Recuerdo que nos llegó a un grupo de jóvenes amigos del barrio Manrique de Medellín, que participábamos de la pastoral de la iglesia Señor de las Misericordias, de los curas Carmelitas, y que nos congregaba la pasión por la música en general, por sus canciones, y la canción social en particular. Llegó a nuestras manos -no recuerdo por qué medio- un L.P. de la Nueva Trova Cubana, en efecto de Pablo Milanés y Silvio Rodríguez.
Cautivados por esta nueva reinvención y propuesta musical cubana, escuchábamos y seguíamos con atención las letras, la filosofía intrínseca en sus textos, las melodías y los acordes que nos indicaran cómo aprender algunas de estas novedosas canciones: Yo no te pido, El breve espacio en que no estás, Para vivir, Años, Yolanda, De qué callada manera, Yo pisaré las calles, Hoy la vi, Amo esta isla, Te quiero porque te quiero… en fin, otras más.
Pablo, entonces, se incorporó a nuestras vidas. Y su huella en la mía, ha jugado una experiencia devocionaria, de toda esa estela gratificante de memorables recuerdos.
Con La música de Pablo y Silvio -luego llegaron Amaury Pérez, Noel Nicola, Sara Gonzáles, Mercedes Sosa, Víctor Jara, Violeta Parra, Ángel e Isabel Parra, Soledad Bravo, Alí Primera, Facundo Cabral, Horacio Guaraní, Joan Manuel Serrat, Los Guaraguao, Inti Illimani, Quilapayún, Ana y Jaime, Piero, Nacha Guevara, Los Prisioneros, Jorge Cafrune, Daniel Viglieti, Alberto Cortés, Luis Eduardo Aute, Ricardo Cantalapiedra, Pablus Gallinazus, Patxi Andión, bueno, para una gran cantidad de cantautores que con sus disímiles propuestas y mensajes sobre la situación que por aquella época estaba signada por el inconformismo político y social -no muy distante de esta época reciente-, canciones unas más reposadas, otras más radicales y quizá otras más románticas, fraguaron el sentimientos de miles de jóvenes que entre los años 80’ Y 90’, que avizorábamos una sociedad latinoamericana más justa e igualitaria.
Retornando a Pablo y su bandera de la Nueva Trova Cubana, descubrí que, para cantarle al amor, no era necesario disfrazarlo con palabras rosas, ni de metafísica rebuscada, que era tan sencillo y poéticamente tan bello, como en su canción de amor y desamor: “Muchas veces te dije que antes de hacerlo, había que pensarlo muy bien, que, a esta unión de nosotros, le hacía falta carne y deseo también. Que no bastaba que me entendieras y que murieras por mí, que no bastaba que en mis fracasos yo me refugiara en ti…”
Que el sentido de la vida no estaba signado por el “sueño americano”, ni el ávido afán por la obtención de lo material. Que la vida debería también, tener otro sentido de compromiso con los desprotegidos, desarraigados, violentados… y encontré esta conmovedora canción:
“La vida no vale nada si no es para perecer porque otros puedan tener lo que uno disfruta y ama. La vida no vale nada si yo me quedo sentado, después que he visto soñado que en todas partes me llaman…” un mensaje de compromiso solidario con los sectores populares, sindicales y las banderas que han reivindicado a través de la historia de América latina derechos inalienables como la libertad, los derechos humanos… tantas veces pisoteados.
Y me alucinó esta hermosa canción: “Suele ser violenta y tierna, no habla de uniones eternas, más se entrega cual si hubiera sólo un día para amar. No comparte una reunión, más le gusta la canción que comprometa su pensar…”, porque entendía perfectamente que en pareja se podía pensar diferente, sin que fuera una condición irremediable, tener que pensar y amar de la misma manera.
Y conexa con esta reelaboración de conceptos sobre el amor en pareja, nos regaló la siguiente canción: “Y quién le dijo que yo era? ¿Risa siempre y nunca llanto? Como si fuera la primavera, no soy tanto. En cambio, que espiritual qué Usted me brinde una rosa, de su rosal principal. De que callada manera se me adentra Usted sonriendo, como si fuera la primavera…Yo muriendo”
Y no podía faltar Yolanda, había que verla entre la muchachada de los ochenta y noventa, entonada a viva voz, en las universidades, colegios, sindicatos, peñas folclóricas y bares de trova y cerveza: “Cuando te vi sabía que era cierto, este temor de hallarme descubierto. Tú me desnudas con siete razones, me abres el pecho siempre que me colmas de amores, de amores, eternamente de amores…”
Pero Pablo también nos puso a reflexionar sobre la tragedia dolorosa del pueblo hermano de Chile y de una esperanza que se vio truncada en su momento: “Yo pisaré las calles nuevamente, de lo que fue Santiago ensangrentada. Y en una hermosa plaza liberada, me detendré a llorar por los ausentes. Un niño jugará en una alameda, y cantará con sus amigos nuevos, y ese canto será el canto del suelo, a una vida segada en La Moneda”, en su mensaje nos ilustraba sobre la solidaridad y compromiso del cantor latinoamericano, con la historia de los pueblos.
Fue así, como aquellos jóvenes del barrio Manrique, un barrio con vocación tanguera, aprendimos a conocer, a cantar y a querer a Pablo Milanés, quien ahora con su meritoria partida, nos dejó un legado que permanecerá esculpido por siempre en nuestras existencias.