Estuve por tres días en Venecia, Italia, gracias amable invitación del Centro de Estudios Humanos, Cestudir de la Universidad Ca’ Foscari de Venecia y Società Informazione, con el propósito de tomar parte, en calidad de ponente, de la Tercera Conferencia Internacional de Paz. Por problemas de salud no pudo acompañarme Rodrigo Londoño Echeverry, el presidente de Comunes, quien era en realidad el principal convidado al evento.
No estoy acostumbrado a ese tipo de desplazamientos que, de algún modo, terminan por reafirmarnos las distintas realidades que hacen parte de nuestro entorno como ciudadanos del mundo. Iberia, la línea aérea con la que teníamos los tiquetes, no hace devolución de estos, aún si se avisa con antelación. Entiendo que luego de insistir por la cancelación del viaje de Rodrigo, plantearon que con una certificación médica tal vez podrían devolver el dinero.
No tuve problemas en migración, sólo la espera en la sala hasta pasar a bordo. Ocho horas largas a Madrid en un jet que viajaba a mil kilómetros por hora. Descender de un vuelo en esta ciudad resulta un verdadero reto. El aeropuerto es gigantesco, tanto que debe uno abordar un tren eléctrico al que se llega siguiendo las flechas guía, para ubicarse en otro terminal. Y luego pasar por migración, donde sellan el pasaporte y lo invitan a seguir a la sala de espera.
Siete horas caminando aquí y allá hasta abordar el vuelo a Venecia, que dura algo más de dos. Una comisión de los organizadores me esperaba para conducirme al hotel. Hay que cruzar el impresionante puente de La Libertad para acceder a la estación en Plaza Roma, hasta donde pueden llegar los vehículos. En adelante se va a pie por la ciudad, que, en medio de la noche, se antoja un laberinto de callejuelas y plazas asediadas por edificaciones de tipo medieval.
Tras ocuparme del hotel salimos a cenar en un restaurante con puertas y ventanas de vidrio. Pastas en forma de lasaña, pizza o espaguetis, una cerveza artesanal fría que se me antoja la más rica que he probado en la vida. Allí conocemos a varios de nuestros anfitriones, muy bien abrigados, con gorras en sus cabezas y luciendo sonrisas generosas. Entonces me entero de que no habrá Conferencia, una novedad inesperada obligó a su cancelación a último momento.
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Los cataríes, con ocasión del mundial de fútbol, sobornaron no sé de qué modo ni para qué a un alto número de personalidades europeas, entre ellas algunos italianos. El escándalo está en pleno furor
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Las razones son sorprendentes. Los cataríes, con ocasión del mundial de fútbol, sobornaron no sé de qué modo ni para qué a un alto número de personalidades europeas, entre ellas algunos italianos, diputados o funcionarios de alto rango. El escándalo está en pleno furor y un par de los expositores por Italia al foro se hallan involucrados. La prensa va a ir al foro no a ocuparse de la paz, sino del escándalo, a entrevistar a los implicados y hacer ruido con ello.
Habrá alguna reunión privada con algunos otros ponentes, en algún lugar de la ciudad. Tras la cena me ofrecen café y preguntan si deseo alguna bebida alcohólica tras el postre, una costumbre típica. Me llevan un limoncello, delicioso en verdad. En la mañana siguiente recorro Venecia, a pie, con un par de guías. Mi corazón se sacude una y otra vez y mis ojos intentan aguarse, contemplando tanta cosa maravillosa. Una ciudad espléndida, divina como sus plazas y majestuosos templos.
Alguien me había dicho de un refrán según el cual, tras visitar la plaza de San Marcos, uno se puede morir tranquilamente, pues lo ha visto todo. Lo compruebo, no creo que vuelva a contemplar otro escenario tan magnífico, pienso en los hombres y mujeres que lo construyeron, anónimos, así como en las inmensas fortunas que debieron invertir sus dueños en el pasado. El canal mayor de Venecia, sus afluentes pequeños, las embarcaciones, la marina, todo es arte, parece una postal.
Me cuentan que ese paraíso se convirtió en otro Disneylandia, un centro turístico de costos elevadísimos, lo que ha obligado a los primitivos habitantes a mudarse fuera de la isla, pues todo ascendió a precios inalcanzables. Contrastan de modo singular las edificaciones antiguas y las asombrosas fachadas de las iglesias y los palacios, con las vitrinas de todas las marcas famosas que venden sus productos. El transporte, ir en góndola por el canal, todo es carísimo.
Asisto a la reunión privada y conozco gente muy interesante. Italianos, catalanes, gente del País Vasco, y en especial los kurdos, hombres y mujeres de Siria, Irak, Irán y Turquía que hablan de su lucha y las persecuciones sufridas. De su sueño de paz y justicia. Las mujeres kurdas conmueven hasta los cimientos el alma, por su abierta resolución de hacer frente a la discriminación, que han añadido a las demás banderas de su pueblo y que ellas han hecho la principal.
Todos admiran y quieren aprender del Acuerdo de Paz en Colombia. Lo mejor de Venecia.