Las horas finales del uribismo

Las horas finales del uribismo

Con los resultados del pasado 27 de octubre y la gran movilización social queda claro que la doctrina del expresdiente ya no tiene tantos fieles

Por: Tiberio Gutiérrez Echeverri
noviembre 25, 2019
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.
Las horas finales del uribismo

Parece mentira que los acontecimientos estén fluyendo con tanta velocidad. No ha pasado un año y medio y ya se siente como si el gobierno de Uribe-Duque hubiera gastado todo su capital político en tratar de “hacer trizas el acuerdo de paz” e implementar su modelo de desarrollo capitalista neoliberal. Es flaca sobremanera toda humana previsión, como dice el poeta Marroquín en un verso que cae como anillo al dedo en esta situación política. Nunca pensamos que las cosas se fueran a precipitar de esta manera. Es el viejo topo de la historia del que hablaba el filósofo alemán, Walter Benjamín (1892-1940). El modelo capitalista neoliberal es un barco que hace agua por todas partes naufragando en la tormenta de las luchas populares.

Es bueno repasar brevemente la historia del movimiento popular colombiano, desde Margareth Thacher y Ronald Reagan, los padres del neoliberalismo moderno en los años 70, hasta el día de hoy con Donald Trump ejerciendo como el policía del mundo. Son cincuenta años de dominio de la burguesía colombiana ejerciendo el poder con pan y circo, demagogia y represión, zanahoria y garrote. Un período relativamente corto para llegar al lugar donde estamos situados actualmente.

Primero fue el formidable Movimiento Estudiantil de 1970, con el programa mínimo nacional contra los Cuerpos de Paz. Seguidamente vino el Paro Cívico Nacional de 1977 contra el “Mandato Caro” de Alfonso López; luego, después de 40 años de relativa parálisis del movimiento popular, regresaron los estudiantes en el 2011, con las extraordinarias marchas del Movimiento Amplio Nacional Estudiantil (Mane) contra la ley 30 de educación; posteriormente vino el Paro Agrario de 2013, contra el gobierno del presidente Santos, el que dijo que “ese tal paro nacional no existe”; luego vinieron las movilizaciones a favor de la paz en el 2016; seguidamente regresa el movimiento estudiantil por la financiación de la educación pública en el 2018; posteriormente están las elecciones presidenciales del 2018 donde el candidato de la Colombia Humana saca 8 millones de votos; luego viene la Consulta Anticorrupción con 12 millones de votos en el 2018; a continuación viene el extraordinario paro indígena del Cauca, en el 2019, seguido de las elecciones regionales y locales del 27 de octubre, para terminar el año con el paro nacional del 21 de noviembre.

Como se puede ver es un camino de flujos y reflujos del movimiento popular que va marcando la pauta del nivel de conciencia y de organización del pueblo colombiano. Por su puesto que el paro del 21 está enmarcado en las movilizaciones recientes de los pueblos latinoamericanos: México, Perú, Ecuador, Chile, Argentina, Brasil, Bolivia, Uruguay, Panamá, Nicaragua, Honduras, Costa Rica, El Salvador y por supuesto Venezuela.

Sería tema de otro espacio tener en cuenta las singularidades de cada proceso, pero hay una línea medular que atraviesa todo el continente latinoamericano: la crisis del modelo de desarrollo capitalista neoliberal. Una crisis multiforme que abarca todos los espacios para el desarrollo de una sociedad humanista: económicos, políticos, sociales, ecológicos, culturales, y de identidad.

Pero volvamos al tema central que nos ocupa: el paro del 21 de noviembre. Nunca antes se había visto una confluencia de marchantes tan multitudinaria, abigarrada y masiva, fundamentalmente con la participación de las juventudes estudiantiles universitarias y de los maestros y profesores en todas las ciudades capitales departamentales.

Todos los grupos con sus consignas y peticiones, desde los ecologistas, los pensionados, los animalistas, lo grupos de mujeres, los artistas, los deportistas, los trabajadores, con sus pancartas haciendo alusión a las pensiones, la reforma laboral, el fraking, la corrupción, el desgobierno, la desigualdad, la pobreza, el desempleo, la implementación de los acuerdos de paz, contra los asesinatos de los líderes sociales y de oposición, los indígenas, las negritudes, el movimiento gay, de las barras del Nacional y de Medellín, en fin, fue todo un movimiento permanente de agitación como nunca se había visto en Colombia.

A pesar de toda la campaña de amenazas, de terror, y de miedo, la gente se manifestó con alegría, con entusiasmo desbordante contra la situación de profunda desigualdad y de injusticia, una especie de indignación y de malestar con la forma como se están manejando los problemas económicos, políticos, sociales y del medio ambiente, que dejan un balance negativo para las mayorías populares.

Un aspecto que vale la pena resaltar es la participación pacífica y ordenada en casi todas las capitales de Colombia, con la participación de encapuchados que, al finalizar la jornada, le pusieron la nota de vandalismo, lo mismo que algunas conductas agresivas de la fuerza pública que no tienen ninguna clase de justificación, es más, se notó un hecho novedoso: los mismos marchantes pacíficos, en varias ocasiones, persiguieron a los encapuchados tratando de evitar los daños en edificios y lugares públicos, y en defensa del derecho a la protesta, que, en algunos medios de comunicación trataron de manipular convirtiendo la marcha en una manifestación de protesta contra los vándalos, restándole la debida importancia a la protesta democrática contra el modelo de desarrollo del gobierno de Iván Duque.

Si bien es cierto la marcha fue convocada por las centrales obreras y de pensionados, por líderes de oposición y personalidades democráticas, por artistas, deportistas y hasta por una reina de belleza, durante el desarrollo del evento no se destacó el protagonismo de algún sector determinado, por lo cual se puede decir que las multitudes se empoderaron del evento siguiendo la ruta marcada por los comandos locales de paro.

A todos estos elementos positivos tenemos que agregar el masivo cacerolazo en muchas capitales departamentales, inclusive desde el mismo interior de los apartamentos como se pudo observar en Ibagué y en Medellín, y en otras ciudades del país, lo que indica el nivel de inconformidad y de rechazo al gobierno neoliberal de Uribe-Duque. Por supuesto hay que lamentar los sucesos de Cali, donde el alcalde tuvo que implantar el toque de queda, y donde hubo dos muertos según el ministro de Defensa cuyos responsables están incursos en la investigación respectiva.

Las manifestaciones del 21 están confirmando que el proceso de maduración política de pueblo colombiano está avanzando a pasos agigantados: ya se empiezan a ubicar los primeros ribetes de la manifestación política de masas, es decir, amplios sectores populares comienzan a entender que las causas de la profunda crisis económica, social, política, ética y moral de la sociedad colombiana hay que ubicarla en el modelo de desarrollo neoliberal, que no se trata de fenómenos aislados que manifiestan un síntoma de crisis, sino que estamos frente a una crisis estructural profunda que requiere reformas democráticas de fondo, para poder salir adelante.

No es gratuito que hace un mes en las elecciones locales, los movimientos alternativos hayan conquistado las alcaldías de Bogotá, Medellín, Cali, Cartagena, Bucaramanga, Cúcuta, Buenaventura, Santa Marta y Turbaco, manifestaciones electorales que se entroncan, en gran medida, con las manifestaciones de masas del 21 de noviembre en todas las capitales del país, a tal punto que se puede pensar en el comienzo de un proceso de movilización ciudadana en demanda de una profunda reforma democrática.

¿Pero quién le va a poner el cascabel al gato?, ¿quién va a dirigir el movimiento? Pues este paro y las elecciones pasadas están brindando la posibilidad y la necesidad urgente de la conformación de un gran frente amplio democrático que recoja las principales inquietudes programáticas de los manifestantes del 21 de noviembre: una reforma tributaria progresiva y democrática, una profunda reforma política, reforma a la justicia, implementación de los acuerdos de paz, una profunda reforma rural integral, la reforma del modelo de salud, la reforma de la educación, una profunda reforma urbana, es decir, todo un programa de reformas democráticas que necesita la sociedad colombiana para poder avanzar en un desarrollo estable y duradero.

Para lograr semejante contenido tenemos que maniobrar muy acertadamente, combinando el manejo de la lucha de masas y de la lucha parlamentaria, para lo cual no queda otro camino que el Frente Amplio Democrático, porque no podemos esperar nada de este gobierno que no sea el producto de la lucha de masas, tal como lo vimos en el paro del 21 de noviembre, por lo tanto una de las lecciones que deja el Paro es aprovechar estos momentos de efervescencia y calor para darle continuidad y estabilidad a los comandos de paro, locales y regionales, para que en alianza con los partidos y movimientos de oposición, asuman la conformación del frente amplio y dirijan la lucha del pueblo por la transformación democrática.

Ya se han empezado a escuchar las consignas espontáneas de la conformación de los comandos de paro en los barrios y comunas populares con sus correspondientes grupos de autodefensa para velar por el mantenimiento del orden y del respeto al derecho constitucional de la protesta y de la manifestación pública, evitando a todo trance la intromisión de los vándalos esquiroles anarquistas encapuchados que objetivamente le hacen el juego al gobierno para justificar la represión violenta y criminal de los grupos policiales del Esmad. “Alguien me podría explicar por qué los del Esmad nunca agreden a un encapuchado, siempre patean a mujeres o manifestantes indefensos”.

En este mismo sentido se empiezan a escuchar voces reclamando la continuidad del movimiento unitario popular, cualificando las etapas, los contenidos de las consignas de lucha, y los mecanismos de organización, para evitar caer en la anarquía y en el desgaste del movimiento por agotamiento, teniendo siempre adelante la conquista del poder popular en las elecciones del 2022. En estos dos años (2020 y 2021) ir creando el movimiento citadino que exija a los alcaldes y gobernadores electos el cumplimiento de sus promesas electorales, y al gobierno nacional la realización de las reformas efectivas para la democratización del país que exigieron las masas populares durante el fenomenal paro histórico del 21 de noviembre, evitando por todos los medios que el gobierno divida al movimiento como ya pretende hacerlo con la “conversación social” con grupos de sindicalistas, empresarios, y demás grupos alternativos, en el intento de aplicar una nueva versión de su fallido Pacto por Colombia. Pacto por la unidad, que no es otra cosa que la continuación del gobierno de la oligarquía, de los mismos con las mismas, como lo acaba de hacer el presidente con el recambio del ministro de Defensa por el Ministro de Relaciones Exteriores, a raíz de la moción de censura.

En este sentido apoyamos los términos de la carta del alcalde electo de Medellín, Daniel Quintero Calle, al presidente de la República, pidiendo la convocatoria de una Asamblea Nacional Constituyente para superar la crisis nacional, y el video donde pide el apoyo de los concejales y de la ciudadanía para la defensa del proyecto fHidroeléctrico de Hidroituango.

Sólo con un movimiento de masas, unitario y organizado, y un programa democrático claramente definido, se podrá tomar el poder para superar la crisis nacional. El plato está servido.

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