos responde por más intentos que hacemos, debemos pensar en partir para encontrarnos con Dios y la Santísima Virgen María”.
Le preguntó que en cuál Santo tenía más fe y él le respondió que en el Sagrado Corazón de Jesús y en la Virgen.
“Entonces, —continuó ella— la única forma es dejar que nuestra alma salga al encuentro de Dios. Usted fue un buen padre: levantó cinco hijos. Ya cumplió la tarea que se le encomendó. Sus hijos lo quieren mucho. Debe estar tranquilo y no preocuparse por nada”.
El sacerdote también le oró. Se abrazaron, mientras en mi interior sentía un trago muy amargo. Lágrimas al reconocer que debía dejarlo.
A las nueve de la noche mi padre falleció.
Aunque fue muy duro, creo que esto era lo que él necesitaba escuchar para estar en paz.
Me costó entender que, aunque amemos con el alma a una persona le hace más bien que nos vea alegres y serenos cuando estamos a su lado en esos momentos. Así, podrá realizar su proceso de separarse de todo en paz y no pensar en la muerte como la tragedia más grande sino como una bendición si es la voluntad de Dios.
Es importante tener claro que todos tenemos una fecha exacta para nacer y morir. Así como fuimos creados por Dios, también estamos bajo su Sagrada Voluntad cuando llegue el momento de cambiar de la vida terrenal a la espiritual para descansar eternamente; con el gozo y la satisfacción plena de haber realizado el plan perfecto que se nos encomendó.
La muerte cada día debe ser de evolución a la felicidad, a lo dichoso, a la perfección, según la voluntad divina del Creador; tanto para nosotros, como para nuestros seres amados.